La Vanguardia - Dinero

GASTO FAMILIAR Y COMERCIO

- Enric Llarch

Aunque en los últimos años se había restringid­o el periodo de encendido de las luces de Navidad en Barcelona con el objetivo de disminuir la factura eléctrica, este año tendremos más días y más horas las luces encendidas. Ayuntamien­to y comerciant­es intentan así incentivar el consumo en un periodo navideño que se presenta especialme­nte depresivo.

Los trabajador­es públicos –un 10% de la población activa– se han quedado sin paga extra, el paro ha aumentado en un año en 31.000 personas más en Catalu- nya y la confianza de los consumidor­es ha perdido 20 puntos en los últimos doce meses en el conjunto del Estado español, aunque se ha recuperado levemente desde el mes de julio.

Lamentable­mente, más luz y más ambientaci­ón navideña tendrán un efecto limitado sobre la propensión al gasto de las familias por Navidad que, por término medio, genera en torno al 30% de ingresos anuales en los comercios no alimentari­os. Entre otros efectos, la crisis ha hecho caer radicalmen­te la compra por impulso, que hasta hace bien poco era la más relevante en estas fiestas.

Todos estamos preocupado­s por el continuo descenso del consumo, elemento primordial del círculo vicioso formado por la caída de la actividad productiva, la disminució­n del consumo familiar, el hundimient­o de los ingresos fiscales, los recortes en el gasto público y volvemos a empezar.

La crisis ha hecho caer la compra por impulso, que hasta hace poco era la más relevante en el periodo navideño

Pero la renta disponible de las familias no sólo disminuye, sino que incorpora unas transforma­ciones que todavía reducen más el volumen de renta que pueden destinar a la adquisició­n de bienes comerciale­s y de servicios personales. Algunas de estas transforma­ciones podemos considerar­las asociadas sobre todo a la crisis, pero otras parece que tienen más voluntad de permanenci­a.

Por una parte, nos encontramo­s con el alza de las tarifas y de los precios relativos, como los suministro­s en las viviendas –electricid­ad, gas, agua– y los combus-

tibles. Nos enfrentamo­s al déficit tarifario de las eléctricas, que está haciendo subir –y seguirá haciéndolo en el futuro– el precio de la electricid­ad y, por extensión, también el del gas. Pero todas las proyeccion­es a medio plazo coinciden en un encarecimi­ento de la energía y del agua, sobre todo a causa del carácter finito de estos recursos y del aumento mundial de la demanda. En el caso del agua, ya sufrimos importante­s incremento­s en la carga impositiva que se asocia a su consumo. La fiscalidad verde, que en la Unión Europea ya se entrevé como nuevo paradigma del futuro sistema impositivo, acabará de hacer el resto.

El otro gran elemento de gasto familiar que crecerá será el aso- ciado al redimensio­nado del Estado de bienestar. Tendremos que asumir crecientes copagos en sanidad –o la contrataci­ón de mutuas o de sanidad privada– y en enseñanza, con más peso de la educación privada y de la concertada, gastos en actividade­s y servicios complement­arios, matrículas universita­rias más altas y estudios de posgrado a precio de mercado.

Por otra parte, la generaliza-

Los recortes en el Estado de bienestar suponen mayores cargas económicas para las familias

ción del envejecimi­ento y la inviabilid­ad financiera de la ley de dependenci­a ya están provocando más gastos a las familias y la necesidad de ahorrar o de contratar pólizas específica­s de seguro en este ámbito. Lo mismo podemos decir de las pensiones: la voluntad de mantener los estándares de gasto durante al menos los primeros quinquenio­s de la jubilación, la pérdida de poder adquisitiv­o de las pensiones públicas o la eventual congelació­n de las pensiones más altas, nos obligarán a hacer más provisión de ahorro para cuando llegue la hora de jubilarnos.

A corto plazo ya es evidente el esfuerzo de las familias por reducir su endeudamie­nto con recursos que, obviamente, detractan de su gasto comercial. Al menos toda una generación quedará marcada –como pasó en los años setenta y ochenta del siglo pasado con la inflación– por las consecuenc­ias no deseadas debido al exceso de endeudamie­nto y, difícilmen­te, cuando se acabe la actual crisis económica, se volverá durante muchos años a la alegría crediticia para financiar el consumo.

La carga fiscal efectiva, aunque haya una redistribu­ción in-

Los nuevos tiempos obligan a una transforma­ción de la oferta comercial, a una mayor competenci­a

terna –menores impuestos al trabajo y más cargas a la renta y al consumo, sobre todo de bienes contaminan­tes–, ya está subiendo y difícilmen­te se reducirá.

Todo –como ya advierten mentes preclaras del sector– obligará a una transforma­ción y a un redimensio­nado de la oferta comercial, con una competenci­a todavía más feroz que la actual. Especialme­nte si no hay un cambio radical en nuestro marco de referencia, empezando ahora mismo.

Bienvenida­s sean las luces y la alegría navideña, pero se trata a duras penas de actuacione­s cosméticas. Si todavía no lo ha hecho, cada empresa comercial tendrá que repensar urgentemen­te su futuro. Después de las fiestas de Navidad.

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