La Vanguardia - Culturas

La ‘fértil verdad’ de Julià de Jòdar

El autor convierte la crónica de los años 60 y 70, la investigac­ión psicoanalí­tica y la especulaci­ón literaria en una obra de arte impresiona­nte

- Jul à Gu ll mon

⁄ Un libro que te inquieta y trastorna y que, cuando lo has terminado, te provoca una sensación de plenitud embriagado­ra

El señor Lotari, que el lector de Julià de Jòdar (Badalona, 1942) conoce porque tiene un papel principal en El metall impur, la tercera novela de la trilogía L’atzar i les ombres, regresa con la idea de extender la investigac­ión de aquella novela a la totalidad de la producción literaria, las ideas políticas y la vida familiar, sentimenta­l y sexual de Gabriel Caballero, alter ego del autor. Lotario es el nombre de un personaje de Cervantes. Su amigo le encarga que espíe a su amante, para comprobar que le es fiel. Lotario se lía con ella y Anselmo vive engañado y contento. Es una historia vodevilesc­a que encaja en el ambiente de La casa tapiada, donde la fidelidad y la libertad tienen un gran protagonis­mo. Más allá, está el sentido epistemoló­gico. Lotari se sumerge en la obra de Caballero en busca de la estéril verdad (la realidad detrás de la ficción) y encuentra la fértil verdad de la voz y las opiniones de los otros convertida en una nueva creación.

A partir del autoencarg­o de averiguar qué es real y qué es ficticio en las historias que Caballero cuenta en sus libros, Lotari acaba viviendo en concubinaj­e con estas historias, es parte él mismo del relato y artífice de un nuevo Gabriel Caballero amplificad­o, más rico, más intenso que, en la parte final del libro, alcanza uno de aquellos momentos de humanidad que aparecen en todos los libros de Jòdar –el hombre que en el hospital vela al hijo accidentad­o en uno de los textos de Zapata als Encants, la aparición de Lilà al final de El trànsit de les fades, el retrato de Natàlia Vidal enferma en la residencia–: una cima. No es casualidad que en las últimas páginas el narrador evoque la muerte de Maria Callas: la novela acaba con un crescendo operístico.

Un amigo me hace notar que La casa tapiada está dedicada a unos psicoanali­stas. El gran mérito de Jòdar es haber convertido la investigac­ión psicoanalí­tica en un obra de arte impresiona­nte. Que al mismo tiempo es una crónica polifacéti­ca, contrastad­a, humana, llena de historias de primera mano de la vida política, de los movimiento­s sociales, del teatro, de la literatura, de la historiogr­afía. Haber sido testimonio de primera línea ofrece un montón de detalles interesant­es y la posibilida­d de trepar por las ramas negligidas o prohibidas del árbol de la historia de Catalunya. El mismo amigo, con quien he leído la novela en paralelo, como si fuéramos personajes de un libro que incluyera La casa tapiada con nosotros dentro, remarca la importanci­a de Rashōmon de Ryūnosuke Akutagawa filmada por Kurosawa en la composició­n de la novela. El propio Jòdar se refiere a él, junto a Faulkner, Espriu, Gabriel Ferrater, Larra, Terenci Moix y Borges. La misma historia contada por voces diversas, incluida la de un espectro. En otras ocasiones, a propósito de El metall impur he hablado del Retrato de grupo con señora de Heinrich Böll, que utiliza el recurso de la encuesta. En cualquier caso, no existe una sola verdad, ni Gabriel Caballero es siempre la misma persona.Loscompañe­rosdelafáb­ricade pinturas, los amigos del teatro independie­nte, los compañeros de aventuras políticas, las amantes e incluso un quinqui de Poble Sec, lo ven como un hombre seductor y como un cantamañan­as, como un tipo arrogante y como un inseguro, como un hombre que hace desgraciad­as a las mujeres y como un príncipe azul.

Para los lectores que tienen fresca la lectura de los libros de Jòdar –sobretodo L’home que va estimar Natàlia Vidal y El metall impur– muchas de estas historias, –e incluso podríamos decir estas problemáti­cas–,lasconocen.Porque–almenos enelcasode L’home que va estimar Natàlia Vidal– subyace el deseo de volver sobre un tema absorbente, obsesivo, un gran amor, con la pericia literaria fortalecid­a, el dominio de los recursos expresivos tras dos décadas largas de escribir novelas y también la distancia que dan los ochenta o casi ochenta años frente a los sesenta que tenía cuando escribió por primera vez la historia, que ha ahondado en emoción, matices y contrastes. Hay que advertir que el lector corriente puede leer La casa tapiada sin necesidad de conocer los libros que la han precedido.

Si hasta la mitad la novela tiene mucho de reinterpre­tación, la otra mitad es nueva. Describe la Barcelona de los sesenta: el nacimiento de los movimiento­s autónomos, la deriva del PSUC y de los escindidos de Bandera Roja hacia al pactismo, el mundo de la editorial Ruedo Ibérico, en París, y el nacimiento del independen­tismo. Pero todo esto, que podría ser muy interesant­e en una crónica, en la novela está tratado con densidad humana. Nada provoca más tristeza que un autor que ha sido un buen autor que en la vejez se repite, se ablanda o se deshincha. Jòdar, en cambio, ha escrito su novela más potente, un libro que te inquieta y trastorna mientras lo estás leyendo y que, cuando lo has terminado, provoca una sensación de plenitud embriagado­ra. /

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L T / ARCHIVO Jòdar en una imagen del 2015 en una reunión de la CUP, grupo del que era diputado

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