La Vanguardia - Dinero

El gen del afilador

- FERNANDO TRÍAS DE BES ESCRITOR, ECONOMISTA Y PROFESOR ASOCIADO DE ESADE

Hace diez años creíamos en un efecto aditivo (librerías físicas y digitales en convivenci­a), no sustitutiv­o, pero cada vez hay menos librerías”

El otro día me crucé con un afilador por la calle. Iba con su motociclet­a, cuyo motor, a su vez, hacía girar los discos con los que afilaba los cuchillos. Trabajaba solo y, en lugar de llamar a los timbres de las casas o de concertar visitas con sus clientes, utilizaba como reclamo su flauta de Pan, un silbato de varias notas por las que emitía pequeñas escalas que se oían desde las casas. La gente se asomaba a la ventana y alguno le daba el alto de viva voz. Bajaba las escaleras, le entregaba sus cubiertos y, tras ser afilados, abonaba el servicio en efectivo.

Esta figura ambulante pertenece a un tiempo lejano. Retrocedam­os a los tiempos inmemorial­es en que eran la norma general. En cierto momento empezó a irrumpir en Europa el pequeño comercio, los locales a pie de calle. Es posible imaginar cómo se extendía el pavor entre los vendedores ambulantes:

- “La gente preferirá los comercios, los establecim­ientos, más modernos, más confortabl­es, con más surtido… dicen que la venta ambulante desaparece­rá… ¿Qué va a ser de nosotros?”.

- “No os preocupéis”, responderí­a alguno, “habrá clientes para ellos y para nosotros. ¡Siempre hará falta la venta ambulante!”.

Así son los grandes cambios: durante unos años conviven figuras en declive con otras en auge. En nuestra era, esto acon- tece con las nuevas tecnología­s. Conviven, de momento, oficios de siempre con los del futuro y da la sensación de que vivimos en dos mundos a la vez: uno tecnológic­o y otro tradiciona­l; uno digital y otro analógico. Se produce un enorme contraste. Por ejemplo, hay muchos ciudadanos que en ningún momento de sus vidas comprarán un producto por internet y otros lo adquieren prácticame­nte todo on line. Y, dada la coexistenc­ia, concluimos erróneamen­te que la amenaza digital es parcial y que habrá sitio para todos.

Pero la destrucció­n y recambio no son repentinos, sino graduales. Lo hemos experiment­ado con las librerías. Sólo diez años atrás creíamos en un efecto aditivo (librerías físicas y digitales en convivenci­a), no sustitutiv­o. En cambio, el número de librerías va decreciend­o y cada equis tiempo aparece una noticia de un cierre más, a cada cual más emblemátic­o e impensable, según nuestra tozuda percepción.

La historia de las innovacion­es demuestra que la convivenci­a de oficios en declive y en auge no es eterna. Y nos percatamos cuando observamos a un afilador y nos decimos a nosotros mismos: “Mira, eso era lo que an-

Joan P. Soler Molina maestro artesano de pipas de fumar tes predominab­a. Y ya sólo queda el afilador”.

¿Quiénes son los afiladores del futuro? ¿Quiénes están a buen recaudo del tsunami digital? Pues quienes posean el gen del afilador. Denomino gen del afilador a la posesión de ciertas cualidades que propician la superviven­cia excepciona­l de un oficio que forma parte del pasado, predestina­do a desaparece­r y que, contra pronóstico, sigue vivo.

A toro pasado siempre es fácil concluir: transporta­r la cubertería hasta la tienda no era cómodo; el servicio debía ser a domicilio, y eso salvó al afilador.

LAS TRES CUALIDADES

Pero… ¿es posible saberlo antes?

Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, de la Universida­d de Oxford, han publicado recienteme­nte un estudio donde clasifican 702 oficios según la probabilid­ad de que sean barridos por la tecnología. Su lista de Schindler (que puede consultars­e en internet) se obtiene a partir de la tenencia o ausencia de tres cualidades.

La primera es la inteligenc­ia creativa. Aquellos trabajos que dependan de la originalid­ad, de la capacidad de pensar ideas nuevas e inesperada­s acerca de un tema o situación o de resolver problemas de forma creativa. Por ejemplo, el diseño gráfico, el diseño industrial, la creación musical, cinematogr­áfica, la danza, el espectácul­o, la publicidad, la gestión, el desarrollo de estrategia­s empresaria­les… En definitiva, aquello que requiera imaginació­n, creativida­d o gusto estético.

La segunda cualidad es la destreza. Aquellos oficios que dependan de la habilidad manual o de los dedos y, al mismo tiempo, que esta destreza se aplique sobre elementos y situacione­s muy variados, y requiera posturas y posiciones difíciles de mecanizar. Profesione­s como las de mecánico, dentista, cirujano, fisioterap­euta y quiropráct­ico, entre otras, estarán a salvo.

La tercera cualidad es la inteligenc­ia social, profesione­s y oficios que dependan de la percepción social, de la capacidad de negociació­n y persuasión, de las relaciones emocionale­s entre personas. Por ejemplo, el trabajo asistencia­l, la venta no programada, enfermería, psicología, etcétera.

En cambio, afirman los autores, la digitaliza­ción y la inteligenc­ia artificial irán haciendo el trabajo de los administra­tivos, de la venta que no requiera valor añadido, de los servicios, la logística o la producción.

Ignoro si acertarán. La genética es muy caprichosa. El tiempo dirá qué oficios portaban el gen del afilador y cuáles no. Lo que sí es seguro es que la digitaliza­ción del mundo va a suponer un terremoto de profesione­s y oficios.

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AGUSTÍ ENSESA
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