Buffett quiere pagar más impuestos
La cuestión del tipo impositivo a las rentas altas de cada país cobra cada vez mayor importancia
Además de estar inmersa en una crisis sin precedentes, España se halla en el comienzo del periodo en el que a los contribuyentes les toca rendir cuentas a Hacienda mediante la declaración de la renta del año 2011. Llueve sobre mojado, pensará más de uno.
Durante los dorados años de las vacas gordas, el hombre medio aprendió, sin apenas esforzarse, a manejar un extenso vocabulario estrechamente relacionado con las inversiones bursátiles e inmobiliarias, el cobro de dividendos, las cuentas bancarias a plazo fijo, el dinero negro, el cálculo de la próxima subida salarial, la jerga del shopping que se gastaba en Nueva York o París y, en algunos casos, el nombre de pila del barman del hotel más lujoso de tal o cual paraíso fiscal. Qué tiempos aquellos.
El hombre medio actual, en cambio, es poco más que la sombra de lo que era; se ha visto obligado a memorizar el nombre de un montón de impuestos. En lugar de contar ovejas, repasa sus obligaciones fiscales, una y otra vez, durante las interminables noches que pasa en vela: impuestos directos, indirectos y especiales; tasas; gravámenes; gabelas; tributos; cargas; aranceles; tarifas; recargos; derechos de aduana, portuarios o de importación; cánones; peajes; copago; diezmos; IBI; IRPF; IVA... y así hasta que salga el sol, que es cuando enciende la radio y se entera del último recorte. Qué tiempos estos, vaya.
En España, el tipo marginal para las rentas más altas es del 52,1%, el cuarto más alto de Europa
El señor Warren Buffett, que ocupa el tercer puesto en la lista Forbes de los más ricos del mundo, pese a sus constantes muestras de entrañable campechanería, no es precisamente el mentado hombre medio. Al parecer, el Oráculo de Omaha –como se le conoce– pierde el sueño porque ¡quiere pagar más impuestos y no le dejan! Se ha quejado de que paga menos impuestos que su secretaria. Pues que se agarre, porque si es a Mitt Romney a quien le toca arrancar del jardín de la Casa Blanca el ecológico huerto de Michelle Obama, su secre pagará más, y él, Buffett, aún menos impuestos.
Quizá pensaría de otro modo el señor Buffett si se instalara en España. Cuesta creer que le haría estar más contento que unas castañuelas un tipo marginal en imposición personal de nada menos que un 52,1%, el cuarto más alto de Europa. El podio de los ganadores lo ocupan Suecia, Dinamarca y Bélgica. De momento.
Pero claro, una cosa es lo que tributas, y otra, muy distinta, lo que te dan a cambio. Y si el señor Buffett viera que con sus impuestos las sobredimensionadas administraciones se dedicasen con ahínco y mal disimulada alevosía a desmontar, cuanto antes mejor, el Estado de bienestar, es probable que se lo pensara dos veces. Incluso podría llegar a sospechar que la Seguridad Social y el sistema de pensiones son poco más que una gigantesca pirámide de Ponzi en manos de un hatajo de funcionarios con ínfulas de Berni Madoff, cuando aún estaba en la cresta de la ola.
Es de suponer que Buffett está familiarizado con la obra del economista Adam Smith, pero no sólo con su célebre La riqueza de la naciones, sino también con La teoría de los sentimientos morales, en la que el economista escocés dice esto de los rentistas: “Alguien ajeno a la naturaleza humana, que viese la indiferencia de los hombres a la miseria de sus subordinados y la forma en que se lamentan e indignan por las desgracias y sufrimientos de sus superiores, podría imaginar que el dolor debe ser más atroz y las convulsiones de la muerte más terribles para las personas de mayor rango que para los de puestos más mediocres...”.
El perspicaz Smith supo antes de que existiera la prensa amarilla o la del corazón, por no hablar de la SGAE, que el estilo de vida de los ricos y famosos “parece casi la idea abstracta de una situación perfecta y feliz”, y eso le lleva a “¡lamentar que algo pueda echar a perder y corromper una situación tan agradable! Hasta podríamos desearles la inmortalidad...”. Ejemplos no faltan.
Smith también tiene palabras para los emprendedores ricos, a los que les recuerda que en última instancia “la riqueza y la grandeza son meras baratijas de nimia utilidad”, pues no los salvarán “de la ansiedad, el miedo, el dolor y la muerte”. Como ha señalado J. Bradford Delong, ex secretario adjunto del Tesoro de Estados Unidos: “A diferencia de los actuales economistas especializados en finanzas públicas, Smith entendía que no somos cal- culadores racionales utilitarios. De hecho, por eso hemos fracasado colectivamente al enfrentarnos al enorme aumento de la desigualdad entre la clase media industrial y los superricos plutocráticos de la que hemos sido testigos en la última generación”.
La cuestión del tipo impositivo a las rentas altas de cada país cobra cada vez mayor importancia, como se acaba de constatar en las presidenciales francesas y como se verá el año próximo en las de Estados Unidos. Si se tiene en cuenta que Matt Romney posee una fortuna de 250 millones de dólares (193 millones de euros) y que paga un 15% de impuestos, y que este porcentaje podría verse reducido si es elegido presidente, uno empieza a comprender la desazón de Buffett, como asimismo la de su secretaria.
En el Reino Unido, el Gobierno de Cameron acaba de reducir del 50% al 45% el tipo marginal de las rentas de más de 180.000 euros, y eso mientras penaliza a los pobres pensionistas con recortes de 12.000 millones. Reagan y Thatcher cabalgan de nuevo.
Entre los años 1975 y 1979, las rentas más altas tributaban el 98%, lo que provocó una estampida al extranjero de millonarios, como los Beatles, y la colonización por parte de los británicos de exóticos paraísos fiscales. En fin, en el caso de que el señor Buffett se instalara en España, antes de que acudiera raudo a Hacienda, sería justo que un alma piadosa le regalase un ejemplar de El libro gordo de Petete.