El Cap sa Sal, un sueño faraónico en la Costa Brava
El hotel apostó hace medio siglo por el turismo de lujo y trató de competir con la Riviera y Marbella. Cerró en 1978.
Estratégicamente situado en un lugar imposible, anclado en la roca, entre Aiguafreda y Ses Negres, este edificio egocéntrico y fuera de escala que irrumpe sin concesiones en el paisaje, fue el mítico hotel Cap Sa Sal, un imaginario de vida sofisticada y ociosa que sedujo a aristócratas, políticos y celebridades del momento, rivalizando con los más glamurosos destinos turísticos.
“Ni Ian Fleming, con su imaginación portentosa, puedo concebir para James Bond nada semejante. Cap Sa Sal es mágico, inaudito, impresionante, legendario, mitológico, un sueño inolvidable… el mejor hotel de España y quizás de Europa”. Era el mes de agosto de 1963 y los cronistas de la época no disimulaban su asombro. Con un solo mes en funcionamiento la fama de Cap Sa Sal ya había dado la vuelta al mundo.
Producto del sueño compartido entre un arquitecto estrella, Josep Bosch i Aymerich, y un iluminado empresario catalán, José Andreu Miralles, la construcción del hotel se había prolongado durante nueve años. El lugar elegido era un acantilado absolutamente virgen propiedad de los hermanos Enrich, propietarios también de toda la montaña, desde Sa Tuna a Sa Riera. “Fui yo quien propuse a Pepe Andreu comprar la punta del cabo Sa Sal –recuerda Bosch i Aymerich, lúcido y brillante a sus 96 años–. Le hice un croquis, algo mucho más pequeño, pero Pepe quería más y, poco a poco nos fuimos liando."
“Si, se fueron entusiasmando –corrobora el nieto del promotor– porque la primera intención de mi abuelo no era construir un hotel, sino hacerse una casa junto al mar, una casa fantástica como la de su amigo Raul Roviralta en Lloret, o la suya en Puigcerdà, el Mas Aransó, grande y siempre lleno de amigos. Pero acabó edificando un hotel faraónico y espectacular, un negocio difícil de gestionar en el que dejó toda su fortuna y la de sus descendientes”.
No era la primera experiencia hotelera de la familia. El patriarca, Salvador Andreu, inventor de las famosas pastillas para la tos, había legado a sus descendientes cuatro establecimientos hoteleros– el Metropolitan, en
“Ni Ian Fleming, con su imaginación portentosa, pudo concebir para James Bond algo semejante” El edificio, de 26.000 m2 con seis plantas, 4 sobre la roca y 2 excavadas, se inauguró en 1963
Barcelona, conocido como La Rotonda, y tres en la Cerdanya, el hotel del Lago, el hotel del Golf y el Chalet del Golf. Su hijo José, personaje vividor, sensible y detallista, consideró adecuado añadir uno más en la costa y no escatimó esfuerzos para conseguirlo. La obra, en la que trabajaron peones llegados de Guadix de la Sierra (Granada), fue extremadamente complicada. Sin carreteras de acceso ni agua corriente, el agua salía del pozo de la familia Enrich, que también puso una de las casas de su finca a disposición del arquitecto.
“En aquellos años yo no paraba –dice Bosch y Aymerich– tenía despacho abierto en Nueva York, acababa de proyectar hoteles muy avanzados para American Airlines y trabajaba en grandes obras por medio mundo. Pero este pro- yecto me ilusionó, fue como un divertimento, una obra arriesgada y difícil que hice en colaboración con mi primo Ignacio”. Se perforó un túnel de 140 metros que atraviesa el cabo de extremo a extremo, comunicando las habitaciones con las piscinas y el embarcadero. El edificio, de 26.000 m2 y seis plantas (cuatro sobre la roca y dos excavadas en ella) es como un inmenso anfiteatro en permanente comunicación con el mar. El vestíbulo, de 7 metros de altura, se cubrió con una bóveda catalana, única en su época, que soporta la carga de tres pisos más la cubierta sin necesidad de pilares.
Por fin, el 4 de julio de 1963 el hotel abrió al público. Sus instalaciones no tenían competencia: 222 suites para huéspedes y 90 habitaciones más para el servicio, siete restaurantes, dos piscinas, tres bares, cuatro salas de fiestas, peluquería, sauna, gimnasio, playa y embarcadero privado, galería de tiendas, guardería, garaje e incluso taller y estación de servicio. Nada se había dejado al azar. El interiorismo, austero y elegante, era de Jordi Galí, y los jardines, diseñados por Rubió i Tudurí, combinaban las dos piscinas de aire tropical, con la vegetación mediterránea de cuyo mantenimiento se encargaba un equipo de 15 jardineros.
