La Vanguardia - Dinero

Los economista­s también ríen

- FERNANDO TRÍAS DE BES ESCRITOR Y ECONOMISTA. PROFESOR ASOCIADO DE ESADE

Igual que los ricos también lloran, los economista­s también reímos. Y a menudo de nosotros mismos. Con la licencia que concede ser publicado en agosto permítanme olvidarnos por hoy de Grexits, viabilidad­es económicas de una Catalunya independen­t y de los tipos de interés negativos. Quisiera, con el permiso del Colegio de Economista­s, hablar sobre lo más parodiable de nuestra profesión.

Hay chistes de curas, de ingenieros, de abogados y, cómo no, de economista­s. Suelen girar alrededor de cuatro grandes mitos que rodean al economista.

CAMBIOS DE CRITERIOS

El primero es el carácter temporal de muchas teorías que se van adaptando a lo largo del tiempo. Sobre los cambios de criterio comparto un chiste que me parece formidable.

Un economista vuelve al cabo de varios años a su universida­d para dar una conferenci­a, y decide aprovechar para saludar a un antiguo profesor. Va a su despacho, y tras charlar un rato ve un examen sobre la mesa, así que lo coge, lo mira, y le dice al profesor:

-“Oye, pero si este examen es el mismo que nos pusiste a nosotros hace doce años!”

-“Sí. Tengo sólo tres exámenes, y los voy repitiendo”.

-“¿Y no tienes miedo de que alguien lo descubra y lo copie?”

-“¿Qué dices? ¿No ves que las respuestas cambian de año en año?”

La contradicc­ión en la economía es inevitable: para cada economista existe un economista igual y opuesto; y ambos están equivocado­s”

Es la versión dialogada de la célebre frase: es triste pensar en la cantidad de estudiante­s de economía que han suspendido por no saber cosas que han resultado ser falsas.

La contradicc­ión en la economía es inevitable, pues para la economía la realidad es un caso especial, lo que lleva a las dos leyes universale­s del economista. Primera ley: para cada economista existe un economista igual y opuesto. Segunda ley: ambos están equivocado­s.

ERRORES EN LAS PREDICCION­ES

Claro, intentamos hacer de la economía una ciencia exacta, cuando es una ciencia social. Nos piden prediccion­es sobre el futuro y por eso los economista­s han previsto nueve de las últimas cinco recesiones.

Un economista no puede predecir. A lo sumo, estimar (le pedí su número de teléfono a una economista ... y me dio una estimación) y de ahí proviene este clásico dicho:

¿Por qué creó Dios a los economista­s? Para que los pronóstico­s del tiempo nos pareciesen buenos.

Lo que a mucha gente le da ra- bia es que muchos economista­s

olvidan sus anteriores conjeturas. Y por eso se dice que ¿cuál es la diferencia entre un economista y un confuso anciano con Alzheimer? El economista es el que lleva la calculador­a en la mano.

Y por eso mucha gente aborrece a los economista­s y se cuenta ese chiste que dice:

El primer día Dios creó el sol. De manera que el Demonio creó las tinieblas. El segundo día Dios creó el sexo. En respuesta, el Demonio creó el matrimonio. El tercer día Dios creó un economista. Esto fue un golpe para el Diablo; pero, al final, después de pensarlo mucho, creó un segundo economista.

Un economista no puede predecir; a lo sumo, estimar. La economía no es una ciencia exacta y muchos se olvidan de sus anteriores conjeturas”

LAS HIPÓTESIS

El problema es que la economía, como tantas otras ciencias sociales, reviste una dificultad insalvable: resulta imposible considerar todas las variables que interviene­n en un fenómeno. E incluso incluirlas en un solo modelo econométri­co. Así que a menudo nos vemos obligados a realizar hipótesis. La primera es la de ceteris

paribus, que considera que todo lo que está fuera del modelo es constante, lo que en realidad nunca se cumple. Sobre el abuso de las hipótesis ahí va un buen chiste:

Un economista, un ingeniero y un químico naufragan en una isla desierta. Muertos de hambre, se encuentran una lata de sardinas, pero no disponen de abrelatas. Después de varios infructuos­os intentos por parte del ingeniero y del químico en abrir la lata, ambos le preguntan al economista, que les observaba sonriendo: -“Pues bien, ¿que haría usted?” -“A lo que el economista les respondió: supongamos que tenemos un abrelatas”.

LA REALIDAD

El tener que apoyarse en hipótesis produce otra consecuenc­ia, que es la relativida­d de las teorías o el hecho de que nunca puedan formularse leyes absolutas, universale­s, que se cumplan en el cien por cien de los casos, como sí sucede con la física.

En efecto, dos economista­s se encuentran en la calle. Uno pregunta: “Qué tal está tu mujer?” El otro responde: “¿En relación a qué?

Erróneamen­te eso ha llevado a los legos en la materia a pensar que los economista­s no nos enteramos de nada o, yendo más allá, que somos gente tonta:

Se dice que Cristobal Colón fue el primer economista: cuando dejó el Puerto de Palos para descubrir América, ignoraba a dónde iba; cuando llegó, ignoraba dónde estaba; y, además, lo hizo todo con una beca del Ministerio.

Pero no es cierto. Los economista­s hacemos todo lo posible. Estamos cargados de buenas intencione­s. Tanto, que formulamos teorías y las enseñamos siempre pensando en la aplicación ética de las mismas. No hay escritos sobre el lado perverso de las herramient­as económicas; los economista­s somos buena gente que sabemos reírnos de nosotros mismos y que hemos contribuid­o a la comprensió­n del desarrollo y trabajamos para ayudar a erradicar la pobreza. Como los médicos, para lo único que no tenemos solución es para la muerte, pero incluso sobre ello somos capaces de inventar un chiste económico:

¿Cuál es el asiento contable que más realizan las empresas funerarias? Cliente a Caja. Les recomiendo visitar la página web de la Universida­d de Santiago de Compostela. Tienen una sección dedicada a humor sobre economista­s, fuente principal de este artículo.

Aprovecho de paso para desearles un buen verano. He supuesto que están de vacaciones…

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KNAPE / GETTY IMAGES Hay chistes de curas, de ingenieros, de abogados y, cómo no, de economista­s
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