Rajoy se olvida de la agenda reformista
La política reformista debería tomar el relevo a la política de austeridad presupuestaria que ha llegado a un punto, que de mantener los recortes sería contraproducente. La falta de consumo está frenando el crecimiento y este a su vez impide que Hacienda recaude más, lo que imposibilita el cumplimiento de los objetivos de déficit público. Este círculo vicioso se agrava porque los mercados desconfían de las posibilidades del país para hacer frente al pago de los vencimientos de deuda, lo que hace subir los tipos de interés que absorben una buena parte de lo que se había conseguido ahorrar con los recortes.
Para escapar de este bucle infernal y entrar en un círculo virtuoso, como el logrado en 1996 cuando el PP llegó al poder bajo la batuta de José María Aznar, hay que poner el énfasis en la transformación de nuestras estructuras productivas para ser más competitivos.
Como me comentó el vicepresidente de la Comisión Europea, Joaquín Almunia, cuando estaba escribiendo Los días que vivimos peligrosamente (editorial Planeta), “el problema de España se llama 940.000 millones de euros, que es lo que debe al exterior. Para pagar esta extraordinaria suma, la única opción es vender productos y servicios en el extranjero. Para ello es necesario poder ofrecer una relación calidad-precio mejor que los competidores. Esto hace imprescindible reducir sus costes de producción. Dado que los más importantes son los laborales, energético y financiero es imprescindible afrontar un profundo cambio para salir de esta crisis. Y eso va a costar tiempo, aunque dependerá del ritmo y la intensidad con que el Gobierno realice esas reformas”.
Cuando el Gobierno de Mariano Rajoy llegó a la Moncloa despertó enormes expectativas. Los cien primeros días estuvieron impregnados de una fiebre reformista: reducción de altos cargos y de 448 organismos públicos; ley orgánica de Estabilidad Financiera; reducción del número de organis- mos reguladores; reforma del sistema financiero; reforma laboral; recorte salarial del 25% de los directivos de las empresas públicas; eliminación de un centenar de consejeros; plan para eliminar la deuda de las administraciones públicas con sus acreedores; reforma de la ley hipotecaria para las familias más humildes; reestructuración del sector público empresarial; ley de Transparencia para inhabilitar a los cargos públicos por su mala gestión.
Rajoy pretendía dar un sentido de urgencia a su acción de gobierno con el fin de transmitir confianza, tanto en los ciudadanos como en los inversores. Pero muy pronto se puso de manifiesto que la mayoría de estas reformas no tenían calado político. Más que reformas eran parches, cuando no meros enunciados que luego ni se cumplían.
Después comprobamos que la lógica económica se supeditó a la política. La agencia reformista debía esperar hasta que pasaran las elecciones territoriales. Este año se han celebrado cuatro comicios que han condicionado su actuación: las elecciones andaluzas, vascas, gallegas y catalanas.
Esto no significa que Rajoy no haya hecho nada. Probablemente en este año de Gobierno conservador se hayan reformado más cosas que en los siete de Zapatero y que en los ocho de Aznar, pero es insuficiente para sacar al país de la crisis. En la agenda política se ha abierto una ventana de oportunidad para retomar la agenda reformista, ya que durante dos años y medio no habrá comicios. Sin embargo, el impulso reformista del Gobierno pierde fuelle día a día, según se dice en voz baja en los pasillos del poder.
Aún está pendiente rematar la reforma laboral que sigue sin resolver la dualidad de la contratación laboral entre fijos y precarios. La reforma financiera está encarrilada, pero sigue sin ordenarse el mapa bancario y el ban-
En los pasillos del poder se dice que el impulso de los cien primeros días se diluye paulatinamente
co malo no ha arrancado. La reforma energética se ha limitado a una subida de impuestos. La reforma fiscal se mantiene a la espera, igual que la sanitaria o la educativa. Por no hablar de la reforma de las pensiones, que duerme el sueño de los justos... Y de la financiación autonómica ni siquiera hablamos...