La temporada se inauguraba el 4 de junio y se clausuraba el 26 de septiembre, y durante esos meses las habitaciones (entre 850 y 1.000 pesetas al día) estaban prácticamente todas llenas. Había familias que repetían año tras año, muchas acompañadas de sus chóferes, niñeras y secretarios para los que el hotel tenía reservadas habitaciones en la parte trasera del edificio. Eran los felices sesenta y por Cap Sa Sal pasaban artistas de la talla de Ray Danton, Frank Sinatra u Omar Sharif. “La exemperatriz Soraya llegó perseguida por dos fotógrafos, y Rock Hudson se presentó sin previo aviso, se registró para dos días, pero le gustó tanto que lo alargó más de una semana” –recuerda Alberto Lucarini, el recepcionista.
Disponía de 222 suites para huéspedes y 90 habitaciones para el servicio, 4 salas de fiestas, 7 restaurantes En 1978, tras fracasar un nuevo intento de convertirlo en casino, el Cap Sa Sal cerró definitivamente
Adolfo Marsillach vino acompañado de Tere del Río, Xavier Cugat de Charo Baeza, Antonio Gades de Marujita Díaz, Sara Montiel de Enrique Guitar y Julio Iglesias de su papi. Patrick Jaque, que durante siete veranos fue el cantante titular del Cap Sa Sal, vio desfilar a un montón de famosos, “desde Roberto y Ricardo Noble, propietarios del Clarín de Buenos Aires, hasta al general Trujillo, que iba siempre escoltado por dos gorilas con sus ametralladoras medio ocultas en unas bolsas”. Patrick y su mujer, Nené Pi, ejercían también de relaciones públicas, organizaban juegos, bailes de disfraces y otros entretenimientos, “era un hotel muy particular, lujoso sin ostentación, familiar”, dice. “Lo que más me gustaba era el grill, un comedor montado sobre las mismas rocas, en donde los viernes se organizaban galas. Yo, desde el escenario, mientras actuaba, veía el mar iluminado por la luna y las Medes a lo lejos. Los sábados se abría la sala de fiestas, con un aforo de más de 500 localidades”. Eran noches mágicas, la burguesía barcelonesa era asidua, todos elegantísimos, esmoquin y trajes largos. Allí debutó Julio Iglesias, y cantaron María Dolores Pradera, Raphael, Sara Montiel, Dionne Warwick, Demis Roussos, Luís Aguilé o Alberto Cortés, mientras en Sa Cova bailaban La Chunga y Antonio Gades”.
En Cap Sa Sal se alojaron políticos como Carrero Blanco, Mariano Calviño o Adolfo Suárez. Los marqueses de Villaverde y sus hijas, Carmen y Mariola, invitados por los Andreu, pasaron varias temporadas, en alguna ocasión acompañados por Carmen Polo. Franco no llegó nunca a pisar Cap Sa Sal, pero fondeó con el Azor mar adentro, frente al hotel. Don Pepe fue a saludarle a bordo de una lancha, acompañado de los marqueses de Villaverde y Santiago de Cruïlles. “La visita tenía una cierta intención, preguntarle la posibilidad de abrir un casino en el hotel, pero Franco giró la cabeza y ni se dignó contestarle”, dice Patrick Jaque.
Aquel día se perdió la oportunidad de salvar el hotel que, debido a unas temporadas muy cortas (no tenía calefacción) era ruinoso. Su mantenimiento, a causa del deterioro producido por el mar y el salitre, era carísimo y ponerlo en marcha suponía invertir 4 millones de pesetas cada temporada y enfrentarse a una nómina de más de 500 empleados. Pepe Andreu, incapaz de seguir asumiendo pérdidas, lo ofreció a las cadenas americanas, pero no interesó. Finalmente, en 1970, lo vendió a Miguel Arpa, propietario de Empuriabrava, y Massana Feliu, por 150 millones de pesetas.
Tras algunas reformas, en mayo de 1971 el Cap Sa Sal inició su nueva etapa. Remontarlo no era fácil, y a pesar de que en los siguientes veranos llegaron yates como el de Niarchos o el de Don Juan de Borbón, que dieron un cierto tono al hotel, su caché fue cayendo en picado. En 1978, tras fracasar un nuevo intento de convertirlo en casino, el Cap Sa Sal cerró definitivamente. Se parceló y se transformó en un edificio de apartamentos que, sin el glamur que le daba el hotel, deja al descubierto su cara más desafortunada y contaminante. El nuevo Cap Sa Sal mantiene, sin embargo, unas instalaciones envidiables y sus vistas de postal.… Nadie parece añorar aquellos otros veranos, pero las cosas que cuentan del hotel lo convierten en leyenda.