Dilma apuesta por los tipos bajos
La presidenta brasileña revoluciona el sistema de ahorro para allanar el recorte de los intereses
No importa que los banqueros tuerzan el gesto, que los ahorradores se inquieten y que hasta Don Pedro II se remueva en su tumba. Va en bien de Brasil, cree Dilma Rousseff, que los tipos de interés sigan bajando aun a costa de bajar también centenarios y populares réditos al ahorro hasta ayer sagrados: unos rendimientos que, caso de no limitarse mientras los tipos bajan, provocarían una destructiva migración de capitales desde el Tesoro y los fondos de inversión.
La presidenta soltó la bomba el 3 de mayo, dos días después de haber abroncado a la banca privada por no secundar una serie de recortes continuados en los tipos oficiales que sumaban 3,5 puntos en ocho meses (del 12,5% al 9% en la tasa de referencia Selic). Para no quedarse en las palabras y despejar el camino a nuevos recortes que animen la demanda, la producción y las exportaciones, la mandataria determinó el fin de un sistema de ahorro de más de siglo y medio de antigüedad: la caderneta de poupança o libreta de ahorro, instituida por el emperador Pedro II en el año 1861.
Desde aquellos lejanos días, la caderneta aseguraba a sus beneficiarios un rendimiento del 6% anual, a razón del 0,5% al mes, más una Tasa Referencial (TR) variable que hoy está en el 0,2% anual. De acuerdo con la norma dictada por Rousseff, dicho rendimiento fijo será sustituido por el 70% de la tasa Selic cuando esta se sitúe en el 8,5% o por debajo, cosa que previsiblemente ocurrirá en las próximas semanas. La regla sólo afectará a los nuevos depósitos.
Si el tipo que fija el Banco Central cayera al 8%, los ahorradores percibirían un 5,6%, más el pico de la tasa referencial o TR, en lugar del actual 6,17% sumado a ese mismo índice variable; si la caída del Selic llegara al 7%, como muchos economistas aventuran que sucederá hacia fin de año, el rendimiento sería del 4,9% más TR. Y así sucesivamente, en aplicación del 70% del tipo oficial como sustituto del rédito fijo ideado por el último emperador del Brasil.
Rousseff adoptó el cambio a
Rousseff finiquita un modelo de ahorro de 151 años para evitar una fatal migración masiva de capitales
través de una “medida provisional” de aplicación inmediata pero sujeta a ulterior ratificación del Parlamento en el plazo de 120 días: una confirmación que no puede darse por hecha aunque a priori parece contar con un respaldo considerable. Y no porque sea una decisión popular a primera vista. Unos 98 millones de bra- sileños, la mitad de la población, tienen su caderneta. Los fondos así depositados suman 173.000 millones de euros. Ambos datos dan idea del éxito del instrumento, aunque no del impacto de su reforma puesto que –conviene insistir– esta sólo afectará a las nuevas entradas de dinero.
La eliminación de los rendimientos fijos del ahorro y su vinculación a los tipos de interés oficial se considera imprescindible para evitar que futuros recortes de esos tipos provoquen una migración masiva de dinero desde los fondos de inversión y los títulos del Tesoro –ambos sujetos al Selic– hacia unas cuentas de aho- rro garantizadas, muy rentables e inmóviles. Dicho de otro modo: sin eliminar el viejo sistema, el país tendría problemas para financiarse. De ahí que la medida de Dilma cuente, en general, con un amplio respaldo entre quienes defienden que Brasil siga haciendo lo posible por dejar atrás los tipos de interés de dos dígitos: la producción industrial del país, en caída desde hace medio año, necesita esos tipos bajitos por los que la presidenta suspira.
Por otra parte, lo que los ahorradores pierden de un lado, los consumidores pueden ganarlo por otro en la medida en que la reforma lanzada por Rousseff au- menta el margen de los bancos para reducir de una vez sus propios tipos de interés en los créditos al consumo y las empresas.
El gran riesgo está como siempre en la inflación, monstruo de siete cabezas para un país que, como Argentina, ha vivido el drama de los índices de tres dígitos en el alza anual de precios. Para que los recortes de tipos no disparen la inflación, el Gobierno –dicen los expertos– deberá contener el gasto a fin de evitar calentamientos excesivos. Si no, la presión de los precios obligaría a subir de nuevo esos tipos. Y, entonces, tantas alforjas habrían resultado excesivas para tan corto viaje.