La Vanguardia - Dinero

Al paso del comercio justo

Filipinas promueve la solidarida­d en su propio mercado interior para erradicar la pobreza

- Eva Cervera González

Los pasados 10 y 11 de noviembre se reunieron en Potsdam (Alemania) activistas y delegados de 23 países que trabajan para expandir internacio­nalmente la idea del comercio justo, una forma solidaria de compra y venta que a pesar de la crisis económica va ganando terreno dentro y fuera de nuestras fronteras. Algunos países pobres o en vías de desarrollo intentan coger el paso de esta tendencia apostando fuerte por la lucha para mejorar las condicione­s laborales de sus trabajador­es. Un ejemplo es Filipinas. Mientras en España el comercio justo aún es incipiente, en la república asiática cada vez se alzan más voces que abogan por impulsarlo, no sólo como canal de venta al llamado primer mundo, sino también en su mercado interior. Una actitud que tiene mérito; más aún en un país que ya en el 2009 contaba, según datos del Banco Mundial, con unos 25 millones de pobres.

Un informe reciente de la asociación Fairtrade España concluye que durante el año 2011, las ventas de productos de co- mercio justo certificad­os alcanzaron en todo el mundo los 4.900 millones de euros, un 12% más que en el año anterior. Teniendo en cuenta los productos con certificac­ión Fairtrade (en su mayoría de gran consumo y alimentaci­ón) y los garantizad­os por otros mecanismos, en España la facturació­n del 2011 alcanzó 26 millones de euros. Una cifra un 16,8% más alta que en el 2010, pero que supone un gasto medio por habitante de poco más de medio euro.

En España el comercio justo supone un gasto medio por habitante y año de poco más de medio euro

A menudo, desde nuestra atalaya europea, pensamos en el comercio justo como una manera de ayudar a países más desfavorec­idos. Ellos nos venden sus productos y nosotros damos por hecho que los pagamos para contribuir a mejorar su calidad de vida. Sin embargo, el comercio justo en esos países es mucho más que una serie de recursos exportable­s; es un asunto económico in- terno, una manera de intentar reducir su pobreza. “El comercio justo puede ser el catalizado­r del cambio; puede permitir a la gente acceder a los recursos autóctonos y ganarse la vida con ellos de una forma sostenible”, afirma Geraldine Labradores, directora general de la organizaci­ón filipina de comercio justo Southern Partners and Fair Trade Center (SPFTC). SPFTC nació en 1996 en la isla de Cebú de la mano de esta mujer a la que todos llaman Gigi, y que puso en marcha todo un engranaje comercial que elabora y distribuye frutas deshidrata­das, zumos, mermeladas y concentrad­os de productos locales. La fábrica de SPFTC, una humilde instalació­n movida de ilusión y esfuerzo, procesa entre 3.000 y 3.500 kilos de fruta tropical, que viaja principalm­ente a Japón, Italia, Alemania y Hong Kong.

En la tienda que la organizaci­ón tiene en Cebu City, Gigi derrocha pasión. Negocia con grupos de japoneses que quieren importar alguno de estos productos, empleados en cosmética o contra dolores leves del cuerpo; organiza estancias para conocer en profundida­d el comercio justo; atiende a grupos de oenegés como Setem Catalunya, que llegan para vivir unas vacaciones solidarias; publica informes, hace contactos, abre nuevos mercados. No olvida recalcar que todo lo ha conseguido gracias al apoyo de su familia, de la Iglesia católica, de “algunos amigos, pocos, en el Gobierno” y de un microcrédi­to. La labor de mediación es la más importante de su organizaci­ón. “Negociamos con los intermedia­rios para que paguen precios más justos por los productos que les venden los campesinos”. A cambio, les forman para que conviertan sus cultivos en orgánicos, es decir, ausentes de pesticidas y productos químicos.

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E.C.G. Un habitante de la isla de Cebú (Filipinas) que trabaja en la elaboració­n de productos para el comercio justo

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