Emoción en ruinas
Por la original propuesta del escritor y editor Andreu Jaume desfilan figuras y paisajes que han influido en su vida, contribuyendo a su fértil educación sentimental
⁄ Su excelente poemario, insólito en nuestra lírica, se cierra con el eco de las tempestades shakespearianas
Deliberadamente he elegido un verso de Cernuda como pórtico a mi comentario al nuevo libro de Andreu Jaume (Palma de Mallorca, 1977) La referencia no es gratuita si consideramos que Cernuda fue el más inglés de nuestros poetas, y abrió camino a una tradición intimista, honda y confidencial que asociamos a la llamada “poesía de la experiencia”.
Como sabemos, Jaume pertenece a la última gran generación de editores en lengua castellana. Vinculado a grandes casas del sector, ha preparado delicadas ediciones de autores nacionales y extranjeros, ha traducido obras de primer orden, y suele navegar en las aguas de la alta cultura. Pero todo ello no es suficiente para explicar las razones prodigiosas que hacen de la propuesta estética de Andreu Jaume –y sobre todo la ética, entendida como una peripecia moral coherente con uno mismo– una de las más audaces y turbadoras de la literatura actual.
Conviene aclarar, eso sí, que esta nueva obra suya está concebida como un experimento literario que mezcla ensayo, narración y poesía dramática. Por tanto sería un error exigirle al autor el traje apolillado del rapsoda canónico. Aquí se habla de escribir el viejo verso con nueva rima. Y Jaume lo consigue con un destreza admirable.
Nacido a la sombra de la literatura anglosajona, estos Poemas de agua están bendecidos por el soplo de Shakespeare. También se reconocen los ecos de Yeats, Rilke, Eliot, Graves, Wallace, Auden, y sobre todo Gil de Biedma, quien se erige en el espectro tutelar, la querida sombra que acompaña al autor en los vericuetos de una experiencia que está irrumpiendo en las aguas tormentosas de la madurez. Para navegar en esas aguas, no obstante, es necesaria la asunción y reconocimiento del propio pasado. Por eso el mallorquín visita lugares señeros de su biografía para irse despojando de la anécdota privada con el fin de oficiar una ceremonia de despersonalización que le permita acceder a un estado de mayor trascendencia. Esto ya lo hizo Eliot en los Cuatro Cuartetos. Lo sabemos. Pero a diferencia de la ortodoxia eliotiana, Jaume se mueve en un laicismo más propio del nuevo milenio, que no excluye en cambio el concepto de lo sagrado.
Este apasionante proceso de despersonalización tiene lugar a través de tres secciones: “Travesías”, “Barcelona moral”, “Estudios y homenajes”. En todas ellas hay poemas ciertamente logrados. Por aquí desfilan figuras y paisajes que han influido en la vida del autor, contribuyendo a su azarosa y fértil educación sentimental.
Jaume parte de un episodio concreto –la visita a una catedral, un paseo en barca, la epístola a una amiga, la contemplación de un cuadro o una fotografía– para abordar luego el poema. En estos poemas, de preferencia largos, no falta nunca una idea brillante o un puñado de versos tocados por la Fortuna. Podemos apreciarlo en La ciudad con sus años, por ejemplo, donde la visión de Barcelona desde la montaña del Tibidabo activa un flashbackinolvidablesobrelapropiavida en la ciudad. O en Libro de familia, que contiene algunos de los momentos más altos que se hayan escrito nunca sobre la Guerra Civil y la posguerra. ¿Y qué decir de las meditaciones ante la tumba de una amiga, o la lectura de un cuento al sobrino que le inspira el retorno a su última inocencia?
Tras aceptar que Ripeness is all, la madurez es todo, Andreu Jaume afronta con sabiduría y dignidad el último tramo del camino. Su excelente poemario, insólito en nuestra lírica, se cierra con el eco de las tempestades shakespearianas. Se oye la canción de Ariel, y ese latido final de una campana perdiéndose en las ruinas brumosasdelavida,elfuegodelrecuerdo,las aguasdelamuerte. /