La zona euro busca salidas para que Grecia siga en el club
Descartada la opción del ‘Grexit’ (la salida de Atenas del euro), Tsipras y sus socios europeos buscan un acuerdo económico y político aceptable para ambas parte para seguir dentro de la unión monetaria
Se acabó el suspense. Syriza ya está aquí. La izquierda radical gobierna en Grecia y la zona euro tiene en Atenas un interlocutor mucho menos dócil e imprevisible que los anteriores para afrontar cuestiones que llevan tiempo escondiéndose debajo de la alfombra del Eurogrupo y el Consejo Europeo, como la precaria situación de la economía griega y la sostenibilidad de la inmensa deuda pública griega, superior a antes del primer rescate incluso tras aplicarle dos quitas o condonaciones.
Alexis Tsipras ha llegado a Maximos Mansion, la sede del primer ministro griego, con la promesa de liberar a Grecia de algunas de sus lacras (corrupción, clientelismo y evasión fiscal de altos vuelos), de romper con las políticas de austeridad impuestas por la troika, y de aligerar la carga de la deuda pública (317.000 millones de euros, el equivalente a un 175% de la mermada riqueza nacional griega).
Lo primero suena a música celestial para las instituciones y gobiernos europeos, frustrados por la falta de avances en este terreno después de tener intervenida durante casi cinco años la economía griega. Lo demás... Lo demás, tendremos que hablarlo, responden a Tsipras. La negociación ya ha comenzado. Porque, a diferencia de lo que ocurrió en el turbulento 2012, la posibilidad de que Grecia abandone el euro (resumida en inglés en el vocablo Grexit) no se contempla. Pocos han enseñado esta vez a Atenas la puerta de salida de la unión monetaria. Lo que se busca ahora son más bien salidas airosas, una solución aceptable para todos, tanto desde el punto de vista político como económico.
No se ha perdido tiempo para comenzar las negociaciones. La zona euro ha reaccionado al cambio político en Atenas con la misma velocidad con que Tsipras ha formado gobierno. El jueves, tres días después de la toma de posesión, llegó el primer emisario europeo, Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, socialdemócrata y alemán. Mantuvo dos horas de reunión con Tsipras. Y no salió con buena cara. Schulz es un político vehemente y apasionado, y la conversación con el nuevo primer ministro griego fue franca, directa, “por momentos agotadora”, admitió, pero “sobre todo honesta y constructiva”.
Schulz le dejó claras las líneas rojas con que sus socios europeos encaran la negociación: sí a una revisión de los términos de devolución de la deuda, no tajante a una quita nominal. Tsipras le tranquilizó en cuanto a que no habrá “decisiones unilaterales” (léase impago de la deuda) por parte de Atenas, pero le inquietó con su insistencia en mantener una conferencia europea sobre deuda para recortar su valor y su portazo a la troika, de la que el nuevo Gobierno no quiere saber nada.
En realidad, los hombres de negro ya se iban, porque el segundo rescate está a punto de expirar. El anterior gobierno pidió al Eurogrupo prolongarlo hasta el 28 de febrero para que Atenas pudiera cobrar los 7.000 millones de euros que quedan de este plan, siempre que cumpliera ciertas condiciones. Pero Tsipras y su equipo económico dejaron claro el viernes a Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo, que Grecia no quiere ese dinero. La renuncia a esta ayuda puede acabar por poner nerviosos a los mercados ya que si no hay acuerdo en un mes, Atenas se quedará sin red de seguridad para afrontar sus obligaciones financieras (10.000 millones este verano, según cálculos del Gobierno español). El riesgo es menor que en el pasado: ahora quien más se juega en una hipotética quiebra griega no es el sector privado sino el público.
“No pediremos el último tramo del rescate, debemos repensar y renegociar el programa con nuestros socios europeos”, anunció Yannis Varufakis, asesor económico de Syriza, bloguero de moda y ahora ministro de Economía. “No continuaremos con el programa de la troika, que está haciendo la deuda insostenible”, “este Gobierno fue elegido para cambiar los términos del rescate” añadió Varufakis en una tensa rueda de prensa junto con Dijssel- bloem. El holandés, socialdemócrata del norte, es otro amante de los duelos y no se cortó: “¿Convocar una conferencia europea sobre deuda? Ya existe, se llama Eurogrupo”.
Con sus arcas públicas en precario estado (la caída de ingresos en el último trimestre deja en el aire el superávit primario alcanzado antes de las elecciones) y los mercados desconfiando de su capacidad de sostenerse por sí sola (le piden un 10% de interés por los bonos a diez años), la necesidad de Atenas de alcanzar un acuerdo con sus acreedores es obvia. Pero también la zona euro tiene que ganar conservando a Grecia.
“El efecto contagio a corto plazo de una Grexit sería menos agudo que la última vez que pareció posible, en el 2012”, señalan Christian Odendahl y Simon Tilford, del Cen-
ter for European Reform, ya que se han puesto en marcha algunos mecanismos institucionales que amortiguarían el golpe. “Pero el riesgo de contagio a largo plazo sigue siendo serio. Demostraría que la pertenencia a la moneda única no es irreversible y podría llevar a un aumento de los costes de financiación para aquellos países considerados en riesgo, como Italia”. advierten, y sigue sin existir un “federalismo fiscal” en Europa que permita repartir el coste de un choque. “El divorcio sería muy costoso para las dos partes, concluyen Odendahl y Tilfford.
La voluntad política por mantener unida a la zona euro –a menudo infravalorada por los mercados– prima en estos momentos. Pero muchos factores la van a poner a prueba. La tabula rasa que reclama Syri- za es inaceptable para Alemania (es un correctivo en toda regla a sus recetas); el tono de las declaraciones que llegan desde Berlín se ha endurecido. El desconcierto que provoca Syriza en la Unión Europea es grande, no hay referentes. La mera evocación de reservas por parte de Atenas a una propuesta de sanciones a Rusia hizo cundir el pánico esta semana en Bruselas, donde se temía que se estrenaran con un veto. No fue así, pero el Gobierno griego lanzó el mensaje que buscaba de cara a su electorado: demostrar que no acepta órdenes de Europa y que su voz es escuchada. El reto político pasa por encajar la necesidad de Tsipras de demostrar que recupera la soberanía perdida con un relato en el que Angela Merkel no parezca derrotada.