El gen del afilador
Hace diez años creíamos en un efecto aditivo (librerías físicas y digitales en convivencia), no sustitutivo, pero cada vez hay menos librerías”
El otro día me crucé con un afilador por la calle. Iba con su motocicleta, cuyo motor, a su vez, hacía girar los discos con los que afilaba los cuchillos. Trabajaba solo y, en lugar de llamar a los timbres de las casas o de concertar visitas con sus clientes, utilizaba como reclamo su flauta de Pan, un silbato de varias notas por las que emitía pequeñas escalas que se oían desde las casas. La gente se asomaba a la ventana y alguno le daba el alto de viva voz. Bajaba las escaleras, le entregaba sus cubiertos y, tras ser afilados, abonaba el servicio en efectivo.
Esta figura ambulante pertenece a un tiempo lejano. Retrocedamos a los tiempos inmemoriales en que eran la norma general. En cierto momento empezó a irrumpir en Europa el pequeño comercio, los locales a pie de calle. Es posible imaginar cómo se extendía el pavor entre los vendedores ambulantes:
- “La gente preferirá los comercios, los establecimientos, más modernos, más confortables, con más surtido… dicen que la venta ambulante desaparecerá… ¿Qué va a ser de nosotros?”.
- “No os preocupéis”, respondería alguno, “habrá clientes para ellos y para nosotros. ¡Siempre hará falta la venta ambulante!”.
Así son los grandes cambios: durante unos años conviven figuras en declive con otras en auge. En nuestra era, esto acon- tece con las nuevas tecnologías. Conviven, de momento, oficios de siempre con los del futuro y da la sensación de que vivimos en dos mundos a la vez: uno tecnológico y otro tradicional; uno digital y otro analógico. Se produce un enorme contraste. Por ejemplo, hay muchos ciudadanos que en ningún momento de sus vidas comprarán un producto por internet y otros lo adquieren prácticamente todo on line. Y, dada la coexistencia, concluimos erróneamente que la amenaza digital es parcial y que habrá sitio para todos.
Pero la destrucción y recambio no son repentinos, sino graduales. Lo hemos experimentado con las librerías. Sólo diez años atrás creíamos en un efecto aditivo (librerías físicas y digitales en convivencia), no sustitutivo. En cambio, el número de librerías va decreciendo y cada equis tiempo aparece una noticia de un cierre más, a cada cual más emblemático e impensable, según nuestra tozuda percepción.
La historia de las innovaciones demuestra que la convivencia de oficios en declive y en auge no es eterna. Y nos percatamos cuando observamos a un afilador y nos decimos a nosotros mismos: “Mira, eso era lo que an-
Joan P. Soler Molina maestro artesano de pipas de fumar tes predominaba. Y ya sólo queda el afilador”.
¿Quiénes son los afiladores del futuro? ¿Quiénes están a buen recaudo del tsunami digital? Pues quienes posean el gen del afilador. Denomino gen del afilador a la posesión de ciertas cualidades que propician la supervivencia excepcional de un oficio que forma parte del pasado, predestinado a desaparecer y que, contra pronóstico, sigue vivo.
A toro pasado siempre es fácil concluir: transportar la cubertería hasta la tienda no era cómodo; el servicio debía ser a domicilio, y eso salvó al afilador.
LAS TRES CUALIDADES
Pero… ¿es posible saberlo antes?
Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, de la Universidad de Oxford, han publicado recientemente un estudio donde clasifican 702 oficios según la probabilidad de que sean barridos por la tecnología. Su lista de Schindler (que puede consultarse en internet) se obtiene a partir de la tenencia o ausencia de tres cualidades.
La primera es la inteligencia creativa. Aquellos trabajos que dependan de la originalidad, de la capacidad de pensar ideas nuevas e inesperadas acerca de un tema o situación o de resolver problemas de forma creativa. Por ejemplo, el diseño gráfico, el diseño industrial, la creación musical, cinematográfica, la danza, el espectáculo, la publicidad, la gestión, el desarrollo de estrategias empresariales… En definitiva, aquello que requiera imaginación, creatividad o gusto estético.
La segunda cualidad es la destreza. Aquellos oficios que dependan de la habilidad manual o de los dedos y, al mismo tiempo, que esta destreza se aplique sobre elementos y situaciones muy variados, y requiera posturas y posiciones difíciles de mecanizar. Profesiones como las de mecánico, dentista, cirujano, fisioterapeuta y quiropráctico, entre otras, estarán a salvo.
La tercera cualidad es la inteligencia social, profesiones y oficios que dependan de la percepción social, de la capacidad de negociación y persuasión, de las relaciones emocionales entre personas. Por ejemplo, el trabajo asistencial, la venta no programada, enfermería, psicología, etcétera.
En cambio, afirman los autores, la digitalización y la inteligencia artificial irán haciendo el trabajo de los administrativos, de la venta que no requiera valor añadido, de los servicios, la logística o la producción.
Ignoro si acertarán. La genética es muy caprichosa. El tiempo dirá qué oficios portaban el gen del afilador y cuáles no. Lo que sí es seguro es que la digitalización del mundo va a suponer un terremoto de profesiones y oficios.