En el Pireo, no tributa ni el yate de superlujo
Los grandes navieros pagan menos al Estado que los inmigrantes asiáticos hacinados en el centro de Atenas; hay 2.000 griegos con elevado patrimonio en la lista de cuentas suizas y la mayoría son evasores fiscales
Al otro lado del caótico puerto del Pireo, donde los ferris zarpan cada media hora rumbo a las islas y las oficinas de las grandes empresas navieras no dejan entrar a nadie, pueden visitarse los puertos de ocio de la plutocracia griega.
En un recorrido por las marinas de Zea o Kalamaki quizá tendrá la suerte de ver el yate
Alfa Nero de Thodoros Angelopoulos, el gran naviero y siderúrgico, con su piscina que se transforma hidráulicamente en helipuerto al estilo de James Bond. O el retro Chrysalis, con cuatro chimeneas tipo Titanic, que otro naviero, John Litsis, compró para su hija. O el famosísimo Christina O, antes propiedad de Onassis, comprado en el 2000 por un consorcio de empresarios irlandeses con la ayuda de 40 millones de euros de exenciones fiscales, que ahora se alquila para fiestas a 65.000 euros al día.
Dada la ostentación a la vista en Kalamaki y Zea, puede llamar la atención que gran parte de esto pase inadvertido en la sede de Hacienda, en el centro de Atenas. Todos los grandes navieros griegos juntos, con el 16% de la flota de buques de mercancía mundial y miles de millones de euros de patrimonio, sólo pagan 20 millones de euros al año en impuestos, menos de la mitad de lo que el Estado ingresa por el trámite de permisos de residencia de inmigrantes. Puede resultar chocante también que muchos de los propietarios de estos yates no paguen impuestos sobre combustible porque –igual que aquel consorcio de Dublín que compró Christina O con dinero del contribuyente irlandés– cuentan con exenciones, ya que el yate se considera herramienta de trabajo.
Se calcula que la Hacienda griega pierde 50 millones debido a yates de uso particular que se declaran como equipos profesionales. No sólo se deduce el yate en el puerto de Zea, sino también alguna mansión en las opulentas urbanizaciones en las afueras de Atenas. Angelopoulos hasta consiguió una exención del odiado impuesto sobre residencias, una nueva tasa con firma de la troika que provocó un boicot masivo al cobrarse mediante la amenaza de cortes de luz a miles de familias en apuros. El propietario de Alfa Nero, sin embargo, logró un des-
Los navieros resumen el bluf de todo evasor fiscal: “¡Me haces pagar e izo la bandera de convenciencia!”
cuento al calificar su mansión, de 4.695 m2 en el distrito de muy alto standing de Filotehi, como una nave industrial.
Uno de los logros más sonados de la élite más o menos cleptócrata que monopoliza el poder en Grecia desde 1974 es conseguir que cuele el mensaje de que la evasión fiscal en Grecia es cosa de funcionarios descarados y pequeños comerciantes de cultura
otomana. En las oleadas de rabia antigriega que arrasan el continente desde el primer rescate, el blanco suele ser el pequeño evasor y pocos medios de comunicación apuntan hacia los navieros exentos de todo tributo. Ni hacia los promotores inmobiliarios y constructores que se benefician de precios en el mercado de la vivienda muy superiores a los registrados por el notario. Ni hacia los bancos que se inventaron estrategias de ingeniería financiera en los años de la burbuja (comprando, por ejemplo, sus propias filiales financieras) para evitar impuestos. Pocos comentan la práctica de vender petróleo como contrabando, un negocio monopolizado por un grupo de individuos de la oligarquía.
Y, por supuesto, casi ningún medio se detiene en la ausencia absoluta de controles sobre el
transfer pricing, pagos entre filiales de multinacionales como Vodafone, Amazon o Google, que prefieren declarar sus beneficios en Luxemburgo, Dublín o Amsterdam. “Los medios aquí prefieren hablar de viejos con dos pensiones o ciegos que cobran la invalidez pese a que puedan ver”, dice el inspector de hacienda Aggelos Kouros.
