La demagogia de los datos
Podríamos hacer un máster de cómo manejar las cifras en economía para argumentar en favor de lo que más le interesa a uno. A veces, la tortura de los datos viene de las comparativas (mirar niveles, tasas o variaciones de estas tasas permite diagnósticos ad hoc) o de utilizar los referentes de conveniencia (por ejemplo, poner la base de partida cien en el año de más lucimiento o escoger la muestra de unidades con las que se compara más favorable).
Eso viene a cuento de los comentarios que se han hecho estos días en torno a la contribución de Angus-Deaton, reciente premio-Nobel de Economía, sobre sus estudios en desigualdad. Y precisamente los comentarios se hacen respecto de alguien como Deaton, que, lejos de forzar los datos a gusto y hambre, nos ha mostrado como desde el rigor empírico la política económica tendría que basarse en la evidencia de realidades y no de los perjuicios.
Así, aprovechando las etiquetas que se le han puesto al Nobel, se ha aprovechado para resucitar, bajo la denuncia de la creciente desigualdad (¿desigualdad de qué?), para hablar de una situación económica crítica con la globalización, marcada ‘por unos ricos que cada vez son más ricos y unos pobres que cada vez son más pobres’. Como si eso lo avalaran los estudios del galardonado.
Pero fijémonos: ¿dónde son más pobres?; ¿dónde son más ricos? ¿En el mundo o en nuestra comarca? Cuánta es la desigualdad: ¿el
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de sus valores absolutos? ¿Lo ha generado la globalización? ¿Es eso lo que en cada caso concreto nos dicen los datos? ¿No hay más pobres precisamente allí donde no hay globalización económica, comoes el caso del continente africano? A menudo, además, se fundamenta el argumento de manera contingente, a menudo mirando la renta; a veces el patrimonio, como si fueran lo mismo. ¿Patrimonio, sin embargo, total o neto? (¿importa el endeudamiento con los estragos de la crisis ?).¿ Es la renta monetaria o es el consumo, es decir, la cesta real de bienes y servicios lo que tenemos que valorar, habida cuenta de su diferente parsimonia?
Además, entre la renta y el consumo está el ahorro (y así la acumulación en patrimonio), que quizás no tenemos que juzgar de ma- nera idéntica al resto de agregados macroeconómicos. Notad, finalmente, que la renta está afectada por la economía sumergida, y la capacidad adquisitiva de lo que permita el autoconsumo, hechos que no permiten conclusiones contundentes.
A veces, la tortura de los datos puede venir de las comparativas o de utilizar los referentes que son de mayor conveniencia” No es la desigualdad de renta lo que afortunadamente determina la salud y el bienestar, sino la pobreza”
Todo lo que se ha mencionado hasta ahora algunos lo refieren a indicadores de desigualdad (los Ginis de turno), sin especificar si se trata de la renta primaria, originada en el mercado, ola disponible( la que resta al bolsillo después de impuestos y subvenciones), siendo importante en este caso lo que suponga el conjunto de prestaciones en especie, gratuitas, de las que se puedan beneficiar distintamente los diferentes grupos de renta. Y tanto les da a menudo referir el índice en la renta per cápita, la del hogar ola de personas equivalentes que con viven, aunque la capacidad adquisitiva puede venir fácilmente marcada por los gastos sustitutivos que tenga cada hogar para generar aquellos ingresos, las necesidades que provoque la composición familiar y la renta residual que así se derive.
Además, nos cansamos de criticar todos juntos la renta como indicador del bienestar y si conviene nos olvidamos de aquellos otros as- pectos como la salud y la educación o el acceso al trabajo digno –y no a la subvención– que tanto influyen. Remarcamos, además, que para aquellos indicadores (salud y bienestar), y así nos lo demuestra Deaton, noes la desigualdad de renta la que afortunadamente los determina, sino la pobreza. Un concepto definible ya desde una valoración absoluta (dólares/día) o relativa (respecto de valores promedios poblacionales). Un peligro de po- breza que tiene además referentes diferentes por países, grupos de población; hoy en nuestra casa es mayor para los parados de larga duración que para las personas mayores, mayor la depravación para los niños y jóvenes que para los adultos.
Sin clarificar todas estas cosas, la economía muestra sus ambigüedades y contradicciones: no decimos que ahora hay menos millonarios en España que antes, que la crisis, vía revalorizaciones y fluctuaciones, genera efectos riqueza que son financieros más que reales, que la globalización ha mejorado el bienestar de muchos países. ¿Cómo quedamos? ¿Vale todo por un buen deseo? ¿Podemos seguir leyendo los trabajos de los analistas de la realidad americana, ya financiera, ya de desigualdad económica, ya de diferencias de salud y discriminación social con los ojos de aquí y repetir sus conclusiones a conveniencia fuera de tiempo y lugar?
Identificar que la demagogia de los datos la practica algún otro que no es economista quizás daría algo más de prestigio a la profesión”