Gélido verano praguense
Tras la dimisión del primer ministro, el país es gobernado por un gobierno de ‘expertos’
Llegó a hacer calor en Praga durante los últimos días de la primavera. Y hubo en la República Checa, un año más, inundaciones. Pero estrenaron el verano los estoicos praguenses y las hordas de turistas bajo incesantes lluvias y un frío que pelaba. El calor que emitían las estufas encendidas en medio de las terrazas desiertas de incontables bares y restaurantes sólo servía para aliviar la angustiosa espera de corrillos de ociosos camareros.
Las inclemencias del tiempo eran propicias para que el viajero buscara refugio en uno de los maravillosos cafés que siguen dando testimonio –¡y con qué estilo!– de su pasado austrohúngaro. El elegante y modernista Obecní Dum, sito en la planta baja de la Casa Municipal (de ahí su nombre), es un lugar perfecto para sentarse y tomar el pulso de esta república centroeuropea que se hallaba en plena verbena de san Juan sin petardos ni primer ministro.
Con el The Prague Post –un periódico en inglés publicado semanalmente; la prensa en español es inexistente– desplegado sobre un humeante té negro, servido en una taza de finísima porcelana, uno se entrega a la lectura de la crónica de la defenestración del primer ministro Petr Necas, apodado Don Lim
pio por ser un adalid de la honorabilidad. Su apodo se transformó en burla la noche del último 13 de junio, cuando 400 policías, tras 18 meses de intensa investigación policial llevada a cabo al estilo de The wire, participaron en una redada que acabó con el arresto de Jana Nagyová, mano derecha y presunta amante de Necas, y otras siete personas relacionadas con su gobierno. Fueron acusados de delitos que incluían cohecho y abuso de poder. La policía incautó 150 millones de coronas checas (5,8 millones de euros según el cambio actual), varias docenas de kilos de oro y unas cuantas cajas de documentos.
Viendo los tranvías –algunos todavía de inconfundible factura soviética– atravesar calles adoquinadas flanqueadas por hileras de vetustos edificios envueltos en misterio, resulta difí- cil circular por Praga sin creerse metido en una película de espías de las de antes. La sensación se intensifica al enterarse uno de que la señora Nagyová utilizaba inteligencia militar para espiar una serie de personas, incluyendo la esposa de Petr Necas.
Puesto que nunca iba a escampar, no había más remedio que recorrer Praga bajo la lluvia. Las terrazas de los bares estarían desiertas, pero en las calles del centro no cabía ni un alfiler. Se cruzaba el puente Carlos como en medio de un precipitado éxodo medieval pasado por agua. Era menester repartir y recibir empujones a fin de ver de cerca el famoso reloj astronómico.
Las aceras son mosaicos hechos de blancos y negros cubos de piedra un poco más pequeños que un cubo de Rubik. En un momento de despiste, uno podría creerse en Lisboa, si no fuera porque los dibujos son menos elaborados y porque, a diferencia de la capital lusa, todas los comercios están abiertos. Aunque, eso sí, la palabra sleva (rebajas) adorna muchos escaparates. Otra dife- rencia es el hecho de que la economía checa parece estar capeando con mayor éxito la crisis gracias a su moneda, la corona; Portugal, en cambio, ha quedado atrapado en la eurozona.
El espíritu de Kafka es omnipresente. Tanto, que es legítimo sospechar que el volumen del
merchandising que lleva su nombre mantiene a flote la economía local. Sería interesante averiguar cuántos de los turistas que lucen
El nuevo primer ministro checo es economista y se llama Jiri Rusnok; es un tecnócrata; otro más
camisetas o calcetines con la rostro del escritor hayan leído siquiera una frase de su obra. Y pensar que Kafka ordenara a su amigo Brod que quemara todos sus inéditos escritos, es decir, prácticamente la totalidad de su producción literaria… ¡toda en alemán! En fin, no hay que olvi- dar que Franz Kafka era un bromista de mucho cuidado.
Las tardes en el Obecní Dum son una delicia. Un pianista toca melodías de Cole Porter, mientras un camarero recorre el café empujando un carrito repleto de pasteles recubiertos de chocolate y nata en cantidades suficientes para producir en cualquiera una súbdita sobredosis de colesterol. Los japoneses deben de ser muy golosos porque antes de ingerir con deleite un inmenso pedazo de Sachertorte lo fotografían media docena de veces.
Otras mesas están ocupadas por praguenses de toda la vida: acicaladas señoras con severos moños y antiguas alhajas en los dedos; y caballeros que, debido al frío, han acudido a la cita veraniega vistiendo trajes de gruesa lana que apesta a naftalina. Miradas furtivas; enigmáticos gestos. Al culebrón político la prensa añade cada día la última entrega del periplo del exempleado de la CIA fugado Edward Snowden. ¿Se ha entregado el mundo entero al espionaje? Sensación de estar presenciando el estreno de la segunda parte de la guerra fría. En 1965, el melenudo poeta
beat estadounidense Allen Ginsberg fue expulsado de Cuba por, entre otros atropellos, exigir la libertad de los perseguidos homosexuales cubanos, o por afirmar que Raúl Castro era gay. Hizo escala forzosa en Praga rumbo a Moscú. No podía dar un paso sin que lo siguieran varios espías. Pero algunos estudiantes estaban familiarizados con su poesía, y, el Primero de Mayo, que era una gran fiesta en toda Checoslovaquia, fue solemnemente nombrado Kral Majales, el rey de mayo, y tocado con una corona de cartón piedra fue paseado en loor de multitudes por las antiguas calles de Praga sentado en un trono.
Ha pasado casi medio siglo desde 1965 y en la zona de tránsito del aeropuerto de Moscú se hallaba atrapado el joven Snowden. Decía la prensa que si lograra volar a Cuba lo recibiría Raúl Castro, y tal vez incluso el propio Fidel. Sigue habiendo espías por todas partes. El nuevo primer ministro checo se llama Rusnok. Es un tecnócrata. Otro más.