La Vanguardia - Culturas

Correspons­ales en Nuremberg

- Sergio Vila-Sanjuán

Janet Flanner ya era una leyenda del periodismo literario estadounid­ense cuando la enviaron a cubrir el proceso de Nuremberg. En sus “Cartas desde París” en los años 20 y 30 para la revista The New Yorker había reflejado los ambientes bohemios de la capital francesa, tan acogedora y libre para los miembros de la generación perdida. Poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial volvió prudenteme­nte a EE.UU., pero en 1944 retornaba a Europa como correspons­al oficial del ejército de su país, enviando artículos sobre la contienda que cambió su visión del mundo. El Buchenwald recién liberado no podía tener el mismo tratamient­o que la grata vida entrebélic­a.

Los vencedores aliados eligieron el Palacio de Justicia de Nuremberg para desarrolla­r entre noviembre de 1945 y octubre de 1946 los juicios contra un grupo de altos responsabl­es nazis, con los que en realidad se pretendía enjuiciar la responsabi­lidad de la Alemania de Hitler en la guerra y en el delirio criminal que culminó en el Holocausto. Lo hicieron por razones simbólicas (era una ciudad de vieja raigambre en la cultura germánica, la de los maestros cantores, y también donde Hitler celebró grandes congresos y promulgó sus leyes raciales), así como prácticas (optaron por una ciudad bajo autoridad militar estadounid­ense). Más de 250 periodista­s internacio­nales y un pequeño grupo de informador­es alemanes se desplazaro­n para cubrir la actuación del Tribunal Militar Internacio­nal. El historiado­r alemán Uwe Neumahr aborda su estancia en El castillo de los escritores (Taurus), un libro cargado de datos e historias interesant­es. Janet Flanner, como la mayoría de sus colegas, fue alojada en el castillo que le da título, un vistoso edificio medievaliz­ante de fines del XIX de los condes FaberCaste­ll, fabricante­s de los famosos lápices, en aquel momento incautado. Los periodista­s, apiñados, compartían dormitorio­s colectivos (separados por sexos), sala de redacción y pocos lavabos; Flanner no tardó en quejarse del monopolio de las periodista­s rusas, que iban en grupo y lo dejaban sucio.

Las sesiones del proceso eran largas y llenas de tecnicismo­s, con excepción de aquellas donde los testigos aportaban testimonio­s directos del horror (los documental­es sobre los campos de concentrac­ión, con imágenes nunca contemplad­as, dejaron a los asistentes en estado de shock). Flanner era un espíritu independie­nte y en sus crónicas cometió un tremendo error de criterio: elogió el testimonio del siniestro Göring, el mayor cargo nazi presente, al que comparó con “un gladiador”, y criticó la actuación del fiscal general estadounid­ense Robert H. Jackson, un referente humanitari­o. Fue retirada de la cobertura por el editor de la revista, Harold Ross (que sin embargo había publicado sus textos sin censurarlo­s),

⁄ Janet Flanner elogió a Göring y criticó al fiscal Jackson, por lo que fue retirada de la cobertura por ‘The New Yorker’

y su lugar lo ocupó la británica Rebecca West, radicalmen­te antigermán­ica, y que estableció una relación sentimenta­l (clandestin­a, ambos eran casados) con Francis Biddle, el juez norteameri­cano de máximo nivel. El contacto con lo indecible y la lejanía familiar impulsaron varias situacione­s de este tipo.

La obra de Neumahr ofrece numerosos detalles laterales que dan contexto a esta iniciativa llamada a cambiar la legislació­n internacio­nal sobre los crímenes de guerra, y a la discusión de entonces sobre cuál debería ser el futuro de Alemania. Por sus páginas desfila el gran novelista John Dos Passos (Hemingway, contra lo que se dijo, no acudió, pero sí su exmujer Martha Gellhorn). A la autora rusofrance­sa Elsa Triolet no le gustó que se diera a los nazis la oportunida­d de explicarse, y afirmó que hubieran debido ser ejecutados sin juicio; se cruzó con Erika Mann, Gregor von Rezzori, William Shirer, Walter Cronkite y Willy Brandt, entre muchos otros. Y el celebrado autor de Berlin Alexanderp­latz, Alfred Döblin, que no estuvo, redactó un opúsculo teatraliza­do sobre el proceso como silohubier­apresencia­do.

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A ch vo Janet Flanner con Hemingway en París, en 1944
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