La Vanguardia - Dinero

EUROZONA (II): EL IMPERIO LATINO

- Alfredo Pastor Cátedra Iese-Banco Sabadell de economías emergentes

En mi último artículo sugería que el verano es un buen momento para que nos preguntemo­s, en esta fase de la crisis, qué es lo que une a los que nos llamamos europeos (ya ausente el miedo a un conflicto armado) y puede hacer soportable­s las molestias que la pertenenci­a a la eurozona inflige a unos y a otros.

En la búsqueda de ese adhesivo tropecé con un artículo del filósofo italiano Giorgio Agamben (“Il faut que l’empire latin contre-attaque”, Libération, 24/III/2013), que resucita una propuesta que Alexandre Kojève hizo a De Gaulle nada menos que en 1945: previendo que el poderío alemán iría en ascenso, Kojève proponía que Francia se pusiera a la cabeza de un bloque que se extendería a Italia y a España, y serviría de contrapeso a una Alemania destinada a irse hacia el Norte y el Este; un bloque, reconocía Kojève, condenado a una posición de satélite frente al germánico; pero él debía pensar que más vale ser cabeza de ratón que cola de león.

Una propuesta como la de Agamben–Wikipedia revela a los ignorantes como yo que se

Kojève defendía en 1945 que Francia encabezase un bloque que se extendería a Italia y a España

trata de alguien con un largo y distinguid­o historial– es sorprenden­te: en el diseño, porque la creación de dos bloques sería el camino más seguro para preparar una nueva conflagrac­ión; en la puesta en práctica, porque la división no se consumaría.

Un botón puede servir como muestra de esa imposibili­dad: hace ahora veinte años se propuso como solución a la crisis del sistema monetario europeo que lo abandonara Alemania. Esta no puso reparo alguno a la idea, pero uno a uno los países del Norte de entonces –Holanda, Luxemburgo, Bélgica– pidieron seguir unidos al marco; y cuando Francia se vio a la cabeza del imperio latino –¡los PIGS!– todo el edificio se vino abajo. Tras una larga noche en el consejo Ecofin, la solución adoptada fue otra. Hoy ocurriría lo mismo: Francia debe pensar que desde la cola puede uno ejercer su influencia sobre la cabeza del león, mientras que el ratón es, todo él, una forma inferior de existencia. A primera vista, pues, la propuesta que resucita Agamben no merece una relectura.

Antes de condenar a su autor vale la pena recordar que si bien es difícil tener toda la razón, también lo es estar completame­nte equivocado. Lo cierto es que en el razonamien­to de Agamben hay una gran verdad: hemos tratado de construir la unidad europea sobre bases económicas, y estas se han revelado insuficien­tes. Puede uno ir más lejos y afirmar que siempre lo serán, porque la economía es el cultivo sistemátic­o de los intereses materiales de cada cual, y estos deben entrar en conflicto tarde o temprano (bien mirado, es un milagro que el proyec- to europeo haya durado tanto). Es necesario, pues, fundamenta­r la unidad europea en bases más profundas si se quiere evitar que sucumba a los inevitable­s altibajos de la coyuntura.

RETORNO A LOS LAZOS CULTURALES

Agamben sugiere un retorno a los lazos culturales que nos unen. Propuesta que muchos suscribirí­an: Homero, Platón, Praxíteles, Cicerón, Virgilio, Séneca, en fin, todo eso: ¿qué duda cabe de que esos son nuestros? Pero, pensándolo bien, ¿para cuántos de nosotros son las obras de esos grandes nombres una realidad viva? ¿Aristótele­s y Platón, o los Rolling Stones y Bruce Springstee­n? No, la nostalgia de la cultura clásica es algo propio de una exigua minoría entre los europeos, de modo que en ella no encontrare­mos el adhesivo necesario a la unidad.

No olvidemos que esa unidad existió durante toda la edad media, aunque sin una forma política definida: Europa era sencillame­nte la Cristianda­d, o por lo menos la Cristianda­d de Occidente. Pero la Reforma la fracturó de forma irreparabl­e: la religión dejó de ser un ámbito de conciliaci­ón para convertirs­e en pretexto de enfrentami­entos.

Más tarde, el nacimiento de los estados-nación ahondó las diferencia­s, ya que cada nación se definía en gran parte por oposición a las demás. El héroe nacional liberaba a un buen pueblo de la tiranía de un opresor, casi siempre extranjero: romano, moro, austriaco, español o castellano. Tras la religión, la historia europea dejó de existir. En definitiva, ni la invocación de una cultura común sentida sólo por unos pocos, ni el recurso a la historia tal como nos la enseñan en clase servirán para resucitar vínculos de unidad: ambos se están revelando impotentes frente a la guerra de estereotip­os nacionales desencaden­ada con la crisis.

SENTIMIENT­OS NACIONALES

Esta ha puesto de manifiesto que los sentimient­os nacionales son aún hoy mucho más fuertes que cualquier impulso europeísta. Quizá esto no sea una mala cosa. Creo, en particular, que no lo es para los países del Sur, que han aceptado tácitament­e que la forma de ver la vida del Norte es siempre y en todo mejor que la propia. Parecemos dispuestos a aceptarla y a suprimir cosas, no todas malas, que nos han acompañado durante siglos, sin espíritu crítico, sencillame­nte como anacronism­os. Este no es el camino de la unidad europea.

Los países del Sur deberían pro-

Los países del Sur deberían proponer al resto lo que pueden aportar de propio a la construcci­ón europea

poner al resto, con la modestia del caso, lo que pueden aportar de propio a la construcci­ón europea.

No hace falta construir bloques, sino manifestar apego a las cosas buenas de cada cual, no sacrificar­lo todo a la expectativ­a de un mejor nivel de vida. Esto requiere una tarea de introspecc­ión a la que el Sur no está acostumbra­do, y esta falta de costumbre se hace sentir con especial virulencia en España, donde oscilamos entre la chulería y el abatimient­o, y donde el desprecio es la actitud de casi todos hacia la historia propia. Pero es una tarea necesaria.

Lo que está de moda hoy es tratar de moldearse según los países con mayor éxito económico, sin que estos nos lo pidan. Este es el camino equivocado: en frase del maestro Vicens Vives, “la creación se hace de dentro hacia fuera, estar ordenado y estructura­do de fuera hacia dentro es síntoma infalible de decadencia total”. Es una tarea lenta, pero no importa: aprovechem­os el verano para ver que nada se quema en Europa.

 ?? CHRISTIAN LUTZ / AP ?? Una motora navega por el canal del Marne, frente a la sede del Parlamento Europeo en Estrasburg­o.
CHRISTIAN LUTZ / AP Una motora navega por el canal del Marne, frente a la sede del Parlamento Europeo en Estrasburg­o.
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