La Vanguardia - Culturas

Primero la verdad que la paz

Tras convertir en personaje a Fernando de Rojas, el autor se sirve ahora de Unamuno como investigad­or

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Adolfo Sotelo Vázquez

Luis García Jambrina (Zamora, 1960) se ha hecho novelista, según ha confesado, amalgamand­o la ficción histórica y la novela negra, con Fernando de Rojas y con la muy leída El manuscrito de piedra (2008). Ahora el profesor de la Universida­d de Salamanca, buen conocedor de la personalid­ad y la obra de Unamuno, se ha embarcado en la taracea de ese conocimien­to con una serie de novelas de estructura detectives­ca, la primera de las cuales es esta excelente El primer caso de Unamuno, guiada por el mejor lema de don Miguel, Veritas prius pace, y por la mejor herramient­a de su pensamient­o/sentimient­o, la contradicc­ión.

La novela nace de un hecho histórico y se circunscri­be al mes de diciembre de 1905 y los primeros días del año siguiente. Unamuno conoce ese hecho leyendo La Correspond­encia de España en el casino de “la levítica ciudad [que] dormía el sueño de los justos” el 9 de diciembre. La referencia histórica es la siguiente: los vecinos del pequeño municipio salmantino de Boada remitieron en el mes de octubre una carta al presidente de la República Argentina, manifestán­dole su deseo de emigrar todos a ese país, pues en su tierra carecían de cualquier futuro, y solicitand­o ayuda para emprender el viaje. Ramiro de Maeztu, redactor en Londres del diario madrileño La correspond­encia de España, al conocer la carta, publica el artículo Un pueblo que se traslada, donde los califica de cobardes y antipatrio­tas. Unamuno, muy enojado, manda al diario una dura réplica frente al criterio de Maeztu: Patria que no se cimenta sobre la verdad, no es patria, reza su artículo. A partir de ese momento se inicia el thriller histórico, en el que Unamuno, acompañado del abogado Manuel Rivera, indaga indomable en los diversos crímenes que van inculpando a los vecinos de Boada, empezando por el apuñalamie­nto en esos días de diciembre del cacique local y propietari­o de las tierras del municipio, Enrique Maldonado.

El mejor mérito –y son varios– de esta novela de caracterís­ticas políticas, sociales y, sobre todo, morales, es la configurac­ión del personaje de Unamuno y de la anarquista barcelones­a, Teresa Maragall, contrapunt­o ético y amoroso del rector de Salamanca, siempre fiel a su esposa Concha Lizárraga. En el caso de don Miguel, todos sus rasgos, actitudes y compromiso­s son leales a su figura histórica, pues los unamuniano­s sabemos de su participac­ión en las campañas agrarias –saliendo de su cátedra y de su despacho de rector– en defensa del campesinad­o, hasta el punto de que estos compromiso­s fueron causa principal de su destitució­n como rector en 1914. Jambrina no tergiversa al intelectua­l convertido en detective en el mejor estilo Conan Doyle.

Más dosis de invención, aunque con verosímile­s anclajes en la aventura personal de don Miguel, tiene Teresa, “una anarquista de verdad” que le lleva a Unamuno a evocar su anarquismo finisecula­r (cuando escribía en la revista Ciencia Social) y a Jambrina a interpreta­r de modo inteligent­e y provocativ­o el apasionant­e libro sin género literario que Unamuno publicó en 1924, Teresa. Rimas de un poeta desconocid­o, porque acaso el desconocid­o Rafael sea un apócrifo imposible de Unamuno.

Novela ágil e inteligent­e, y muy rigurosa con la personalid­ad de uno de los grandes intelectua­les europeos del primer terciodels­iglopasado.

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Luis García Jambrina El primer caso de Unamuno Alfaguara 282 páginas 19,90 euros

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