La voz humana de la historia
Más de setenta años después de su publicación original, nos llega la traducción del testimonio del escritor húngaro József Debreczeni sobre su paso por Auschwitz
Tras acabar la Segunda Guerra Mundial, se desarrolló una doble reconstrucción del mundo, centrada en volver a construir el espacio físico, devastado por la maquinaria militar, y el espacio moral, basado en dar testimonio de la barbarie cometida por el nazismo. Era indispensable que se reconstruyeran las ciudades, los pueblos, levantar puentes, poner en marcha la economía y restablecer un nuevo orden internacional basado en evitar el retorno de la guerra. Este doble proceso de reconstrucción física y moral de Europa demostró que el mundo se puso manos a la obra para devolver el esplendor material a los países destruidos por la guerra sin tener la misma determinación para recordar el genocidio provocado por el nazismo. Se podría establecer la paradoja de que el mundo volvía a la normalidad mientras que, al mismo tiempo, iba olvidando el sufrimiento que vivieron seis millones de judíos, víctimas del nazismo, y otros diez millones de víctiy mas no judías. Estas cifras, que varían dependiendo de los estudios y los historiadores, no alcanzan a expresar ni definir lo que realmente ocurrió: unos pocos consiguieron convencer a muchos para poner en marcha un holocausto que pretendió aniquilar totalmente a la población judía de Europa.
Para poder acercarse y revivir mínimamente lo que ocurrió en los campos de exterminio nazi, es necesario revivir, a través de la lectura, lo que aconteció en ellos. Se hace imprescindible leer y escuchar a Etty Hillesum, Primo Levi, Eli Wiesel y ahora descubrir la crónica de Auschwitz del periodista y escritor József Debreczeni, entre otros autores. El testimonio de József Debreczeni, legado en su libro Crematorio Frío. Una crónica de Auschwitz, de imprescindible lectura, es una crónica de una serie de hechos que vivió su autor desde 1944 hasta el final de la guerra en Auschwitz. Son hechos relatados con el fin de documentar su experiencia personal, la de sus compañeros y también la de sus verdugos. La fuerza de su relato estriba en que nada de lo que narra es superfluo cuando, día tras día, la vida de un ser humano es destruida desde el mismo instante en que llega a los campos de exterminio, donde es explotada para mantener la maquinaria de guerra alemana. Alexandre Bruner, sobrino de József Debreczeni, observa en el epílogo del libro: “Las obras literarias de József después de la guerra dieron voz humana a la historia”.
El testimonio de József Debreczeni desvela cómo se vivía y moría en Auschwitz, al que el autor se refiere como Auschwitzlandia, un país de campos de concentración, explotación, y exterminio en la región de la alta Silesia, Polonia. Uno de sus compañeros, un francés, le advierte a József: “Aquellas chimeneas de allá vomitan humo sucio día noche –explica en voz baja–. Producción a gran escala. Si alguien escribe alguna vez lo que sucede allí, pensarán que es un loco o un mentiroso perverso. ¿Es posible imaginarlo?”
Es tan dura la vida en los campos que Debreczeni advierte que prefieren la cámara de gas a seguir siendo explotados como esclavos, hasta dejarlos sin fuerza para querer seguir viviendo. Nos explica cómo se estructura el poder en los campos, que los que mandan deben estar dispuestos a infringir castigo, robar o traficar con las pocas pertenencias de sus compañeros. Describe cómo se amontonan los cadáveres fuera de los vagones de los trenes, cómo se gobierna sin humanidad sobre la vida y muerte, cómo se vive sin comer, hambrientos de todo, intercambiando la sopa hecha de pieles de patata por cigarrillos. Es la crónica de un proceso hacia la muerte que, en el caso del autor, no llegará a pesar de haberla deseado para, por fin, poder descansar de tanto horror.
En el país de Auschwitz, donde los minutos duran horas, desposeer al ser humano de sus pertenencias es el primer paso para quitárselo todo hasta ser deshumanizado. Es un lugar donde se vive viendo cómo tus compañeros mueren a tu lado y donde incluso se duerme con los muertos. Es un lugar donde el frío exterior compite con el frío interior; un lugar que vacía las miradas de vida y calor. Es un infierno donde la fortuna y el azar deciden quién vive y quién muere. El número 33031 sepulta al nombre de József Debreczeni: “Ahora ya no soy yo, sino el número 33031”, en un mundo donde la esperanza de una pronta liberación es producto del delirio y la enfermedad, no de la razón. Es un lugar en el que se llevan al crematorio a aquellos que ya no están en condiciones de ser explotados. Se les coloca desnudos en las camas hasta que mueren; muchos no pueden ni levantarse para ir hacer sus necesidades.
La crónica de József Debreczeni no consuela, no distrae, no provoca. Alerta sobre lo que somos capaces de hacer los seres humanos.