¡Abandonen ya la ortodoxia obsesiva!
La montaña de deuda que vamos acumulando será pronto inasumible, toda una generación quedará truncada y el país entero se verá arrastrado por la depresión y la marginalidad. Es el mensaje del profesor Muns, quien lanza una advertencia: “Abandonen ya la ortodoxia obsesiva y excesiva de la estabilidad fiscal; rectificar es de sabios”.
En las últimas semanas, las principales organizaciones económicas internacionales (FMI y OCDE) y también la Comisión Europea han dado a conocer sus previsiones de crecimiento económico para este año y el próximo. Me referí a este tema, de forma global, en el artículo “La desconfianza frena la economía mundial” (28/X/2012). Hoy me parece interesante ahondar algo más en el impacto de las políticas de austeridad en la coyuntura europea, especialmente de la eurozona. Ya comenté en el referido artículo que el FMI, y en realidad todos los organismos serios que siguen la economía mundial, considera que la política de austeridad a rajatabla practicada por la eurozona se ha convertido en el principal obstáculo para una sólida recuperación económica global.
Esta política de austeridad, como he escrito en varias ocasiones, es el arma que utilizan los países acreedores de la zona euro (Alemania y sus socios) para endosar el ajuste necesario para recuperar la estabilidad y el equilibrio de la eurozona a los países deudores (los periféricos). En otras palabras, los acreedores dictaminan que la deuda debe pagarse en su totalidad y, para ello, hay que establecer un fuerte sistema de contención de la demanda doméstica de los países endeudados, de modo que, al precio de una fuerte recesión, se puedan detraer del consumo y la inversión los recursos para el pago de la deuda foránea. Como el sector privado no puede ser controlado, la manera de generar esta fuerte contención de la demanda interna es a través de la reducción acelerada del gasto público de los gobiernos de los países endeudados. Con ello, se busca parar el crecimiento de la deuda para poder afrontar, desde una posición de sostenibilidad de ésta, su pago.
Este es el razonamiento que se encuentra detrás de los famosos planes de rescate de Grecia, Portugal e Irlanda. Pero esta estrategia obsesiva e interesada de los acreedores ha fracasado. ¿Por qué? Por varias razones. La fundamental ha sido porque el rigor fiscal continuado y excesivo ha sumido a las economías que lo han padecido en una fuerte contracción, que ha hecho mella en los ingresos y gastos fiscales con tal fuerza que, para conseguir los objetivos pactados con Bruselas, ha sido preci- so adoptar más y más medidas de austeridad, que han postrado la economía en una recesión más fuerte. A su vez, esto ha vuelto a afectar a los ingresos y gastos fiscales. En definitiva, una espiral maldita de recesión y paro.
Pero lo que es más importante y grave es que esta política no ha conseguido, como se buscaba, frenar y estabilizar la deuda de los países que la han adoptado. Todo lo contrario. El caso de España es paradigmático. La deuda del Estado español no ha parado de crecer y el año próximo se acercará al 100% del PIB (40,2% en el 2008). También lo es todavía más la situación de Grecia, cuya deuda ha pasado del 113% del PIB en el e2008 al 171% este año.
Ya he indicado que el efecto depresivo de las medidas de austeridad es una de las causas de este aumento de la deuda. Otro motivo –y muy importante– es que, a pesar de lo que piense Bruselas, esta política no convence a los mercados financieros, que exigen tipos elevados de interés para renovar la deuda de estos países y aceptar la nueva que deriva de sus déficits. Así se genera otra espiral maldita: más deuda y más cara y con ello exigencias de más austeridad.
Afortunadamente, un estudio reciente del FMI, incorporado en su publicación semestral de previsiones de la economía mundial del mes de octubre, ha venido a resaltar los efectos negativos de la austeridad extrema. La conclusión del estudio es que el multiplicador fiscal, es decir el impacto negativo de la reducción del déficit presupuestario de un país sobre su PIB, o sea sobre su actividad económica, es mayor de lo que se había estimado hasta ahora. Esta revisión al alza del efecto nocivo del ajuste fiscal sobre el
Tenemos una cifra de paro de seis millones de personas y un ambiente social hecho añicos
crecimiento económico ha hecho sonar las alarmas. Aunque la posición oficial de Alemania y la de Bruselas han seguido teóricamente siendo las mismas, es decir, que el ajuste rápido es necesario para convencer a los mercados, la realidad es que Bruselas ha comenzado a soltar la mano dejando más tiempo a Grecia, Portugal y España para que consigan el ajuste fiscal pactado.
Esta visión revisada del impac- to de la austeridad fiscal ha despertado un interés renovado en combinar esta con el crecimiento económico. Pensar que este vendría sólo a partir de una situación fiscal saneada ha sido otra causa del fracaso de las políticas basadas única y exclusivamente en la austeridad. Aludía a este tema concreto en mi artículo “Sin crecimiento, la crisis se enquistará” (22/I/2012). Acababa este artículo con el siguiente párrafo: “España necesita crecer ya. De lo contrario, hay el peligro real de llegar al final del 2013 con una economía muy debilitada, una población desengañada y una deuda impagable. O sea, con la crisis enquistada y agravada”.
De acuerdo con las previsiones de los técnicos, parece que lo indicado en este párrafo se va a cumplir al pie de la letra. Y agravado con una cifra de paro de seis millones de personas y un ambiente social hecho añicos. Por esto es absolutamente urgente dirigir el foco de la política económica española hacia el crecimiento. Obstinarse en el monocultivo de la disciplina fiscal esperando que esta resuelva todos los problemas es un suicidio. Incluso el FMI y la OCDE han llamado la atención sobre los efectos per- versos de la rapidez excesiva con que evoluciona la consolidación fiscal española.
España no puede permitirse seguir en la pendiente de la recesión económica actual. No hay ortodoxia que pueda sostenerse y apoyarse ante seis millones de personas sin trabajo, el consumo y la inversión en caída libre, las infraestructuras degradándose por falta de recursos y la actividad productiva en crisis de super-
Es absolutamente urgente dirigir el foco de la política económica española hacia el crecimiento
vivencia. Evidentemente que hay algunos factores positivos que pueden infundir esperanza (exportaciones, aumento productividad), pero son pocos y se están logrando a un coste social y humano que debería hacer reflexionar seriamente a nuestros dirigentes.
Sin renegar de la estabilidad, a la que hay que colocar en un horizonte temporal realista, las autoridades españolas deben dirigir urgentemente su atención al crecimiento económico. Hay que hablar de él, hay que tomar medidas para incentivarlo, incluso al coste de rediseñar algunas que se han tomado por la fuerza de la austeridad. El Gobierno, los empresarios, la banca y los sindicatos deberían reunirse. Cada parte debería decidir e indicar qué puede hacer para ayudar al crecimiento económico y sacar al país del marasmo actual.
El Gobierno debería comprometerse a potenciar los impulsos positivos derivados de una reunión de este tipo, alejada de la propaganda política de unos y otros; un encuentro de voluntades que pudiera, entre otros muchos objetivos, dar una señal clara al país de que hay una voluntad de todos los agentes sociales para trabajar por su futuro.
Pensemos y actuemos de una vez en pro del crecimiento económico. Si no lo hacemos rápidamente, la montaña de deuda que iremos acumulando será inasumible, toda una generación quedará truncada y el país entero se verá arrastrado por la depresión y la marginalidad. Abandonen ya la ortodoxia obsesiva y excesiva de la estabilidad fiscal; rectificar es de sabios.