El BCE, visto desde el otro lado del Atlántico
Jay Shambaugh, ex asesor económico de la Casa Blanca, critica la política de estabilidad de precios del banco
Viajar desde la zona euro a Washington, en estos momentos, es como desplazarte a otro universo macroeconómico. Aquí, todo lo prohibido en el ámbito monetario europeo se permite. La Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) ha realizado dos programas de expansión cuantitativa comprando bonos del Tesoro y otros instrumentos por valor de más de dos billones de dólares (1,5 millones de millones de euros según el cambio actual) para crear liquidez, evitar un colapso bancario y prevenir la deflación.
Bajo la tutela del presidente Ben Bernanke y con el doble objetivo de mantener la estabilidad de los precios al mismo tiempo que se intenta maximizar el empleo, la Fed está dando prioridad al crecimiento. Pese a prever un crecimiento del 2,4% para este año y del 3% para el 2013, con cuatro millones de empleos creados en dos años, la Fed descarta toda subida de tipos hasta el 2014. El banco central ha apostado tan fuerte por reactivar la economía que hasta William Greider, crítico acérrimo a la Fed ortodoxa de Paul Volcker en los años ochenta, en su libro Secretos del Templo, ahora aplaude al organismo. Es “la única institución del Gobierno suficientemente valiente como para disentir del consenso convencional”, afirma.
El Banco Central Europeo (BCE), en cambio, cuyo único objetivo es la estabilidad de los precios, es reacio a seguir dando al acelerador monetario. Los programas de liquidez (LTRO) adoptados por el presidente del BCE, Mario Draghi, para prevenir una congelación de crédito en el sistema bancario a finales del año pasado, han asustado al Bundesbank, que teme que ha- ya consecuencias inflacionistas.
Jay Sambaugh, de la Universidad de Georgetown e integrante del consejo de asesores económicos de Obama hasta el año pasado, advierte que la zona euro necesita, aun más que Estados Unidos, un banco central dispuesto a apostar por el crecimiento y que tenga menos miedo a la inflación.
Sambaugh afirma que, en países como España, el proceso de devaluación interna necesaria para recuperar la competitividad frente al núcleo alemán será enormemente doloroso, con recortes de salarios nominales y ajustes fiscales que lastrarán la economía durante años, quizás décadas. Medidas, a fin de cuentas, inútiles. “Sin crecimiento, el camino hacia la sostenibilidad fiscal es casi imposible”, advirtió en una entrevista mantenida en el campus de Georgetown la semana pasada.
El problema, en gran medida, es, precisamente, el éxito del BCE en bajar la inflación . “Sabemos de la experiencia de los últimos 50 años que es complicado reducir costes en un entorno de baja inflación, de modo que la devaluación interna es muy difícil”. En los años setenta, tras las subidas disparadas del precio del petróleo, Alemania logró una suerte de devaluación interna frente a otros países como Estados Unidos, Reino Unido, Italia o España (ganando competitividad sin dejar depreciar el marco). Pero sólo era posible porque el resto del mundo tenía una tasa de inflación muy alta, entorno al 8%. “Alemania, con una tasa de inflación del 2%, ganó un 6% anual de competitividad”, dice Sambaugh.
Ahora, incluso los países europeos que crecen y generan empleo registran tasas de inflación muy bajas. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que Alemania registrará una inflación del 1,8% en el 2013 y del 2% en el 2017. “Por tanto, para conseguir una devaluación interna, España va a necesitar registrar deflación, es decir, bajadas de precios”, dice Shambaugh. “Y esto es realmente difícil; las reformas estructurales son un camino muy lento, largo y doloroso hacia una solución. Van a tener economías complicadas durante muchos años. Y, en un momento determinado, te preguntas si esto es políticamente sostenible”, dice.
¿Cómo se podría cuadrar el círculo de reducir la inflación de precios y salarios en los países que no pertenecen al núcleo sin condenar la zona euro a años de estancamiento y malestar social? Sambaugh propone algo que pondría los pelos de punta de los consejeros del Bundesbank. El BCE “debería tener en cuenta que si la zona euro no tienen gran movilidad de mano de obra quizá nece-