Jordi Díaz Alamá, imponente
Para el diccionario de la Real Academia Española, imponente se aplica a quien impone, a alguien formidable, que posee alguna cualidad extraordinaria. En la realidad objetiva de Jordi Díaz Alamá (Granollers, 1986), varias son las cualidades a destacar. Su capacidad para transformar lo que pinta en emocionante y misterioso. Su excelencia en el dibujo. Hay más: su forma de encajar, su naturalidad para componer, su astucia en la combinación de los colores. Su maestría, con sólo 29 años, también impone.
Su formación no lo dice todo, pero es determinante. Se licencia en la Universidad de Barcelona y realiza estancias y cursos en la Fundación Arauco, la Florence Academy, en Londres, con Odd Nerdrum. Ha sido profesor de dibujo en la Universidad que lo formó y renunció a su plaza para fundar y dirigir Barcelona Academy of Art.
Vengo siguiendo de cerca el desarrollo de su propuesta desde el 2008. De ello he dejado huella aquí en La Vanguardia y en otras publicaciones. En el 2011 fue Premio Pintura Figurativa de la Fundación homónima y, en el Museu Europeu d’Art Modern, hay cumplida presencia de lo que ha sido su trabajo en este lustro. Ha participado en numerosas exposiciones colectivas y tres individuales. Hasta aquí, referencias contrastables, verídicas, reales.
Una nueva exposición, con obra reciente, hasta el 3 de octubre, me mueve a opinar, aún, sobre su quehacer. Presenta dibujos y pinturas, óleo sobre lienzo y sobre papel encolado a tabla. ¿Qué le diferencia? Su magia, su decisión, su picardía, su desparpajo para lograr contrastes exquisitos en su icono, la destreza para el trato de las telas, su ductilidad para imbricar la pintura tradicional en su tiempo. La gracia, la intensidad, la limpieza, la creación de ambientes.
Precios: de 1.700 a 10.500 euros. ¿Riesgos? Para el coleccionista, ninguno. Para el artista, el tósigo de la facilidad, el éxito docente, la dispersión.