“En crisis, olvida la lotería”
Expertos y analistas alertan sobre la proliferación de gurús que recomiendan entrar en la bolsa
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“El problema es que la bolsa se ha contaminado a través de internet”, dice Alfonso Benito, director de inversiones de Aviva Gestión.
Es cierto: un simple pantallazo en cualquier buscador nos pone sobre la pista. En la red, proliferan los gurús que plantean la posibilidad de ganar un dinerito fácil con sencillas inversiones en bolsa. “Y esto no fun-
“Creerse que puedes competir y ganar al mercado de acciones es muy arriesgado”, advierte la EFPA
ciona así –advierte Josep Soler, vicepresidente de la Asociación Europea de Asesores Financieros (EFPA)–. Creerse que puedes competir y ganar al mercado de acciones es propio de videntes, de gurús...”.
Los expertos aseguran que el ascendente de algunos visionarios es notable. Influyen en las decisiones de los inversores más lampiños, que aspiran a hacerse millonarios en poco tiempo. “De bolsa, como de fútbol, toros, política o religión, sabemos todos...”, dice Benito.
“La presencia de gurús es peligrosa –advierte Soler–. Y más en tiempos de crisis, cuando cada vez más gente anda necesitada de un golpe de suerte. En crisis se juega más a la lotería, se va más a misa y se sigue al gurú. A muchos de ellos se les escucha demasiado. Se espera un milagro, una ayuda trascendente, algo que puede llegar, pero que resulta tan improbable como el primer premio de la lotería. Y la economía no es un juego de azar, sino una ciencia”.
Y ahí se producen los batacazos. Si no dispone de una asesoría especializada, es posible que el inversor compre alto. O que vuelque cantidades desmesuradas en un único índice, o en una sola compañía, desatendiendo una regla básica: hay que diversificar. “Si siempre acudes a un charcutero o a un carpintero profesional, ¿por qué pretendes gestionarte tú solo tu dinero?”, se pregunta Benito.
Para explicarse, los expertos recurren a un símil: invertir sin conocimiento y sin asesoramiento implica una derrota segura. No habrá manera de superar al resto de inversores, porque estos manejan un coche más potente.
De entrada, el inversor debe estudiarse. Antes de invertir, por ejemplo, 5.000 euros en acciones, el asesor le hará plantearse una serie de factores. Debe tener en cuenta su propia edad, el objetivo de su inversión, el patrimonio absoluto de que dispone, las características de esos 5.000 euros, si son sus únicos ahorros o si suponen un porcentaje pequeño de su capital. Si los va a necesitar pronto, y por qué.
Si, analizados esos elementos, el agente asesor decide que la inversión es viable, entonces entra en juego otro conjunto de factores. El inversor bursátil debe comprender que su inversión sólo será rentable si juega a medio o a largo plazo, en un horizonte de unos cinco años. “Si invierte a menos tiempo, especula. Y eso tiene sus riesgos”, dice Soler.
“Pero sobre todo, es clave pensar en el umbral del insomnio, concepto que acuñan todos los agentes –dice Soler–. Significa que nadie debería invertir su dinero si luego no va a poder dormir tranquilo”. Hay que manejarse sin pánico cuando la bolsa se hunda, y sin euforias cuando dé un tirón al alza. Sin entrar ni salir de forma continua, porque esos movimientos generan gastos en forma de comisiones.
Hay que invertir en aquellas empresas que más se conocen y, sobre todo, hay que aferrarse a otra máxima: si se pone nervioso, el inversor debe buscar en planes más conservadores, como inversiones a plazo fijo, garantizadas y con reparto de dividendos. “Hay que hacerse otra pregunta básica: ¿qué creo que hará la bolsa el año próximo? Si puedo responderme que ‘ni lo sé ni me importa’, perfecto. Ahora, si me preocupan esos próximos meses, mejor no invierta”, dice Soler.
El caso es que la democratización de la bolsa puede complicarle la vida a más de uno. “Las comisiones son más baratas y abunda el acceso a la información –concluye Benito–. La bolsa ya no es un espacio exclusivo de los ricos. Lo que pasa es que cada vez hay menos filtros: hay más gente ofreciendo información, que puede ser buena o mala. El usuario es quien debe discriminarla, y ahí cae el peso sobre ellos, algo que antes no ocurría”.