Wolfsburgo, capital de VW, teme al porvenir
La ciudad alemana donde el grupo Volkswagen tiene su sede se prepara para una caída de ingresos, con el presupuesto municipal congelado por el escándalo de los diésel y la población inquieta
En lo alto de la torre de cristal que alberga los flamantes vehículos Volkswagen listos para entregar a sus nuevos dueños, a la amableguía trajeada se le desencaja el semblante ante la sola mención del Abgasskandal, el escándalo del gas de escape, como ha bautizado la prensa alemana al despropósito en que se ha metido el gigante industrial del automóvil por trucar motores diésel para eludir controles de emisiones de gases contaminantes.
Similar reacción suscita la palabreja ante otros empleados del Autostadt (literalmente, la ciudad del automóvil), un complejo museístico y de ocio a mayor gloria de una empresa que lo es todo para Wolfsburgo, localidad fundada en el siglo XX al calor de esa industria incipiente. De sus 125.000 habitantes, unos 72.000 trabajan para el grupo Volkswagen (VW), ya sea en gestión y administración, en I+D, en servicios o, la gran mayoría, en las líneas de montaje de los modelos Golf, Tiguan y Touran. En una superficie de más de 6,5 kilómetros cuadrados –el triple del principado de Mónaco–, se producen al año casi 840.000 coches.
Basta plantarse de buena mañana en la estación, desde cuyas vías se observa nada más llegar la inconfundible panorámica de la gran fábrica de ladrillo de VW asomándose a la ribera del Mittellandkanal. Ahí se apean cada día de los trenes cientos y cientos de obreros procedentes de localidades vecinas, chicas y grandes. “Si perdemos el trabajo por culpa de este lío, no encontraremos ninguna otra cosa que hacer ni aquí en Wolfsburgo ni en la región”, dice uno de ellos, Klaus, que no esconde su malhumor ante la pregunta.
De hecho, los habitantes de Wolfsburgo utilizan para su ciudad un dicho que se ha usado en procesos históricos de países varios, y que define exactamente la dependencia que esta localidad del land de Baja Sajonia de su empresa madre: “Cuando Volkswagen tose, Wolfsburgo se resfría”.
Unprimer síntoma del resfriado fue la decisión de la alcaldía –anunciada el 29 de septiembre con el escándalo ya desbocado – de bloquear gastos y congelar contrataciones. Las arcas municipales se nutren en gran parte de los cuantiosos impuestos de sociedades abonados por VW. Analistas y prensa en Alemania calculan que entre multas por el fraude en los controles antipolución, demandas de compradores, y coste de las reparaciones, Volkswagen deberá afrontar pagos de entre 25.000 y 50.000 millones de euros.
“Aúnesprontopara uncálculo concreto, pero está claro que a partir de este año debemos contar con ingresos netamente inferiores en concepto de impuestospornegocios”, escribió el alcalde, Klaus Mohrs, en un comunicado. En 2015, el presupuesto municipal rozólos430millonesdeeuros, yel70% de los ingresos de procedían de impuestos de VW. “Los proyectos que ya han sido lanzados seguirán funcionando, pero se suspende la puesta en marcha de nuevos proyectos”, aclaró el burgomaestre. Entre las infraestructuras aplazadas figuran un parque de bomberos y un centro cultural.
Para Wolfsburgo, acostumbrada a la abundancia, implica un gran cambio de enfoque. Este es el corazón de una empresa que estaba escalando la cima del mundo –en el primer semestre del año VW desbancó al japonés Toyota como primer fabricante mundial, con 5,04 millones decochesvendidos–, para sumergirse en un vendaval costoso. Wolfsburgo es a Volkswagen, como Detroit es a General Motors o Turín es a Fiat, aunque no del todo. Porque, a diferencia de sus homólogas estadounidense e italiana, Wolfsburgo nació por y para Volkswagen. La fundó Adolf Hitler en 1938, para concentrar en un solo lugar la producción del coche del pueblo (eso significa la palabra Volkswagen), diseñado por el ingeniero austríaco Ferdinand Porsche.
Al principio se llamó Stadt des KdFWagens, es decir, Ciudad del CocheKdF, siglas de la organización nazi para el deporte y el ocio Kraft durch Freude (fuerza a través de la alegría). Acabada la Segunda Guerra Mundial, la ciudad tomó su nombre actual de un castillo cercano, y Volkswagen resucitó como empresa gracias al apoyo de oficiales británicos. Fue entonces cuando empezó a fabricarse de modo masivo el escarabajo proyectado por Porsche, que se convertiría en emblema de la clase media alemana.
Yconlosaños, Wolfsburgosetransformó de mera ciudad dormitorio para los obreros de la fábrica en un centro urbano moderno y rico, que tiene ahora incluso un equipo de fútbol en la Bundesliga, el WfL Wolfsburgo, que también afronta recortes. Aquí se respira atmósfera de das Auto, el coche, desde la fábrica histórica con sus legendarias chimeneas, a los nombres de las calles, como la peatonal Porschestrasse a la que se asoman las mejores tiendas, en honor del ingeniero sagaz.
Quizá por esa confianza aposentada los clientes mantienen la fe. “Vengo a recoger un Golf Cabriolet; lo compré antes del Abgasskandal pero volvería a comprarlo ahora que lo sé; no se puede culpar a toda la marca por la mala conducta de unos cuantos”, decía el viernes Petra Gläser en la Autostadt, mientras esperaba la entrega de su nuevo utilitario, pendiente del cartel anunciador. Lo traerán desde una de las dos torres de cristal (en una aguardan 390 coches, en la otra 400), que se vacían a un ritmo de torre y media al día. Todos en Wolfsburgo confían que ese ritmo se mantenga.