¿Hay riesgo de que la negociación derrape?
Sí. Escarbando bajo la retórica que llega de Atenas y Berlín aparecen numerosos llamamientos a la calma y la responsabilidad por ambas partes (Atenas quiere “un acuerdo que beneficie a todos”) pero también son muchos los riesgos políticos y financieros. Syriza lleva escrito en su nombre que es una “coalición de izquierda radical” y alberga en su seno facciones especialmente radicales y anti establishment que rozan las posturas antieuro y que podrían dificultar la aprobación de cualquier acuerdo que Tsipras lleve al Parlamento, sobre todo si no se aproxima a lo prometido en campaña.
Hay varios asuntos que, a juicio de la UE, deben resolverse a corto plazo y precisan aprobación parlamentaria en Grecia, Alemania, Holanda y Finlandia: el cierre del actual rescate para cobrar los 7.000 millones de su último tramo (y cumplir con los vencimientos de deuda de este año), su ampliación para que mientras negocia Atenas siga teniendo acceso a los remanentes y no se quede sola ante el peligro (los mercados) cuando expire el 28 de febrero y, por último, la firma de una línea de crédito preventiva (o rescate blando) para afrontar sus necesidades de financiación de este año. Pero esta no parece ser la lógica de Atenas, que reclama un reset en toda regla. Si no obtiene lo que quiere, Tsipras podría amenazar con quebrar, como han hecho otros dirigentes griegos. El BCE, con cortar la liquidez a los bancos griegos... Ninguna de las partes tendría mucho a ganar en esos escenarios. En el 2012, en un contexto político europeo mucho más complicado que ahora, se logró evitar el Grexit. Es difícil que se produzca por accidente pero no cabe descartar un periodo de turbulencias en los mercados si las conversaciones se prolongan sin visos de acuerdo.