Esto no es de extrañar, quizá, ya que casi todos los medios de comunicación en Grecia pertenecen a multimillonarios de la élite griega, la mayoría de ellos navieros. El veterano magnate naviero Arastides Alafouzos es propietario del diario de referencia, Kathi
merini. Su rival, Victor Restis, tiene el 40% del diario de mayor ti- rada, Proto Thema. La poderosa familia naviera Vardinoianis tiene canales de televisión como Mega Channel y Star.
La ausencia de crítica en los medios a la endémica evasión fiscal de la élite griega es un gran logro de relaciones públicas y gestión de imagen. Porque sólo hace falta echar un vistazo al gráfico de esta página para comprobar que los problemas presupuestarios que provocaron la crisis se deben, en gran parte, a la incapacidad del Estado para cobrar impuestos a la élite empresarial.
Mientras los ingresos por impuestos al asalariado subieron casi el 75% del 2002 al 2010 (y mucho más después), los ingresos por impuestos sobre el capital han caído. Los ingresos tributarios en Grecia se sitúaban 10.000 millones de euros por debajo de la media europea (el 20% del PIB frente al 26%). Ante la adopción inminente de una nueva batería de subidas de impuestos sobre cada renta y gasto de la familia media griega, no es de extrañar que el partido que más crece en la oposición –Syiriza– esté apuntando a la élite. “Una tercera parte de nuestra deuda pública corresponde a evasión fiscal”, dice Aggelos Kouros, un inspector de Ha- cienda que trabaja para el partido de oposición Syriza. “Y no estoy hablando de fontaneros que no dan recibos”.
Bajo el control de la troika, el Gobierno griego es supervigilante con el contribuyente de a pie. Cada griego debe presentar recibos correspondientes al 25% de sus gastos anuales (sin incluir servicios públicos), si no se le aplica una sanción. Nada se vende ya en Atenas sin recibo.
En cambio, las navieras se escapana de todo control. Su estatus especial figura en la Constitución. “Antes, las navieras se consideraban un sector estratégico ya que daban empleo a 100.000 marineros y trabajo a los astilleros griegos”, dice un exfuncionario del Ministerio de Asuntos Maríti- mos. Muchas navieras era filántropas y patrocinaban museos y centros culturales. “Ahora el sector tiene mucha menos importancia y se debería renegociar este estatus de privilegio y obligarles a pagar más impuestos”, sentencia el exfuncionario.
Ahora, las navieras pagan impuestos sobre el tonelaje de los barcos que gestionan. No pagan ningún impuesto sobre beneficios. El Gobierno de Andonis Samaras negoció un impuesto de solidaridad de 80 millones hasta el 2014, que algunas navieras ya han aceptado. “Pero 80 millones no es nada y es un impuesto único que sólo se paga una vez”, afirma este exfuncionario que abandonó el ministerio tras filtrar a la prensa un documento de la Comi- sión Europa pidiendo mayores impuestos sobre las navieras.
El sector naviero es el caso paradigmático del evasor fiscal empresarial en la economía globalizada que amenaza con marcharse del país a un territorio offshore. Desde los años 70, las navieras griegas han utilizado la bandera de conveniencia como el perfecto paraíso fiscal más allá de cualquier control estatal, bien sea tributario o laboral. Tienen 3.996 barcos bajo bandera de conveniencia y 2.096 con bandera griega. “Si se les mete un impuesto amenazarán con pasarlo todo a la bandera de conveniencia, pero es un bluf; necesitan el Estado para hacer lobby en foros multilaterales como la Organización Marítima Internacional”, dice el exfuncionario. “Pueden pagar mucho más sin marcharse”, asegura.
“Habría que exigirles también más contratos para griegos en sus barcos y que hagan reparaciones en los astilleros de aquí”, añade. Porque privados ya de las subvenciones públicas y con pocos contratos militares, los astilleros del maltrecho distrito portuario de Perama, cerca de Atenas, no tienen mucho más trabajo que la construcción de algún yate de lujo para otro miembro de la élite.