La Vanguardia - Dinero

Una especie (de taxi) en extinción

Uber amenaza la superviven­cia del tradiciona­l ‘black cab’ londinense, icono cultural

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Los autobuses de dos pisos sobreviven, pero las cabinas telefónica­s rojas han sido relegadas a la categoría de reliquia por los móviles. Los taxis negros, otra de las grandes institucio­nes londinense­s, tienen miedo de ir por el mismo camino, en su caso por culpa de las aplicacion­es de transporte compartido, y sobre todo de Uber. Másaúndes de que la empresa con sede en San Francisco y enorme expansión global ha ganado una batalla importante en los tribunales.

Todavía queda mucha tela por cortar en la guerra de los blacks cabs contra el gigante norteameri­cano por su superviven­cia. Pero el Alto Tribunal de Inglaterra y Gales acaba de dictaminar que la aplicación para pedir un servicio de transporte a través del teléfono inteligent­e no es ilegal, en tanto en cuanto su mecanismo para calcular las tarifas en función de la distancia y la duración de la carrera no se puede considerar un taxímetro. “Es una victoria para los consumidor­es, y del sentido común”, señaló un portavoz de Uber. “Somos una especie en peligro de extinción”, dijo un portavoz de los legendario­s taxis negros.

No es la última palabra, sin embargo. Porque una cosa es la legalidad o no de Uber, y otra muy distinta las regulacion­es a las que pueda ser sometida la compañía por parte del Ayuntamien­to de Londres, responsabl­e de la gestión del transporte en la ciudad. Y tanto el actual alcalde Boris Johnson como los dos candidatos a sucederle (el conservado­r Zac Goldsmith y el laborista Sadiq Khan) han expresado nítidament­e su preocupaci­ón por el impacto de la aplicación sobre el tráfico, la seguridad viaria y la contaminac­ión ambiental, por no decir sobre una institució­n como los black cabs.

En Londres circulan unos 25.000 taxis negros, que hacen 70 millones de viajes al año, los únicos que se pueden parar levantando la mano en la calle, cómodos, limpios, que admiten el pago mediante tarjeta de crédito, y cuyos chóferes deben conocer al dedillo el mapa de la ciudad, las principale­s calles y edificios más emblemátic­os, porque para obtener la licencia (que cuesta una fortuna) han de pasar un severísimo examen referido en la fraternida­d como The Knowledge (el conocimien­to). Es casi un doctorado de taxista. El código de conducta es estricto y la cortesía es una obligación( otra cosa es la simpatía personal del conductor). A cambio, sus tarifas son sustancial­mente más altas.

Los taxis negros ya llevan años compitiend­o con los minicabs, que no tienen taxímetro y no se pueden detener en la calle, tan sólo ir a una dirección predetermi­nada con una tarifa generalmen­te ya establecid­a, y quepara trayectos largos comolos aeropuerto­s de Londres suele ser la mitad (para viajes cortos la diferencia no es tanta). Los operan compañías privadas, sometidas por las au- toridades a muchas menos regulacion­es, los hay de todas las categorías, y los conductore­s raramente son británicos (la mayoría turcos, afganos, paquistaní­es...), a veces con un conocimien­to rudimentar­io del inglés, unos amables y otros no tanto –igual que en el caso de los taxis negros–, unos buenos conductore­s y otros que van a toda prisa haciendo zigzag por las calles de la gran metrópolis para concluir la carrera lo antes posible y empezar la siguiente. Esley de vida y de la competenci­a en el libre mercado.

Pero hace tiempo que los londinense­s se han acostumbra­do a llamar a su compañía local de minicabs, o a empresas como Addison Lee (que también tiene una aplicación para teléfono móvil al estilo Uber) para que vayan a recogerlos a casa, al trabajo, al supermerca­do, a la estación oelaeropue­rto, sin necesidad de salir a la calle a buscar un taxi a la aventura. Y desde luego los hay que salen muy a cuenta, porque puede tratarse de un inmaculado Mercedes o una especie de limusina. El trayecto de Heathrow al centro de Londres cuesta aproximada­mente –dependiend­o de los barrios– unas 35 libras, mientras que en unblackcab es más del doble.

Pero si los taxistas negros ya eran reticentes a los minicabs, el furor de Uberl es ha complicado todavía más la vida, hasta el punto de que hace unas semanas varios miles de ellos bloquearon el tráfico en los puentes de Westminste­r, Waterloo y otras arterias de la capital en una manifestac­ión deprotesta. Cuandodice­n que su superviven­cia está en peligro no exageran, porque el número de licencias emitidas en Londres para vehículos con chófer ha aumentado de 60.000 en el 2009 a 90.000 en la actualidad, y la previsión del Ayuntamien­to es que se eleven a 130.000 dentro de dos años. Algún tipo de limitación es inevitable.

Uber, que dispone de un ejército de abogados gracias a poderosos inversores como Goldman Sachs y Google, ya está haciendo campaña para frenar las regulacion­es que le puede imponer la alcaldía londinense, como por ejemplo que los chóferes pasen un examen de inglés, que se puedan hacer reservas con una semana de anticipaci­ón, o que hayan de transcurri­r al menos cinco minutos desde el mensaje del cliente que pide un vehículo y su llegada. El avance de las nuevas tecnología­s es inevitable, pero la guerra no ha terminado, ni mucho menos. Sólo una batalla.

El Ayuntamien­to teme el impacto de tanto taxi privado sobre el tráfico y el medio ambiente Uber ha sido declarada legal por los tribunales, pero puede ser sometida a severas regulacion­es

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SIMON DAWSON / BLOOMBERG En Londres circulan unos 25.000 taxis negros, que hacen 70 millones de viajes al año
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RAFAEL RAMOS LONDRES

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