Japón busca la inflación perdida
El favorito en las elecciones japonesas quiere subir precios y bajar la deuda del 250% del PIB
Viva la inflación! Puede ser la consigna del nuevo gobierno japonés si, tal como se prevé, el candidato liberal Shinzo Abe se impone en las elecciones generales que se celebran hoy. Todo indica que Abe no sólo quiere reactivar la coyuntura económica japonesa –ahora atravesando la quinta recesión en los últimos 20 años– sino que pretende acabar, de golpe, con dos décadas de deflación (precios decrecientes).
Abe hasta ha expresado públicamente en la campaña electoral que el banco central nipón debería financiar un new deal a la japonesa mediante la compra de bonos de construcción por valor de billones de yenes. Para Abe, el Banco de Japón debería hacer lo necesario para alcanzar una tasa de inflación del 2% o incluso del 3%. Si esto desencadena también una depreciación del yen para estimular las exportaciones, bienvenida sea.
Si basar una campaña electoral en la promesa de hacer todo lo necesario para subir precios es un buen indicio de la dinámica perversa de la economía japonesa 25 años después del gran pinchazo de su burbuja inmobiliaria, cabe recordar que hay muchas similitudes con la zona euro actualmente: “La cuestión es si Europa está caminando por el mismo camino que Japón”, advierte Sebastian Mallaby, economista del Consejo de Relaciones Extranjeras.
Abe calcula (con un buen criterio que quizás escasea en la zona euro) que es imposible rebajar la estratosférica deuda pública japonesa –el 250% del PIB– sin una buena dosis de inflación. Las subidas generales de precios reducen automáticamente el valor de la deuda, aunque el impacto sobre los tipos de interés elevan los costes de financiación de la deuda.
En los últimos veinte años, la clave del trabajo delicado de gestionar la megadeuda japonesa ha sido el control de estos costes de financiación. Resulta inverosímil visto desde España, pero Japón, con una deuda tres veces mayor que la española, ha logrado mantener los tipos sobre sus bonos del Estado por debajo del 1% durante 15 años. Esto es posible porque más del 90% de los inversores en bonos del Estado japonés son ahorradores nacionales.
Pero hay motivos para pensar que la fórmula ya se agota, según explicó en una entrevista mantenida el mes pasado en Tokio Richard Murphy, economista estadounidense de la Universidad de Japón. “Hace medio siglo que Japón no depende de los caprichos de inversores internacionales para financiar su deuda, pero esto puede estar a punto de cambiar”, dijo. “No hay ningún escenario que permita salir de esto sin que algo salte por los aires porque las dimensiones de la deuda son demasiado grandes”, dijo. Por si tener una deuda dos veces y medio mayor que el PIB no fuese suficiente, la deuda pública japonesa equivale al 93% de todos los acti- vos privados de las familias japonesas, según los cálculos de Murphy. En EE.UU. equivale al 41%. “Reembolsar la deuda japonesa aniquilaría todos los activos de las familias japonesas de un plumazo”, dice.
Gavyn Davies, ex economista jefe de Goldman Sachs en Londres coincide: “El viejo modelo japonés esta en vía muerta; la combinación de una población envejecida, un sector manufacturero poco competitivo, una infraestructura energética rota y votantes que no quieren pagar más impuestos, es una mezcla tóxica”. El ahorro nacional que ha financiado la deuda hasta ahora, difícilmente se mantendrá en una sociedad en la que se venden más pañales para ancianos que para bebés.
Murphy plantea que dos de los pilares de la estrategia que ha hecho sostenible la gigantesca deuda japonesa ya empiezan a tambalearse. Primero, un superávit por cuenta corriente que –al igual que el robusto ahorro privado–
Debido al envejecimiento global se venden más pañales para ancianos que para bebés
ha protegido a la deuda japonesa de los avatares de los mercados. Segundo, los bajos tipos de interés. “En los próximos diez años Japón va a registrar déficit por cuenta corriente; y hay indicios de que habrá más demanda de crédito en la próxima fase, lo cual puede generar presiones alcistas sobre tipos”, dice Murphy.
Paradójicamente, la recuperación de la demanda y de la inflación que Abe pretende ocasionar con las políticas expansivas puede resultar dañina. “La deuda ha sido fácil de financiar porque no hay demanda de crédito en el sector privado”, dice Murphy. “Las empresas han estado desendeudándose durante décadas lo cual ejerce presiones bajistas sobre los tipos”.
Pero ahora muchos economistas temen un repunte de tipos en Japón, a la vez que se vuelve más dependiente de los mercados internacionales para financiar su deuda. “Se empieza a ver un repunte de salarios en Japón por primera vez en veinte años; esto generaría más demanda de viviendas y otros bienes. O sea que puede ser que el largo estan- camiento está tocando a su fin”.
“Eso es bueno en algún sentido”, dice. “Pero significa también que las empresas empezarán a buscar financiación de nuevo y esto provocará presiones alcistas sobre tipos, lo que en Japón es un problema enorme”. Es decir, que Abe puede acabar por arrepentirse si consigue lo que quiere.