Popular y racionalista
El barco que cubre el trayecto Barcelona-Ibiza fondea en el puerto a las 7 h de la mañana. Excelente hora para ascender por el casco antiguo. Quietud, silencio, atmósfera idónea para imaginar esa Ibiza que en 1933 conoció el arquitecto y pintor alemán Erwin Broner cuando pisó por primera vez la isla. Llegaba huyendo de la Alemania nazi. Había estado en Barcelona, desde donde viajó a Mallorca, y casualmente en el trayecto de vuelta desembarcó en Ibiza, donde permanecería dos años.
Nacido en Múnich en 1898, la relación de Broner con la isla se consolidó durante su tercera incursión en 1959. Al año siguiente adquirió un solar en el barrio marinero de Sa Penya y edificó su casa-estudio, donde vivió hasta el año 1971. Tras su fallecimiento, la siguió habitando su mujer hasta el año 2003. DIMENSIÓN AJUSTADA Solo entrar se aprecia esa fusión entre los preceptos del movimiento moderno de principios del siglo XX, con la arquitectura tradicional ibicenca. La vivienda propiamente dicha tiene una superficie de 64 m2, con un ambiente único de salacomedor-cocina, y un dormitorio contiguo separado por una cortina. En el piso inferior, el estudio de 32 m2, conecta con el jardín de 73 m2. Y cuenta con acceso directo desde la vivien- da a través de una pasarela sobre el acantilado. La cubierta concebida como mirador, dispone de bancos y muros curvos que protegen de los vientos que azotan la isla, empleado como solario en invierno.
La casa pone de manifiesto que Broner aprendió de los maestros de la Bauhaus y de Le Corbusier: funcionalidad, líneas pura, planta y fachada libres, ventanal corrido, tejado practicable. Pero a la vez muestra su gran interés por la arquitectura de la isla. Ya antes estudió la casa payesa ibicenca, sobre la que escribiría en 1936 un artículo en la revista AC (el medio de expresión del movimiento racionalista español). De hecho, Ibiza fue para muchos arquitectos de aquel periodo fuente de inspiración por sus construcciones primitivas de cubos puros. Esa abstracción de volúmenes sedujo también a principios de siglo a arquitectos del movimiento moderno catalán como Josep Lluís Sert o Germán Rodríguez Arias.
La pasada primavera concluyó la exposición
organizada por el Museu d’Art Contemporani d’Eivissa (MACE); entidad que gestiona la casa, cedida por Gisele Broner al ayuntamiento dos años antes de morir. Visitable desde hace algunos años, tras la restauración llevada a cabo por los arquitectos Isabel Feliu y Raimon Ollé, ahora además se han incorporado objetos de uso doméstico, discos y libros, que recrean el entorno artístico, intelectual y austero en que vivió el matrimonio. ESPÍRITU VIVO Para Elena Ruiz, directora del MACE, la gran lección de la casa Broner es “el sentido de la proporción. Una casa hecha a la medida del hombre, de las necesidades de una pareja. Esa relación justa entre la calidad de vida y el respeto al medio”. Broner escogió el barrio de pescadores y una situación extrema sobre el acantilado. “Su arquitectura –señala– comulga con la naturaleza, con el mar y el viento. No hay adorno social. Y los enseres de la casa revelan la consideración que tenía hacia el trabajo del artesano, tan digno y creador comoel artista”.
Broner –quien proyectó una treintena de casas por toda la isla– retoma aquí cromátismo ibicenco. Incorpora el almagre, ese marrón rojizo procedente del óxido de hierro, en alusión a los colores ancestrales que ya están presentes en las casas romanas de la isla. Con el uso del negro en el pavimento de baldosa hidráulica, o en los muebles de pino melis pintados, compensa el exceso lumínico y apacigua la mirada. Elena Ruiz subraya la decisión de mantener la casa Broner abierta como crucial para el MACE. Con acciones y una programación que mantenga la casa viva, para que no se pierda su espíritu. La situación, además, en un barrio actualmente degradado puede contribuir a la recuperación de la zona para la ciudad.