LA RIVALIDAD MADRID-BARCELONA
Al analizar la concentración de población en el mundo desde la revolución industrial, se deduce por qué se pasó del liderazgo de los estados al de las regiones y, ahora, al de las ciudades. Hoy, la mitad de la población urbana habita en grandes urbes.
Desde 1880 hasta aproximadamente 1970, excepto los periodos de guerra, la ventaja competitiva se construyó a partir de las políticas industriales, de comercio internacional y la legislación laboral que los diferentes
La ciudad menos independentista de Catalunya ha sido la principal víctima del nacionalismo catalán
estados adoptaban. Las socialdemocracias homogeneizaron estas diferencias y pasaron entonces a ser las regiones las creadoras de riqueza. La región era un escenario donde conglomerados de organizaciones colaboraban entre sí como especialistas en este u otro campo. Fue la época de los denominados clústeres: Silicon Valley en California, la Kista Science City de Suecia, los clústeres informáticos irlandeses, la Baviera auto- movilística... En Europa se identificaron hasta 2.000 clústeres en diferentes regiones.
Desde los años 60, el sector servicios aumentó en detrimento de la industria. El ocio y el turismo creaban empleo. A partir del 2000, la globalización es una realidad, y la irrupción asiática favoreció más el desarrollo de las grandes urbes, especialmente si tenían puerto marítimo o buenas conexiones terrestres. Llega el desarrollo de los mercados financieros. El crecimiento basado en la deuda provocó que las empresas se situaran en las plazas financieras. Había que estar cerca del dinero. Sumemos la era de la Información y el Conocimiento. Las nuevas tecnologías se asentaban en remodeladas periferias y antiguas fábricas urbanas.
Hoy en día, las ciudades hacen ricos los países. Al contrario que tras la revolución industrial, cuando los países hacían ricas las ciudades.
¿Qué pasó con Barcelona? Desde los Juegos Olímpicos de 1992, Barcelona ha ido perdiendo notoriedad, importancia, posicionamiento y potencial. Madrid aplaudió nuestra capacidad organizativa, la imagen que supimos transmitir al mundo. Pero suscitamos preocupación. Barcelona ganaba la partida a la capital. Y se desató una política de centralización con tal de recuperar el terreno perdido.
Tanto Madrid como Barcelona se pusieron a competir una con otra. Cometieron un grave error, pues, como me indicaba certeramente mi colega José Luis Martínez Garay, lo idóneo habría sido situar el punto de mira en las ciudades del mundo que más crecían: Singapur, Shanghai, Riad, incluso ahora Ankara.
Nuestra rivalidad provinciana fue el primero de varios errores en cadena. El segundo fue que, durante los felices 00, nuestros años de bonanza, dedicamos los recursos a una burbuja inmobiliaria dispersa, orquestada desde
La sobrerregulación e inestabilidad fiscal de Barcelona ahuyentaría hasta a una gallina ponedora
cientos de pequeños municipios, atomizados, sin una estrategia coordinada, contraria a la tendencia, que exigía ciudades sólidas frente a núcleos pequeños y dispersos.
En tercer lugar, en el ámbito de las infraestructuras, qué decir que no haya explicado ya el economista Germà Bel. El Ministerio de Fomento dilapidó nuestro futuro en una red de alta velocidad que es la más extensa del mundo, pero escasamente utiliza- da, basada en un diseño radial desde y hacia Madrid cuando lo que las grandes urbes requieren no es conectarse con pequeñas o medianas capitales de provincia del interior, sino con el exterior, con las otras grandes ciudades.
Lo mismo con los aeropuertos: tenemos 50 aeropuertos, algunos no operativos ni estrenados y otros infrautilizados, mientras que Barcelona sigue careciendo de verdaderas conexiones internacionales. Es imposible compe- tir con otras ciudades del mundo siendo un aeropuerto de compañías low cost.
Respecto al mar, la única época en que Madrid fue puerto, los barcos zarpaban para cruzar el Atlántico. Todas las colonias fueron perdidas. Desde entonces, Madrid siempre ha considerado las aventuras marítimas un negocio ruinoso. Sin embargo, Barcelona bien podría ser, de largo, el puerto más importante de Europa. Podemos aún ganar esa carre-
ra a Roma o Marsella. Pero el atraso del corredor mediterráneo ha impedido que Barcelona se haya convertido ya en el único puerto europeo por excelencia.
Es anécdota, pero reveladora, el Eurovegas. Entonemos un mea culpa. No por perderlo, pues proyectos de esta magnitud puede haber muchos. Pero se demostró que la iniciativa partió de un tercero, un neo-míster Marshall, y no del propio Gobierno. Y cuando se reaccionó, fue tarde y para evitar un coste político. Quedó patente que no había estrategia ciudad, sino improvisación y contraataque con tal de salvar la opinión pública.
En otras palabras, durante los años en que tuvimos recursos, tanto Gobierno central como autonómico utilizaron las inversiones para obtener réditos políticos locales y regionales, y no se actuó conforme a un plan estratégico para que nuestras ciudades fueran el motor de nuestras eco- nomías, que era la clara tendencia mundial.
¿Las excusas para una Barcelona en declive? Que el constante goteo de multinacionales que abandonaban la ciudad condal era debido a la política lingüística, rotulación y escolarización mediante. Pero alguien que conozca de verdad cómo funcionan las multinacionales sabrá que estas no toman decisiones por las políticas lingüísticas, sino por la conexión internacional, facilidades para invertir, estabilidad fiscal y flexibilidad laboral de los lugares donde pueden ubicar sus sedes. La sobrerregulación e inestabilidad fiscal de Barcelona ahuyentaría hasta a una gallina ponedora.
En esta pugna Madrid-Barcelona, se ha producido una doble paradoja. La primera, Barcelona, ciudad menos independentista de Catalunya, ha sido la principal víctima del nacionalismo catalán.
La segunda: la creciente concentración de poder económico y empresarial de Madrid, está
La creciente concentración de poder económico de Madrid, está empequeñeciendo España
empequeñeciendo España. La prueba es que los países mejor posicionados de Europa son aquellos donde se ha invertido estratégicamente en más de una ciudad. Capital grande y única, país mediocre.
Ni Barcelona ni Madrid han salido beneficiadas de esta rivalidad. La aparente victoria de Madrid sobre Barcelona le ha servido para quedar aislada del continente y arruinada en alta velocidad con la nada.