Mil maneras de elegir a un líder
Los procesos de elección difieren entre países, pero pocas veces están exentos de controversia
En la política, cada partido se las apaña como puede –o quiere– a la hora de elegir un nuevo líder. No hay reglas universalmente reconocidas. Todo vale. Pero digan lo que digan, por muchos congresos y debates que se celebren, elegir a un líder tiene miga.
Se hizo interminable eso de las primarias norteamericanas en las que se enzarzaron los candidatos republicanos con gran estruendo y decorado del Tea Party. Figuraba que buscaban a un líder capaz de echar de la Casa Blanca a los Obama, familia sospechosa de ocultar, entre otras barbaridades, inclinaciones cripto-europesistas, es decir, tirando a socialistas, comunistas o algo incluso peor.
Y hablando de socialistas, la guerra que se libró en Francia entre los candidatos de la izquierda dispuestos a medirse con Sarkozy, sobre todo después de la estrambótica eliminación de Dominique Strauss Kahn, llegó a tener más capítulos, protagonistas, líos y temporadas que Mad men.
Ahora le toca a la derecha francesa, a la Unión por un Movimiento Popular. Tanto François Fillon como Jean-François Copé se declaran ganadores de las primarias del 18 de noviembre. Ni siquiera el arbitraje del ex primer ministro Alain Juppé ha logrado desenredar el proceso electoral.
En cuanto a España, la pugna por el liderazgo del PSOE entre Rubalcaba y Chacón habría hecho las delicias de Prosper Mérimée. Por otra parte, no hay que olvidar que Rajoy fue nombrado a dedo por Aznar (tras recibir dos negativas de Rodrigo Rato), al igual que Mas, por Pujol.
También existen elecciones celebradas a la búlgara, dinastías comunistas como la de Corea del Norte o presidentes en ejercicio que cambian las reglas de juego sobra la marcha para perpetuarse en el poder. Luego está Argentina. De todo hay en la viña del Señor. Lo importante es echarle al asunto coraje e imaginación. A decir de Baroja, es cuestión de pasar el rato.
Tomen el ejemplo de los lavongai, una etnia que, desde tiempo inmemorial, habita Nueva Hannover, una remota isla perteneciente a Papúa Nueva Guinea, que, tras verse convertida en colonia –primero alema- na y después británica–, fue ocupada durante la II Guerra Mundial por los japoneses. A partir de 1945, pasó a formar parte de un protectorado gestionado por el gobierno de Australia.
Al alcanzar Papúa la independencia en 1964, los lavongai fueron informados de que en las primeras elecciones democráticas tendrían la libertad de votar por quien quisiesen. Estos decidieron dar sus votos a Lyndon Johnson, flamante presidente de Estados Unidos. Las autoridades, contrariadas, no tardaron en comunicarles que tal decisión era del todo inaceptable. Los lavongai se cerraron en banda, negándose a pagar impuestos al nuevo Estado, prefiriendo ahorrar su dinero, hasta poder comprar al presidente Johnson.
Esta historia dio la vuelta al mundo. Los medios insistían en que se trataba de un misterioso “culto a Johnson”; una ocurrencia, en definitiva, de unos palurdos primitivos. Pero en esas arribó a la isla la antropóloga Dorothy Billings, que no tardó en descubrir que se trataba de un auténtico golpe maestro por parte de los sagaces isleños dotados con un increíble sentido del humor.
Pretender elegir a Johnson no fue más que una argucia para atraer la atención del Gobierno sobre el deplorable abandono que padecía la isla. La treta les salió redonda. Ahora bien, unos años más tarde llegaron a la isla los primeros motores fueraborda de la marca Johnson. Imagínese la que se armó.
Se acaba de celebrar en Pekín el 18.º Congreso del Partido Co- munista Chino. Los 2.270 delegados reunidos en el Gran Palacio del Pueblovotaron a mano alzada la composición del nuevo Comité Central, que dotaron de 205 miembros, que a su vez anunciaron los nombres de los 25 miembros elegidos para formar el Politburó; siete de cuales componen el Comité Permanente del mismo. Mas el nuevo presidente, Xi Jinping, no ocupará su puesto hasta la celebración en marzo del 2013 de la Asamblea Popular Nacional.
El complejo sistema chino actual, plagado de secretismo, no es más que la última entrega de una milenaria historia que las ha visto de todos los colores. Uno de los capítulos más extraños de la serie es el que protagonizaron el emperador de la dinastía Shang (también conocido como Yin) Wu Ting (circa 1324-1266 a.C.) y su asesor Fu Hao.
Wu Ting, criado entre la gente común y el más joven de cuatro hermanos, no reinó hasta después de la muerte de estos, en concordancia con las antiguas costumbres. Su padre, el legendario emperador Pangeng, pese a la encarnizada oposición de la corte, salvó a su reino y a sus súbditos gracias a que mandara trasladar la capital a la otra orilla del río Amarillo, fuera del alcance de devastadoras inundaciones.
Consciente de que los cortesanos tergiversarían cualquier cosa que dijera, durante los primeros tres años de su reinado Wu Ting no pronunció palabra alguna. Al cabo de este periodo, sólo rompió su silencio para explicar que había visto en sueños un hombre enviado desde el cielo para ser su asesor. Se hizo un retrato del desconocido siguiendo su descripción y Wu Ting ordenó que fuesen emisarios por todo el imperio para encontrarlo.
Finalmente dieron con un campesino que se parecía al retrato. Se llamaba Fu Hao. Los designios celestiales no iban desencaminados: la dinastía Yin alcanzó su mayor esplendor durante los 59 años del reinado de Wu Ting. Hasta el día de hoy, la extraordinaria historia de la ascensión al poder del campesino Fu Hao reconforta a millones de esperanzados chinos sumidos en la pobreza. Podría decirse que el sueño americano chino tuvo lugar en la Edad de Bronce.
Lo más probable es que Wu Ting conociera a Fu Hao durante su infancia pasada entre gente humilde y que lo trajera a palacio para desviar los ataques de los ambiciosos cortesanos. Muy listo. Pero, ¿quién lideró a quién?