Reordenando las hamacas del ‘Titanic’
Este ensayo perspicaz de Ben Ansell, queridamente no sutil, va del contraste entre lo que queremos y lo que realmente valoramos
Hace unas semanas, cuando un fuerte run-run en las filas del Partido Conservador británico apuntaba al fin de los días de Rishi Sunak en el 10 de Downing Street, pregunté a un amigo galés si esa maniobra podría salvar los muebles de los tories en las elecciones generales previstas para este 2024. Me contestó con un refrán inglés: “Rearranging the deckchairs on the Titanic”. Reordenar las hamacas del Titanic, sinónimo de una acción inútil frente a una catástrofe inminente. Aquello en lo que se torna buena parte de la acción política cuando no hace lo que sabe necesario para salvar la democracia. Pero, entonces, ¿por qué no lo hacen? Es el dilema que Ben Ansell (Palo Alto, 1977) nos analiza en Por qué fracasa la política (Península, 2023).
Porque, ¿y si los políticos no fueran más que una nimia parte de la respuesta que explique la desafección ciudadana? ¿Y si no fuese este el único falso consenso que nos condiciona la mirada, y por tanto nuestras vidas?
Ahí está el núcleo del ensayo de este profesor de Democracia Institucional Comparada en el Nuffield College de la Universidad de Oxford. En cinco grandes consensos, cinco conceptos en los que estamos en teoría de acuerdo casi a nivel mundial.
Se trata de la democracia, la igualdad, la solidaridad, la seguridad y la prosperidad. Asuntos como inabarcables, muy vagos, sobre los que parece que casi todos estemos de acuerdo en general, según la mayoría de encuestas, con niveles de consenso entre el setenta y cinco y el noventa por ciento. Pero, si nos creemos eso y parece que tan claro lo tenemos, ¿por qué es tan difícil conseguirlo? ¿Por qué la política no se muestra capaz de encaminarnos hacia esas prioridades y, en cambio, parece abonada a enfrentar cada vez más a los ciudadanos entre sí?
Es a partir de estas preguntas que Ansel utiliza sus herramientas politológicas y teorías de las ciencias políticas y de la economía para razonar por qué es tan difícil tomar decisiones en política. Dicho de otro modo: cómo es que a los electos les es tan difícil darnos lo que queremos y por qué los votantes nos frustramos tanto con ellos.
Y, tras estas preguntas, al lector se le plantea otra de subyacente que podría responder a las anteriores en cadena: ¿Y si la trampa de la democracia consistiese en que creemos en algo que no existe, que es la voluntad del pueblo? Para Ansell, esta pregunta (que para él es afirmación), es una idea que por lo menos se remonta a Jean-Jacques Rousseau en el siglo XVIII.
Él entiende que en la Ilustración creyesen que una vez que se deshiciesen del rey absoluto y de la Iglesia, prevalecería la voluntad del pueblo, pero tras doscientos años de democracia esa teoría habría manifestado sus claras dificultades en dar resultados. Anécdota (o no): Artur Mas utilizó el eslogan “La voluntad d’un poble” en el 2012 y perdió doce escaños.
Y, paradójicamente (recordemos que el libro va del contraste entre lo
⁄ ¿Y si la trampa de la democracia consistiese en que creemos en algo que no existe, que es la voluntad del pueblo?
que queremos y lo que realmente valoramos), los sistemas que más se acercarían al ideal democrático son los que exigen unanimidad, como sucede en la tan denostada Unión Europea con el derecho de veto. Ahí, un estado pequeño como Luxemburgo se opone a algo, y eso no tira adelante.
Problema: ese sistema es muy frágil porque tiende al bloqueo. Resultado: descontento general. Respuesta: entre los de arriba y los de abajo, vamos moviendo hamacas en el Titanic. ¿Habrá sitio para todos en los botes salvavidas? ¿Los sabremos encontrar? Este último, quizás, es el gran dilema al que responde este ensayo perspicaz, queridamente no sutil.