La Vanguardia - Dinero

Terra Australis Incógnita

España, que antaño ya quiso colonizar Australia, busca ahora de nuevo oportunida­des en el país

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Pese a un cada vez mayor flujo de inversione­s, turistas y emigrantes españoles hacia Australia, esa inmensa e infrapobla­da isla-continente antípoda sigue siendo poco más que Terra Australis Incógnita, una tierra que se intuía existía mucho antes de que se descubrier­a. Lo curioso es que, además de deber su nombre a España, Australia estuvo a poco de convertirs­e en colonia española. Bueno, de hecho, durante algún tiempo lo fue.

La historia de Australia contada desde el punto de vista español, que tanto difiere de la historia anglosajon­a oficial, ha sido sistemátic­amente olvidada u omitida del discurso nacional australian­o, salvo en manos de personas informadas como el polémico ministro laborista de Inmigració­n Al Grassby (1972-74).

Nacido en Brisbane hijo de padre español y madre irlandesa, Albert Grassby (1926-2005) es recordado en Australia como el padre del multicultu­ralismo, un fenómeno que tanto ha contribuid­o a modificar la fisonomía, carácter y cultura de un país que vivía aislado del resto del mundo desde su fundación como colonia penal en 1788.

En el principio –reza el texto oficial– sólo había reos y sus carceleros, todos de extracción angloirlan­desa. Y continuó siendo así hasta la revolución multicultu­ral impulsada por Grassby que, además, reconoció por fin la existencia y –en parte– los derechos de los aborígenes, que habían adelantado a los invasores anglosajon­es en algo más de 40.000 años.

Para mayor conocimien­to de sus compatriot­as, el exministro Grassby recogió en The Spanish in Australia (1983) –un librito de apenas cien páginas que a continuaci­ón intentarem­os resumir– la sorprenden­te herencia española con la que cuenta Australia.

Australia tuvo su Colón y se llamaba Quirós, Pedro Fernández de Quirós (Évora, Portugal, 1565-Panamá, 1614). Y por mucho que se diga que Australia debe su nombre al cartógrafo inglés Matthew Flinders, que con su obra Un viaje a Terra Australis (1814) lo divulgó y popularizó, esa distinción le correspond­e en verdad a Quirós quien, tras zarpar en 1605 del peruano puerto del Callau, arribó a la isla de Espíritu Santo, en las Nuevas Hébridas (ahora Mariano Rajoy viajó en noviembre a la cumbre del G-20 en Brisbane y aprovechó la ocasión para hablar con el siones de multinacio­nales españolas y nuevas oportunida­des en esas tierras astrales ya no tan incógnitas Vanuatu), que tomó por Terra Australis Incógnita.

El 14 de mayo de 1606, Quirós se apoderó de la isla en el nombre de Dios y España. Su misión consistía en convertir a los moradores nativos a la fe verdadera. Bautizó la nueva posesión, que creía se extendía al polo Sur, Australia del Espíritu Santo, en honor de Felipe III y la Casa de Austria.

Quirós, que regresaría a España con una mano delante y otra detrás, detalló en numerosos escritos sus descubrimi­entos, pero suscitaron escaso interés en una España ya desbordada de colonias de ultramar. Mejor recepción obtuvieron entre los ambiciosos holandeses e ingleses. Con todo, encontró los medios para fletar una última expedición, pero moriría en Panamá antes de realizar su sueño.

Si Colón sólo consiguió pisar el continente americano en su cuarto y último viaje, Quirós jamás arribó a Australia. Sería su antiguo piloto Luis Váez de Torres quien la avistaría desde el estrecho que aún lleva su nombre, el estrecho de Torres, que separa Australia de Nueva Guinea.

En 1513, Balboa, el primer europeo en llegar al océano Pacífico, lo bautizó con el nombre Los Mares del Sur, para diferencia­rlo del Caribe. Durante casi tres siglos España consideró ese inmenso océano suyo. Mientras sus naves hacían la ruta entre Filipinas y América, era un auténtico lago español. El 15 de julio de 1681, se creó la Prefectura Apostólica de Terra Australis.

Salvo en Filipinas, fracasaron los intentos de establecer a lo largo y ancho del Pacífico colonias españolas permanente­s. Aun así España no renunció sus derechos sobre aquella inmensidad. Amén de la falta de recursos, fueron los vientos adversos y los

del país, Tony Abbot, sobre las cuantiosas inver- arrecifes la razón por la que los navegantes españoles no realizaran la exploració­n de Australia. Los holandeses e ingleses lo tuvieron más fácil por el Índico.

Nada más enterarse del viaje del inglés James Cook a Australia, el ministro de la Marina del virrey de México puso el grito en el cielo, para a continuaci­ón ordenar el arresto del navegante intruso. La colonia fundada en Sydney en 1788 por poco provocó una guerra entre España e Inglaterra, ya que no cabía la menor duda de que sería utilizada como base de operacione­s para futuras expedicion­es contra las posesiones y rutas marítimas españolas.

Aunque Grassby no lo dice, es más que probable que las áridas tierras australian­as hubiesen corrido mejor suerte en manos de colonos extremeños y andaluces. Habrían llevado cabras en vez de vacas; y plantado olivos y viñedos. También habrían llevado desde el primer día colonos de Filipinas y otras partes de Asia, y es de suponer que los españoles se hubiesen mezclado en mayor grado que los ingleses con los aborí- genes. Eso sí, las famosas ovejas merinas australian­as fueron robadas en España y transporta­das a la colonia por orden de Jorge III.

Grassby dedica fascinante­s páginas a las misiones católicas establecid­as por españoles en Australia en los siglos XIX y XX, en las que destaca la labor de los benedictin­os catalanes. También habla de los vascos y catalanes que se asentaron en Queensland, atraídos por los puestos de trabajo ofrecidos por la industria azucarera. Sobre la suerte de estas gentes el lector en español puede saciar su curiosidad en Australia: un viaje (2008), de Jorge Carrión.

Por mucho que al final de su libro pida Grassby el reconocimi­ento de la contribuci­ón de los españoles a la construcci­ón de Australia, para platicar de historia no viajó Mariano Rajoy a la reciente cumbre del G-20 en Brisbane, sino para abundar con su anfitrión, el premier Tony Abbot, sobre las cuantiosas inversione­s de multinacio­nales españolas y nuevas oportunida­des en esas tierras australes ya no tan incógnitas.

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