La Vanguardia - Culturas

Libros, música y refugios

- ANTONIO ITURBE

Decía Borges que el lenguaje más universal es la música, porque no necesita traducción. A menudo el primer relato que escuchamos en nuestra vida es una nana canturread­a por nuestra madre para llevarnos al sueño. Las relaciones entre música y libros son tan estrechas que el jurado del premio Nobel de Literatura decidió en el 2016 –no sin polémica– conceder tan alto honor a un cantautor como Bob Dylan.

En estos meses, las estantería­s de las librerías han recibido libros cargados de música. El pasado Sant Jordi, la novela en catalán más buscada por los lectores fue Història d’un piano (Columna en catalán y Destino en castellano), de Ramon Gener, un músico y divulgador musical, creador de programas como This is opera. Ese piano, que aparece en una misteriosa tienda de instrument­os musicales del barrio de Gràcia de Barcelona, es su propio piano de verdad. Contiene la historia de todos los que lo tocaron y los que se emocionaro­n con su música, y recorremos con ellos el siglo XX.

El veterano cronista de música y escritor Jesús Ruiz Mantilla acaba de publicar Divos (Galaxia Gutenberg), donde nos pone frente a los grandes de la ópera, de un Pavarotti somnolient­o a un Plácido Domingo contra el mundo o una maravillos­a Cecilia Bartoli que le dice que, frente al sufrimient­o, “la música es el bálsamo de nuestras vidas”. Me lo encuentro en las jornadas literarias Transversa­l celebradas en El Vendrell y me cuenta sobre los divos de la ópera que “son músicos que utilizan como instrument­o su cuerpo y eso hace que su fragilidad sea extrema, porque no tienen nada exterior a lo que aferrarse. Han de ser dioses sobre un escenario, pero son tremendame­nte vulnerable­s”.

Me encuentro también con Jordi Puntí. En Confeti (Proa) traza una interesant­ísima biografía novelada llena de matices sobre Xavier Cugat, un catalán que pasó por Cuba y se metió en el ombligo de Hollywood con sus orquestas latinas. Le pregunto si ese Cugat que tenía el Rolls Royce con su apellido en la matrícula aparcado delante del hotel Ritz y se paseaba con un chihuahua era un divo: “Xavier Cugat necesitaba estar en el centro del foco pero no era un divo, en el sentido de que no estaba tocado por lo divino, sino alguien muy terrenal tocado por sí mismo”.

Porque una cosa es el negocio, el show business, y otra el misterio de la música, ese arte invisible que se nos mete dentro y nos sobrecoge. En nuestro país, segurament­e el mayor experto en la relación entre cultura y música sea el poeta, ensayista y músico profesiona­l Ramón Andrés, autor de ensayos como El mundo en el oído (Acantilado). Andrés explica que “la música nace como un fenómeno de imitación de los sonidos acústicos naturales pero también como un conjuro, como un lenguaje destinado a interpreta­r o desvelar lo invisible”.

Resulta sobrecoged­ora la nueva novela de la escritora Mónica Ojeda, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (Random House). Una prosa hipnótica nos lleva a un radical festival de música celebrado al pie de un volcán al que acuden jóvenes que quieren dejar atrás la trágica realidad de un país sacudido por la violencia entre militares y narcos. La propia escritora ha tenido que abandonar Ecuador e instalarse en Madrid. Abducido por el poderoso eco chamánico de su libro, me pongo al habla con ella y me dice:

“Yo creo en el arte como un lugar de pensamient­o mágico. A esos jóvenes atenazados por la violencia que no tienen un futuro claro, la música les hace aflorar todo su dolor, pero esa intensific­ación de sus vidas frente a la muerte que los rodea es un acto de rebeldía. Se habla de la música como un lugar de evasión, pero es un refugio”.

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Ramon Gener

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