Nostálgica rumana emigrante
El choque entre la gris Rumanía y el Occidente moderno en una novela de la autora rumana residente en Francia
TONI MONTESINOS
Hace dos años nos llegaba Vidas provisionales, en que Gabriela Adameșteanu (1942) recreaba el yugo estalinista, en un ambiente de represión y vigilancia. No en balde, ella misma vivió en su juventud una Rumanía maniatada por la censura de Nicolae Ceaușescu. Fue en 1989 cuando el país dio un giro político, tras llevar este tirano más de dos décadas en el poder.
Citar Vidas provisionales, que contaba la relación adúltera que mantenían dos funcionarios de una institución cultural de propaganda comunista durante los años setenta, resulta pertinente para abordar Fontana di Trevi. La protagonista es la misma, Letiţia, y además ese amor clandestino servía para captar la sombra del totalitarismo en la existencia ordinaria de una población que, a ojos de la Securitate, siempre era sospechosa de algo.
Las relaciones personales, la diáspora rumana o cómo castigaba el gobierno el aborto vuelven a emerger, como en la anterior ocasión, en este título de evocación italiana. Se trata de una Letiţia que lleva asentada en Francia treinta años –después de exiliarse primero en Alemania con su marido– y que viaja a Bucarest para enfrentarse a un reto burocrático que antaño sin duda hubiera sido quimérico: hacerse, junto a su hermanastro, con una herencia que en su día confiscó el régimen comunista.
Ese regreso, que hace explícito lo que el personaje describe como “dos mundos” –el choque entre la gris Rumanía y el Occidente moderno– aviva sus recuerdos, pensamientos y emociones, y resultará inevitable el desarrollo de un cierto ubi sunt, por cuanto aquellos a los que conoció ya desaparecieron de diversas maneras, si bien el verdadero ser perdido es ella misma. Así, Adameșteanu, tal vez de un modo excesivamente desangelado pero vívidamente convincente, pone un espejo en el camino de un gran número de entes de ficción que solo pueden sentir desprecio y decepción frente a una nación de destino monótonamente desgraciado.
En contraste, también puede interpretarse Fontana di Trevi como una forma, a la busca de entender lo pretérito sufriente, de recomponerse como individuo social, político; en este sentido, el uso del punto de vista narrativo en primera persona es indispensable para que, en una suerte de soliloquio plagado de diálogos se dramatice una mirada sobre una vida que ha empujado a la protagonista a cierta cobardía y cinismo.
Podría decirse que la novela cobra una especial fuerza, como sucedía en Vidas provisionales, en los pasajes de tinte amoroso, entre Letiţia y Sorin –aunque, estrictamente, todo ocurra durante un día–, entre el inicio y el fin del amor, en un argumento que toca otro tipo de transición: de la época dictatorial a la poscomunista. Es más, el relato, a través de la memoria y los viajes de la protagonista, acaba siendo un recorrido por cincuenta años de historia de Rumanía, donde también asoman asuntos de alcance humano hasta su melancólico final: el ser o sentirse un perpetuo migrante, la soledad y el desamor, la intimidad marcada por la más aberrante politización de la vida.
Un proyecto literario ambicioso (es una trilogía), que nos propone cómo puede hacerse buena literatura –desde una nostalgia, eso sí, que tiñe lo narrado de desmoralización– y preservar a la vez acontecimientos que marcaron el devenir de un pueblo y cómo el presente puede reconciliarseconelpasado.