GASTO FAMILIAR Y COMERCIO
Aunque en los últimos años se había restringido el periodo de encendido de las luces de Navidad en Barcelona con el objetivo de disminuir la factura eléctrica, este año tendremos más días y más horas las luces encendidas. Ayuntamiento y comerciantes intentan así incentivar el consumo en un periodo navideño que se presenta especialmente depresivo.
Los trabajadores públicos –un 10% de la población activa– se han quedado sin paga extra, el paro ha aumentado en un año en 31.000 personas más en Catalu- nya y la confianza de los consumidores ha perdido 20 puntos en los últimos doce meses en el conjunto del Estado español, aunque se ha recuperado levemente desde el mes de julio.
Lamentablemente, más luz y más ambientación navideña tendrán un efecto limitado sobre la propensión al gasto de las familias por Navidad que, por término medio, genera en torno al 30% de ingresos anuales en los comercios no alimentarios. Entre otros efectos, la crisis ha hecho caer radicalmente la compra por impulso, que hasta hace bien poco era la más relevante en estas fiestas.
Todos estamos preocupados por el continuo descenso del consumo, elemento primordial del círculo vicioso formado por la caída de la actividad productiva, la disminución del consumo familiar, el hundimiento de los ingresos fiscales, los recortes en el gasto público y volvemos a empezar.
La crisis ha hecho caer la compra por impulso, que hasta hace poco era la más relevante en el periodo navideño
Pero la renta disponible de las familias no sólo disminuye, sino que incorpora unas transformaciones que todavía reducen más el volumen de renta que pueden destinar a la adquisición de bienes comerciales y de servicios personales. Algunas de estas transformaciones podemos considerarlas asociadas sobre todo a la crisis, pero otras parece que tienen más voluntad de permanencia.
Por una parte, nos encontramos con el alza de las tarifas y de los precios relativos, como los suministros en las viviendas –electricidad, gas, agua– y los combus-
tibles. Nos enfrentamos al déficit tarifario de las eléctricas, que está haciendo subir –y seguirá haciéndolo en el futuro– el precio de la electricidad y, por extensión, también el del gas. Pero todas las proyecciones a medio plazo coinciden en un encarecimiento de la energía y del agua, sobre todo a causa del carácter finito de estos recursos y del aumento mundial de la demanda. En el caso del agua, ya sufrimos importantes incrementos en la carga impositiva que se asocia a su consumo. La fiscalidad verde, que en la Unión Europea ya se entrevé como nuevo paradigma del futuro sistema impositivo, acabará de hacer el resto.
El otro gran elemento de gasto familiar que crecerá será el aso- ciado al redimensionado del Estado de bienestar. Tendremos que asumir crecientes copagos en sanidad –o la contratación de mutuas o de sanidad privada– y en enseñanza, con más peso de la educación privada y de la concertada, gastos en actividades y servicios complementarios, matrículas universitarias más altas y estudios de posgrado a precio de mercado.
Por otra parte, la generaliza-
Los recortes en el Estado de bienestar suponen mayores cargas económicas para las familias
ción del envejecimiento y la inviabilidad financiera de la ley de dependencia ya están provocando más gastos a las familias y la necesidad de ahorrar o de contratar pólizas específicas de seguro en este ámbito. Lo mismo podemos decir de las pensiones: la voluntad de mantener los estándares de gasto durante al menos los primeros quinquenios de la jubilación, la pérdida de poder adquisitivo de las pensiones públicas o la eventual congelación de las pensiones más altas, nos obligarán a hacer más provisión de ahorro para cuando llegue la hora de jubilarnos.
A corto plazo ya es evidente el esfuerzo de las familias por reducir su endeudamiento con recursos que, obviamente, detractan de su gasto comercial. Al menos toda una generación quedará marcada –como pasó en los años setenta y ochenta del siglo pasado con la inflación– por las consecuencias no deseadas debido al exceso de endeudamiento y, difícilmente, cuando se acabe la actual crisis económica, se volverá durante muchos años a la alegría crediticia para financiar el consumo.
La carga fiscal efectiva, aunque haya una redistribución in-
Los nuevos tiempos obligan a una transformación de la oferta comercial, a una mayor competencia
terna –menores impuestos al trabajo y más cargas a la renta y al consumo, sobre todo de bienes contaminantes–, ya está subiendo y difícilmente se reducirá.
Todo –como ya advierten mentes preclaras del sector– obligará a una transformación y a un redimensionado de la oferta comercial, con una competencia todavía más feroz que la actual. Especialmente si no hay un cambio radical en nuestro marco de referencia, empezando ahora mismo.
Bienvenidas sean las luces y la alegría navideña, pero se trata a duras penas de actuaciones cosméticas. Si todavía no lo ha hecho, cada empresa comercial tendrá que repensar urgentemente su futuro. Después de las fiestas de Navidad.