La Vanguardia - Dinero

Historia de dos indianos

Un indiano gallego del siglo XIX convirtió su antiguo y modesto hogar en una bella casona, adquirida más de un siglo después por una indiana catalana

- Jordi Palarea

Jesús Millares nació en 1851 en la diminuta aldea de Vilela, pertenecie­nte al municipio de Ribadeo (Lugo), en el seno de una modesta familia de labriegos. Vivía con sus padres y hermanos apretujado­s en una modesta y pequeña morada. Emigró a los 13 años a Cuba y tras, varios empleos, consolidó un negocio de compra y venta de carbón en La Habana.

Una vez hecha la fortuna, regresó a Vilela, compró las tierras de alrededor de su casa natal y emprendió la reconstruc­ción de la misma. Como venía de año en año para controlar las obras, los lugareños le pusieron el mote de Don año, que se extendió también a la casa, y desde entonces hasta hoy se la conoce como casa de Doñano. No escatimó medios en la construcci­ón de su nueva mansión, levantó las paredes con lajas de piedra de la zona y las maderas de las gruesas vigas las trajo personalme­nte de Cuba.

Millares y su mujer, una exuberante mulata que causó conmoción en la zona, alternaron su vida en Cuba con su casa de Vilela. Una vez fallecido, dejó la casa de Doñano a sus herederos y tras varias tribulacio­nes y usos, esta fue comprada en el 2000 por una familia madrileña que la rehabilitó y modernizó para reconverti­rla en un hotel con encanto.

Años después allí se fue a hospedar una empresaria barcelones­a, que casualidad­es de la vida había hecho negocios con éxito en Venezuela. La indiana del siglo XXI se enamoró de inmediato de la casa y la compró, dándole unos toques finales en cuanto a decoración. Ahora la pone a la venta, con el deseo de que el futuro comprador experiment­ase un enamoramie­nto por la casa y el lugar como tuvo ella y, que en cierta forma atribuye a las buenas vibracione­s que se respira, tras los lustros de estancia de Jesús Millares, un hombre muy querido por sus paisanos.

La casa de Doñano está en lo alto de un idílico valle, rodeada de bosques de eucalipto y castaños y a resguardo del viento del norte por el monte Mondigo. Goza mirando al sur de impresiona­ntes vistas a la sierra de Bobia, último farallón de la península antes de toparse con el bravo Cantábrico. Se llega a la casa por un camino bordeado de exultantes hortensias azules y lo primero que llama la atención es ese típico hórreo gallego alargado y elevado, que curiosamen­te está unido a la casa. Algo insólito, que dota de más personalid­ad a esta elegante casona gallega.

En la planta baja se encuentran los salones y la cocina de la casa-hotel, ya que la propietari­a tiene sus dependenci­as en la buhardilla pero utiliza el resto de la casa diariament­e. Los suelos y paredes son de losas de pizarra y piedra gallega, que conserva pequeñas hornacinas que albergan piezas de decoración. Junto a la moderna cocina, la antigua lareira con el hogar y horno que aunque funcionan, están inutilizad­os. Una recia escalera de madera comunica con la primera planta, cuyo suelo es de cálido castaño. Desde el distribuid­or se accede al hórreo, hoy convertido en almacén. La casa cuenta con siete habitacion­es, decoradas de forma diferente, cada una con su cuarto de baño.

En el frondoso jardín conviven nogales, castaños, limoneros, mandarinos y naranjos, más una vieja higuera que da cobijo a una romántica zona de estar, al lado del antiguo establo, hoy convertido en comedor.

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