Buena gente a la que el sistema se le echa encima
Saunders, maestro del relato, propone que nos libremos de las servidumbres que nos atenazan, pero constata que resulta imposible hacerlo
No es “el mejor escritor de cuentos norteamericano vivo” ni “el maestro del cuento contemporáneo”, dos expresiones que –con su machacona y perezosa repetición– degradan al escritor George Saunders (Amarillo, Texas, 1958) a la condición de cliché, y a la crítica literaria, a la de publirreportaje. Pero Saunders es muy bueno, uno de los mejores. El día de la liberación, su nuevo libro, reúne nueve relatos de diferente extensión y se articula sobre dos premisas no necesariamente contradictorias.
En primer lugar, la de que necesitamos liberarnos de las servidumbres a las que nos someten la manipulación política, la radicalización, el lavado de cerebro y tecnologías que no acabaremos de entender antes de que nos hayan destruido. En segundo lugar, la de que hacerlo es imposible.
De esta aparente contradicción tratan tres de los mejores cuentos del libro. En Gul, el empleado de un parque de diversiones subterráneo que jamás ha recibido visitantes –y se gobierna con un draconiano pero muy sencillo conjunto de normas: positividad, delación y espectáculo– se enamora azarosamente y es correspondido, se ve obligado a participar del linchamiento de dos o tres personas, incluyendo su benefactor, y descubre finalmente qué clase de parque de diversiones es ese en el que nació y morirá, trabaja y vive; por qué nunca ha visto ningún visitante y cuál es la razón por la que, pese a ello, el show debe continuar.
En Elliott Spencer, el protagonista es forzado a participar en mítines en los que debe gritar “cabrontaradoasquerosoidiota” a otros y, si es posible, apalearlos; lo hace para “defender la libertad” y a “los débiles de los opresores”; pero distinguir entre los primeros y los segundos no es tan fácil, mucho menos para alguien que no recuerda siquiera cómo se llama: cuando su nombre y su historia previa al “lavado de cerebro” surgen a la superficie, el protagonista del relato debe decidir en quién confiar y por qué. En El día de la liberación, por último, una recreación de la batalla de Little Bighorn a cargo de lo que podrían ser personas o no se mezcla con una historia de secretos familiares –con la tecnología y la pobreza como telón de fondo– y culmina en un espectáculo en el que representación y realidad se mezclan absurda y trágicamente.
Saunders narra todas estas historias a través de sus protagonistas, lo que le permite dosificar especialmente bien la información narrativa: así, los lectores exploran y comprenden los límites del mundo narrado junto a los narradores. (En otros casos, esa dosificación es resultado del modo en que el autor salta de la conciencia de un personaje a otro, como en EldíadelaMadre.) Pero narrar una situación a través de los pensamientos y las impresiones de un personaje que no puede comprenderla tiene sus problemas, de losquesirvedeejemplo Eldíadelaliberación: hasta la mitad, el relato es demasiado abstracto como para resultar atractivo, y es posible que los lectores sientan la tentación de dejar de leerlo. Pero se equivocarían si lo hacen: la segunda mitad es perfecta y produce una emoción intensísima, en las antípodas de toda la abstracción anterior.
Normalmente los personajes de Saunders piensan que son buena gente y que el sistema está a punto de echárseles encima. Viven en un estado de permanente crispación, son fantasiosos y un poco taimados –como la protagonista del extraordinario La madre de las decisiones drásticas, una escritora que descubre de forma trágica el poder de las palabras– y cualquier acontecimiento los arroja en brazos de la inseguridad y el miedo.
Por lo general actúan con una cobardía de la que no se enorgullecen, como pasa en Carta de amor, un cuento acerca del endurecimiento de las leyes migratorias del primer gobierno de Donald Trump cuyo mensaje banal –hay que ir a las manifestaciones, hay que firmar petitorios, hay que votar...– seguramente lo convierta en el preferido de muchos lectores.
En sus mejores momentos, sin embargo, George Saunders puede pasar por el continuador natural de escritores como Gustave Flaubert, Nicolai Gógol, Dorothy Parker y O. Henry. Por ejemplo en Gorrión, un cuento que remite al extraordinario Una rosa para Emily de William Faulkneryestalvezelmejordellibro.