Mujeres víctimas de la pérdida o el abandono
La argentina Mariana Travacio presenta un conjunto de cuentos protagonizados por personajes femeninos que sufren la soledad, la enfermedad y la vejez
⁄ Es continua la presencia del río (“que no lleva a ninguna parte”) con el espectacular Delta del Tigre, y de la lluvia
Mariana Travacio (1967) nació en Rosario, pasó su infancia en Brasil y en la actualidad vive en Buenos Aires. Es escritora, psicóloga y traductora del francés y del portugués. Es autora de las novelas Como si no existiera perdón (2016) y Quebrada (2022), y de los libros de relatos Cotidiano (2015), Cenizas de carnaval (2018) y, ahora, de Me verás caer, conjunto de cuentos que, como en Las afueras de Luis Goytisolo, tienen mucho de novela, por la estrecha relación que hay entre ellos, ambientados en “este país maldito”, “qué país infame”, “este pueblo de inquinas”, con la continua presencia del río (“este río que no lleva a ninguna parte” o bien “vamos a casa, que el río nos lleva”, con el espectacular Delta del Tigre), y la lluvia, (“esa llovizna espantosa que nos asedia”), que puede convertirse en una tormenta destructora. Por eso se puede señalar que “no llovía, acá que siempre llueve, aunque así estaba la tarde, sin lluvia, y yo sin llanto”.
Sin que haya un discurso feminista, los hombres son aquí meras comparsas. Suelen ser mujeres condenadas a la soledad, que explica el tono monologante del conjunto. En Cansadas vemos a la madre, “ejercitando ese hábito de hablar en continuado, como si el aire necesitase rellenarse de palabras”. La imagen de la vejez es, aquí y en otros relatos, deprimente, viendo a la madre, que tuvo un accidente, cómo se le mueve la dentadura mientras come. Deciden ir a la playa y la hija deja el bolso (este bolso o cartera que acompaña a todas las mujeres del libro) y “se sumerge, nada bajo, el pecho contra la arena, se revuelca entre los peces, escondida del mundo, traga agua, lejos de todo, se hunde”.
En ¿Dónde está Montes? la protagonista está casada con “ese alcohólico con patas, vago empedernido, maldito jugador. Y con eso me fui a casar, su voz melosa, la promesa del tango”. El marido, perseguido por la justicia, ha desaparecido y ella tiene que ir a comisaría y, siempre aferrada a su cartera de cuero, le dice al comisario que la interroga: “cómo voy a saber dónde está Montes si hace rato que no tengo ni idea de dónde estoy yo”.
Decide venderlo todo, que es como vender “nuestra historia fallida”, irse a otra parte (necesidad de escapar que afecta a casi todas las mujeres de Me verás caer), “olvidarme de este sinsabor de treinta años”. Si en el conjunto de los relatos domina el silencio, aquí lo es el vacío, ya que el lector no sabe nada, o muy poco, de Montes, tan presente en la narración. En Rosas buenas la soledad está más acentuada que nunca, y así se explica la presencia del bolso como obsesivo motivo recurrente. Blanca Nieves acepta la invitación a un cóctel. Al llegar, se da cuenta de que no ha llevado compañía y “se siente en la periferia de una colmena”, por lo que decide “abandonar ese sitio insensato”, es decir, escapar. Dejo en manos del lector el brillante final.
En Últimos rastros vemos a Elena, aferrada a su cartera, sentada sobre un banco de madera, en un muelle frente al Delta del Tigre. Pronto descubriremos el motivo de esta espera. Finalmente en Y el río, tan manso, casi una novela corta, muy variada, la vejez es el tema dominante. La mujer está en el hospital con su anciana tía, con “tu declive empedernido”, que pide una gelatina que la enfermera se niega a dársela. La sobrina le recuerda en una carta cómo trataron de escaparse del hospital. Le escribe porque “no tengo otros interlocutores”. Son víctimas, pues, de la soledad, la enfermedad, la vejez y la muerte. Y así se cierra este libro de una inteligente estructura y magníficamente narrado. /