La Vanguardia - Culturas

Lo que nos llevamos a la boca no es solo comida

El periodista Albert Molins escribe desmontand­o tópicos, tabúes y dogmas en una reflexión sobre los diversos aspectos del comer para reconectar­nos con aquello con lo que nos alimentamo­s

- Jordi Llavina

En el poema Sabor a legumbres, Antonio Gamoneda describe a una familia que, sentada a la mesa, disfruta de la que acaso sea su única comida caliente del día: “Yo siento / en el silencio machacado / algo maravillos­o: / cinco seres humanos / comprender la vida a través del mismo sabor” (siempre me pareció un magnífico ejemplo lírico para ilustrar lo que, en la terminolog­ía marxista, solía denominars­e conciencia de clase). En el soberbio La mañana, José María Valverde nos presenta a una mujer –imaginamos que la esposa del propio poeta– que vuelve a casa con la cesta llena tras hacer la compra en el mercado. Mientras los dos van vaciándola, el hombre considera “la textura del vino y de la fruta” y estudia su “lección de olores” (antes nos había dado una luminosa enumeració­n, cuasi litúrgica, que, por sí sola, ya alimentaba). Y, del mismo modo que todos esos alimentos van a entrar en el cuerpo de la pareja, ellos mismos –sus cuerpos, sus almas– van a servir de “pobre desayuno de Dios”. Son unos versos de celebració­n y de jubilosa conciencia creyente.

Todo esto viene a cuento de lo siguiente: Albert Molins (Barcelona, 1969), periodista de La Vanguardia, distingue entre comer y alimentars­e. Los animales se alimentan para seguir viviendo. Nosotros, además de hacer lo propio, comemos (¡vayasiloha­cemos!).Yelcomer lleva aparejado un sinfín de cuestiones morales, filosófica­s, religiosas, éticas, ecológicas, económicas, etcétera, que van mucho más allá de la consecució­n, mediante la manduca, de energía suficiente para afrontar el día a día. Piensen en los alimentos prohibidos por algunas religiones: el cerdo, para el islam o el judaísmo. En el capítulo –mayúsculo– dedicado a la relación entre la comida y Dios, leemos: “Cualquier precepto religioso no sobrevive si es un obstáculo para la superviven­cia de los que lo tienen que observar”.

Sí, Molins arrambla con todo tipo de tabúes, tópicos, dogmas varios. Expone bien sus argumentos: ya sea para apuntar incoherenc­ias (las de ciertos practicant­es del veganismo, por ejemplo), ya sea para poner de relieve la desfachate­z de tanto “hedonista gañán” que se cree el rey del mambo en las redes sociales. Desenmasca­ra la trampa de la comida a domicilio y recomienda que, en la medida de nuestras posibilida­des, cocinemos en casa. Su libro propone una especie de antropolog­ía del comer. Fíjense en la cantidad de referencia­s filosófica­s que nos sirve y que coadyuvan a sostener sus ideas: Epicuro, Platón, Paracelso, Nietzsche, Sartre, LéviStraus­s, Bourdieu, Derrida, Onfray, Sontag, Weber… Dicen que con las cosas del comer no se juega. Podría añadirse que con las cosas del comer nos jugamos algo de suma gravedad, que implica la viabilidad del planeta y, por supuesto, la de sus insaciable­s habitantes (humanos).

Molins examina ciertos asuntos que están en el meollo de la reflexión éticomoral sobre la comida: “El problema es que tenemos un sistema alimentari­o enfermo y que estamos absolutame­nte desconecta­dos de aquello que comemos”. Cada capítulo explora un binomio de gran interés.Déjenmesub­rayarlosde­dicadosa la relación entre el sexo y la comida, por un lado, y la muerte y la comida, por el otro. Nada de lo (in)humano resulta ajeno al autor: la bondad (y la dificultad) de la estacional­idad en nuestra alimentaci­ón, el problemón de la ganadería intensiva, la funesta moda de los tecnólogos de los alimentos, el mesianismo vegano… “Todo lo que tiene que ver con comer es un acto político”. ¡Vaya si lo es!

La de Molins es una pluma apasionada, pero, eso sí, cargada de razones sólidas. Tanta es su pasión que la castiza expresión “comer a dos carrillos” se convierte, en un par de ocasiones, en “comer a cuatro carrillos”. ¡Ahí es nada! Disfruten de este ágape literario: no les dejará indiferent­es,seloasegur­o.

⁄ Molins argumenta bien, ya sea para apuntar incoherenc­ias o poner de relieve la desfachate­z de tanto “hedonista gañán” ⁄ Nada resulta ajeno al autor: la estacional­idad en nuestra alimentaci­ón, la ganadería intensiva, el mesianismo vegano…

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