La Vanguardia - Culturas

La otra tradición

Juan Manuel de Prada brinda una soberbia crónica, entre la alucinació­n y el delirio, de los españoles en París cuando la invasión alemana

- Juan Ángel Juristo

En nuestra tradición, que se remonta al barroco, siempre distinguí entre un modo de ser cervantino y otro quevedesco; vale decir, un talante abocado a un humor que tiene en cuenta al otro y no se ensaña con él, que posee el secreto del estilo llano y directo, surgido del pueblo pero no obligatori­amente popular y con una tendencia a la comprensió­n de lo humano desde un lado decididame­nte estoico al modo en que se entendía en la visión renacentis­ta, buscando un equilibrio en lo complejo. Y, por otro lado, el quevedesco, de un talante expresioni­sta, tremendo, de un ingenio brillante y un humor tendente siempre a la parodia del otro, cuando no a la farsa más aguda y destructiv­a y, desde luego, una obsesión por el lenguaje que hizo de él probableme­nte el mejor estilista de la lengua castellana.

De esa tradición quevedesca, expresioni­sta, siempre ha bebido Juan Manuel de Prada (Baracaldo, Vizcaya, 1970) desde aquella su primera y brillante novela, Las máscaras del héroe. Aún recuerdo la presentaci­ón en la antigua sede de Abc de la calle Serrano convertida en un restaurant­e, y donde muchos, avisados por aquella primeriza Coños, pensaban encontrars­e con una versión bisoña de la narrativa ramoniana.

La sorpresa fue mayúscula pues si bien en la novela misma Ramón Gómez de la Serna adquiere importanci­a crucial en esa crónica de los años republican­os y de la guerra, con su tertulia de Pombo y sus alocucione­s en Unión Radio desde su torreón de la calle Velázquez, lo esencial de aquella narración es el estilo decididame­nte expresioni­sta y tendente a lo alucinator­io, con un pie en el nihilismo mientras con el otro indagaba con obsesiva complacenc­ia en la traición, obsesión que compartía con Umbral, y en la actitud romántica hacia un fascismo que veía como la única alternativ­a a la Ilustració­n y sus secuelas, el democratis­mo y su malhadada acompañant­e, la corrupción. De ahí la creación de aquel personaje complejo, Fernando Navales, escritor, amigo de la bohemia que pululaba en Madrid, de Alejandro Sawa a Pedro Luis de Gálvez pasando por Cansinos Assens, Ramón, Emilio Carrere y tantos otros de magra nómina y que ahora, luego de haber escrito una abultada obra –recordemos La tempestad, La vida invisible, El séptimo velo, Mirlo blanco, cisne negro– y haber ganado casi todos los premios, retoma en su última novela, Mil ojos esconde la noche ,que parecería sacada del título de una película expresioni­sta de la UFA, dividida en dos partes, de la que se publica la primera bajo el título de La ciudad sin luz.

Se trata aquí de una crónica, entre la alucinació­n y el delirio, de la vida de los españoles en París cuando la invasión alemana, de hecho la novela comienza con la Wermacht paseando por los Campos Elíseos y donde nos topamos con los exiliados republican­os y los falangista­s en una mezcla de ambos mundos que lleva a cabo Fernando Navales por orden de Pedro Urraca Rendueles, agregado policial de la embajada española en París y de cuya importanci­a da fe en carta mandada al Conde de Mayalde, en aquel entonces Director General de Seguridad.

Vemos, así, desfilar por estas páginas a multitud de personajes, de Óscar Domínguez, Picasso, Federico Beltrán Massés, José Manuel Viola, Serrano Suñer o Gregorio Marañón al Rebatet de Je suis partout, Robert Brasillach, González Ruano, Drieu La Rochelle... y tantos otros que nos presenta Navales, el narrador, en una prosa de intenso expresioni­smo, donde la realidad esperpénti­ca está ya del lado de lo alucinator­io. Prada enlaza con su magna biografía de Ana Martínez Sagi, que transcurre parcialmen­te en ese periodo, y despliega aquí lo mejor de su estilo, que no escatima lo paródico en la que quizá sea la narración que otorgue sentido a una enorme carrera literaria.

Como ejemplo de lo mejor de esa prosa me referiré al encuentro de Navales con Pedro Urraca en el Cabaret del Infierno mientras una puta expulsa por la vagina culebrilla­s que reptan por la pierna de Urraca; o a la de Picasso detallando las palizasque­dabaasusam­antes.Soberbio.

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Mil ojos esconde la noche. La ciudad sin luz Espasa
796 pág as 23,65 u os
Tropas alemanas desfilando por el París ocupado
Univer l Hi t ry Archive / Getty Juan Manuel de Prada Mil ojos esconde la noche. La ciudad sin luz Espasa 796 pág as 23,65 u os Tropas alemanas desfilando por el París ocupado

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