Echaremos mucho de menos a la Marlborough
En mayo del 2014 abría sus puertas en la calle Enric Granados la nueva sede de la galería Marlborough en Barcelona, tras ocho años de trabajo en la ciudad, ubicada en un piso cercano al Museo Egipcio. El nuevo espacio de 200 metros, diseñado por los arquitectos Josep Camps y Olga Felip, ya respondía mejor al peso y prestigio de esta histórica firma fundada en Londres en 1946, con sedes en Nueva York, Roma, Tokio, Madrid y otras ciudades y una de las grandes referencias contemporáneas del mercado del arte internacional.
La noticia del cierre el próximo junio de las cuatro galerías Marlborough actuales, incluyendo la barcelonesa, la adelantó a
principios de abril y ha conmovido al mundo artístico. En su columna del suplemento Dinero en este diario, Llucià Homs calificó este anuncio de “catástrofe para el sistema de arte” y lo consideró con bastante motivo un “doble revés para Barcelona. No solo perdemos un buen espacio expositivo –señaló–, sino que nos quedamos sin ni una sola de las galerías que tienen varias sedes por el mundo”.
A mí este cierre me produce una inmensa tristeza. Marlborough ha constituido un emblema de alta calidad y buen gusto. En sus paredes se pudo ver el legado de los titanes del expresionismo abstracto, como Rothko o Motherwell, y de fotógrafos míticos como Brassaï. En el último tercio del siglo XX expuso a Henry Moore, Francis Bacon, René Magritte, Barbara Hepworth o Magdalena Abakanowicz. Pero además, y durante una larga época adversa para esa línea, constituyó también un sello-refugio de los grandes pintores que cultivaban una figuración más o menos realista, de Lucien Freud a Alex Katz, de Red Grooms a Paula Rego. Visitar la sede neoyorquina del 545 West 25th Street siempre daba alegrías a los seguidores de esta tendencia.
La expansión internacional de Marlborough estuvo muy ligada a la figura de Pierre Levai, sobrino del fundador Frank Lloyd y uno de esos personajes llenos de dinamismo y planes visionarios. Pero la junta directiva de Marlborough despidió a su hijo y sucesor Max Levai en el 2020, entre acusaciones mutuas de mala gestión e inadaptación a los nuevos tiempos, lo que ha acabado llevando a la situación actual: la casa no va a celebrar más exposiciones y deja de representar artistas. Hay un fondo de varios miles de obras que supuestamente “saldrán al mercado” junto con los locales.
Marlborough entró con fuerza en España en 1992 con su sede madrileña, y pronto contó con un espacio privilegiado en la feria Arco y magníficas ventas, a veces acompañadas de cierta maledicencia (en cierto momento, por la relación de una de sus responsables con un importante político). En Barcelona arrancó bajo la tutela de Violant
⁄ En Barcelona brindó exposiciones dignas de museo de artistas como López, Estes o la escuela de Londres
Porcel, que cedió el puesto en el 2017 a Mercè Ros. Ambas han realizado un trabajo muy notable. De las exposiciones dignas de un museo que la sala de Enric Granados ha albergado, destacaría la de Antonio López, pintor que se había visto muy poco en la capital catalana, en el 2015, con desnudos femeninos y masculinos (uno de ellos, en estado de erección, fue muy comentado); “una reflexión sobre el amor”, en palabras del artista manchego. En el 2016, la dedicada la escuela de Londres: Avidor Arikha, Frank Auerbach, R.B. Kitaj y Euan Eglow. Espectacular fue la del veterano hiperrealista estadounidense Richard Estes en el 2017: luminosos paisajes neoyorquinos con sus característicos juegos de reflejos. Todos ellos definen un estilo Marlborough que el amante del arte reconoce con facilidad, y que no es fácil de encontrar. Además, la galería ha brindado muestras de pintores catalanes como Julio Vaquero, Pedro Moreno Meyerhoff o Santi Moix, sumándolos a una nómina incontestable. Ha dado nivel a la ciudad.
Me sumo a la opinión de Homs: vamos a echar mucho de menos a la Marlborough.