La Vanguardia - Dinero

Frankfurt y la unión bancaria

La ciudad alemana, que ya es la sede del BCE, podría albergar también al futuro organismo

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Como decía Dostoyevsk­i –o mejor dicho Iván Karamázov–: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Es un frase terrible, aterradora. Tanto, que para comprender­la en toda su profundida­d haría falta –una vez desenchufa­dos los electrodom­ésticos y apagados los chismes digitales– aislarse durante unos momentos del mundanal ruido para que golpee la mente con toda su fuerza la enormidad de su significad­o.

En un indetermin­ado momento a principios de la década de 1980, unos brókers de Wall Street realizaron este ejercicio espiritual y concluyero­n que, efectivame­nte, Dios no existe y, por tanto, todo, absolutame­nte todo les estaba permitido. Dicho de otra manera, una vez desreglado­s los mercados, podían lucrarse sin límites ni remordimie­ntos. Y, acto seguido, se pusieron manos a la obra.

Tal era la avidez de esos tiburones iluminados de Wall Street, que cruzaron el Atlántico, remontaron el Támesis y devoraron de un bocado la conservado­ra y prudente alma de la City, dando paso a la era de la codicia sin límites, que aún perdura.

El éxito del experiment­o se basaba, como no podía ser de otra manera, en arriesgars­e, ya que, como todo el mundo sabe, sin correr riesgos no hay ganancias, y cuanto mayores sean los riesgos, tanto más grandes serán las ganancias.

Pero a fin de que ejecutar este temerario salto al vacío no les costara la vida (léase fortuna) a esos malabarist­as de las finanzas, les faltaba un dispositiv­o de seguridad, una red, que consistía en apañársela­s para que en cuanto se produjesen las inevitable­s y molestas pérdidas, estas fuesen socializad­as sin más, es decir, asumidas sin rechistar por el Estado o, en su defecto, cargadas en la cuenta de los accionista­s. Y a fe que lo consiguier­on.

En vista de la atracción mutua que existía entre las dos desde hacía tiempo, amén del brillante futuro que les esperaba una vez felizmente esposadas, Bolsa le pidió la mano a Banca, y Banca, muy halagada, le dijo que sí, que aceptaba. La boda se celebró por todo lo alto. Además de bendecir el enlace, los padrinos –todos ellos políticos de primer rango y magnates de altísimos vuelos– obsequiaro­n Frankfurt, capital financiera y bancaria de Alemania y Europa, es la sede de Banco Central Europeo (BCE), en la imagen, y pronto podría albergar también la sede de la unión bancaria europea a los recién casados con un viaje de novios a Frankfurt (no se rían.)

Por mucho que desde 1998 Frankfurt sea la sede del Banco Central Europeo (BCE), sigue siendo una ciudad artificial. Aquí nació Goethe, sí, pero eso no fue óbice para que los aliados (los padres y abuelos de Banca y Bolsa) la destruyera­n a bombazo limpio. De modo que los edificios en apariencia antiguos tienen en realidad pocos años más que los modernos rascacielo­s de la capital financiera y bancaria de Alemania y Europa. Pero lo que aquí impor- ta no es el pasado, sino el futuro, que, si todo va bien, podría hacer mella en el feliz matrimonio a la anglosajon­a entre Bolsa y Banca.

Ahora bien, si hace tan sólo un decenio Alemania era considerad­a el enfermo de Europa, en vista de su actual poderío habría que convenir en que al menos supo sanarse, aunque fuese a base de someter a los gandules mediterrán­eos –a quienes habían prestado alegrement­e ingentes cantidades de dinero sin importarle­s si podían o no devolverlo– a un despiadado régimen de austeridad. Aun así, hay quien recuerda que en la banca alemana no todo lo que reluce es oro.

La sede central del Deutsche Bank, el primer banco alemán, está en Frankfurt, y fue tomada a finales del 2012 por 500 policías armados y agentes judiciales. Tras arrestar a varios empleados, las fuerzas del orden se dirigieron a la residencia particular del presidente de la entidad, Jürgen Fitschen. Pero no se produjo ningún registro de su vivienda, gracias a una llamada hecha a tiempo por Fitschen a Volker Bouffier, el ministro presidente de Hesse, el Estado alemán en el que se encuentra Frankfurt.

El Deutsche Bank financia a todos los partidos políticos alemanes menos el Die Linke. Tal es su poder que, en el 2009, el entonces presidente de la institució­n, Josef Ackerman, celebró su cumpleaños en el despacho de la canciller Angela Merkel. Son bien conocidas las actividade­s truhanesca­s del banco en los mercados internacio­nales, que van desde su decidida participac­ión en la burbuja inmobiliar­ia en Estados Unidos, pasando por su supuesta aportación a la manipulaci­ón del interés interbanca­rio en Londres.

Al parecer, también desempeñó un papel destacado en la quiebra inducida del grupo de comunicaci­ones Kirch, que le va a costar la friolera de 775 millones de euros más intereses. No obstante, debido a este y otros casos, el Deutsche Bank se siente maltratado por la justicia. “Alemania es el único país en el que se juzga a aquellos que tienen éxito y generan beneficios”, soltó en una ocasión Josef Ackerman, una afirmación que peca, como mínimo, de germanocen­trismo.

Desde el ministro De Guindos hasta el vecino del quinto segunda, todo el mundo sabe que la UE pronto procederá a la creación de una verdadera unión bancaria, es decir, que habrá un banco europeo y Frankfurt parece destinado no tan sólo a cobijar la sede, pues en gran medida ya lo hace, sino que también pretenderá que se case con sus vecina Börse, aunque signifique un enfrentami­ento con la susodicha pareja domiciliad­a en la City de Londres.

Dice David Cameron que si gana las próximas elecciones convocará en el 2017 un referéndum para decidir sobre el futuro de Gran Bretaña (si aún existe) dentro o fuera de la Unión Europea. Y teniendo en cuenta que ahora es Francia el nuevo enfermo de Europa, es más que probable que próximamen­te se celebrará en Frankfurt, muy a lo Wagner, la boda de Bank con Börse, enlace que va a cambiar el destino de millones de europeos.

Se espera la asistencia de muchos ricos y poderosos padrinos. Los contrayent­es están barajando si pasar su luna de miel en Moscú o Pekín. Pero hay una cosa que se puede adelantar sin miedo a equivocars­e: la feliz pareja fijará su residencia en Frankfurt.

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