La ruta de la sal
La cuenca minero-química desencadenada por Iberpotash: los Martínez, Sumarroca, Juan Rosell, Gay de Montellà o Miarnau, en el cambio de modelo productivo
El “Catalunya será industrial o no será” impone su ley. Esta versión laica de un lema teológico atribuido a un obispo memorable –autor del “será cristiana o no será”– es la consigna de una manifestación en la que José Antonio Martínez, consejero delegado de Iberpotash, marcha al frente, junto a colegas, como Carles Sumarroca, y otros miembros de la Comisión de Industria de Foment del Treball Nacional, la gran patronal catalana, que preside Joaquín Gay de Montellà.
Iberpotash va restada en el proyecto Phoenix, la apuesta por una cuenca industrial de la potasa y de la sal que, partiendo de la minería del Bages, está llamada a convertirse en el nuevo clúster químico de envergadura. Su matriz israelí (el grupo ICL) ha apostado 200 millones de euros en la primera fase del proyecto, lo que inducirá un enorme efecto multiplicador. A eso se le llama acumulación bruta de capital (inversión), la única herramienta eficaz ante la crisis, el remedio rotundo de nuestra catatonia colectiva.
Iberpotash es una empresa fundamentalmente exportadora y quiere tener listas sus conexiones ferroviarias, especialmente la que ha de unirla al futuro corredor mediterráneo, y ahí es donde entran sus enormes sinergias con empresas de infraestructuras ferroviarias como la Comsa Emte de los núcleos familiares Miarnau y Sumarroca. En el 2008, Iberpotash llevó a cabo una investigación geológica con el objetivo de conocer en detalle el subsuelo de Súria: confirmó la existencia de mineral de sal y potasa en cantidad y calidad, con medio siglo por delante.
En el mercado nacional, la potasa es la materia prima de los fertilizantes, mientras que la sal arranca en la industria electroquímica o en el deshielo de las carreteras, aunque, sobre todo, es una commodity internacional muy demandada en el corazón de Europa (y también en puertos del norte, como Rotterdam, Hamburgo o Amberes), que exige el definitivo logro del polémico ancho de vía.
Las minas siguen siendo un material sensible. Son el corazón de una industria imposible de deslocalizar (¿quién va a mover una mina de sitio?), una ventaja competitiva que ya no vive bajo el síndrome del picador de antracitas en las hondas asturianas, sino más bien en el trabajador cualificado de zonas más habitables, como el Bages o la dulce
En las minas de Súria y Cardona, el equipo directivo está formado básicamente por mujeres
bahía de Cádiz, un enclave de marismas y caños, nacidas para la explotación de la sal.
En la mina de Súria, dirigida por mujeres en un mundo de hombres, se trabaja en condiciones tecnológicas, que quisieran para sí los cielos abiertos del Reino Unido. Y es que, en la mina moderna, ya no se lleva el ante- brazo granítico confundido con la piedra que rememoró a menudo el duro Raymond Chandler (“mantengo mi naturaleza gracias a que trabajé cinco años en una mina de sal”), un modelo trasnochado de hombre-hombre, dipsomaníaco y depresivo, que escribió para Hitchcock el guión de Extraños en un tren, la novela de Patricia Highsmith y que otorgó a Gary Grant su mejor versión de Marlowe, en el Largo adiós.
Ahora, los hombres y las mujeres de sal orientan su futuro hacia causas mas prosaicas y mejor remuneradas, como el parque Geológico de la Catalunya Central, un centro de difusión de la minería y geología, que trata de aunar oferta turística, didáctica y científica en torno a su paisaje y que está dispuesto a vincularse a la red mundial de geoparques de la Unesco.
Iberpotash se alimenta del subsuelo y es proveedora del suelo. Sus clientes se reparten entre los productores de fertilizantes y los fabricantes de derivados de la sal, como la Solvay de Martorell, un gigante químico asentado en Catalunya con vocación de continuidad. Su capacidad de poner en marcha una de las principales partidas del comercio exterior vincula a Iberpotash con empresas de otros sectores, como las cabeceras automovilísticas Seat y Nissan; las siderúrgicas, como Celsa; las cementeras, al estilo de Cementos Molins o Lafarge, y también metalúrgicas, como la Siemens, comandada por Francisco Belil. Todas ellas llevan más de media vida abiertas al mar, gracias al competitivo hinterland del puerto de Barcelona, pero anhelan la materialización ferroviaria del corredor mediterráneo.
Desde diciembre del 2010 funciona la vía transfronteriza de ancho europeo, propiedad de Adif, que enlaza Barcelona con Lyon. Y sobre este logro, Iberpotash propone ahora aprovechar la línea de Ferrocarrils de la Generalitat que une Súria, Sallent y Martorell pasando por Manresa y añadir un tercer carril de ancho internacional. El nuevo trazado alcanzaría el nudo de Castellbisbal, la puerta de entrada en el corredor.
Cruce entre la logística y la materia, la potasa es un nutriente esencial para los cultivos de medio planeta. Súria vive la oportunidad única de convertirse en origen (aguas arriba) de un trading más propio de los países petroleros, arroceros o productores de soja. Sus antecedentes enmarcan, con mayor o menor fortuna, oportunidades perdidas (como la ruta transahariana de Tombuctú, a orillas del Níger, que encumbró a Mali)