Donde hay pelo, hay IVA del 21%
El IVA cultural del 21% es probablemente el más polémico de todos, pero no el único
Hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial los hombres gastaban barba, bigote o patillas, amén de un sinfín de otras imaginativas maneras de cultivar el vello facial. Mas de repente todos aparecen en las fotos afeitados al ras. Porque las guerras son formidables forjadores de modas.
¿Pero qué pasó? Pasó que la guerra química obligó a los hombres a llevar máscaras antigás; y para que estas fuese eficaces no tenían más remedio que rasurarse. De la noche a la mañana desaparecieron las barbas.
Ahora, al cabo de un siglo, no sólo ha vuelto a arrasar el cuidadoso cultivo del vello facial masculino en todas sus múltiples variedades, sino también las estrambóticas creaciones capilares de los estilistas. Es un fenómeno digno de estudio, dado que si al inicio de la crisis las peluquerías iban de capa caída con el IVA al 8%, resulta como mínimo sorprendente tan inesperado resurgimiento a partir de la subida, en el 2012, al 21%.
Hay que pedir hora en los cada vez más numerosos establecimientos de las nuevas cadenas de barberías de estética años veinte o treinta del siglo pasado, es decir, de la época de entreguerras tan pródiga en gánsteres, corrupción y galopante desigualdad, mismamente como hoy. Las tarifas no son excesivas, pero si uno pretende mantener la barba recortada y el cabello erizado comme il faut, toca pasar por caja al menos un par de veces al mes.
Las peluquerías de señora no les van a la zaga. Donde hace cuatro días se veían con espanto las raíces negras que se asomaban entre el cabello teñido de rubio, resulta ahora que es el último grito y se paga por conseguirlo. Hay estilos para todos los gustos, desde la mitad de la cabeza afeitada pasando por el flequillo de inspiración batasuna. Eso sí, a menos que pagues en negro, nadie se libra del impuesto impositivo del 21%. Ni siquiera Conchita Wurst –la cantante barbuda que ganó Eurovisión 2014 para Austria–, en el caso de que visitara España.
¿Es una locura abrir una peluquería en plena crisis con el IVA tan elevado? Se ve que no. Todo es cuestión de intuir la demanda, adaptarse a las nuevas circunstancias y, por supuesto, dejarse la piel.
Otro gremio que ha plantado cara es el de los floristas, aun- que quizá llegara tarde para algunos la reducción a partir del 1 de enero del 2015 del 21% al 10% el IVA aplicado a las flores y plantas ornamentales.
En Barcelona venden flores y plantas en los sitios más inverosímiles. Además de las floristerías, se pueden comparar en los bazares chinos, los supermercados, alguna que otra cafetería, las gasolineras o incluso en los quioscos. Sea como sea, las floristerías se han empleado a fondo para adaptarse a los nuevos tiempos, como atestiguan los muchos balcones que han vuelto a llenarse de color.
El IVA cultural del 21% es probablemente el más polémico de todos. Rara vez dejan pasar los cómicos una oportunidad para revindicar un IVA reducido. Ante el negativo de bajarlo del último Gobierno de Rajoy, el flamante presidente del Congreso, el socialista Patxi López, ha dado garantías (el 18 de febrero) de que se discutirá en el Congreso lo antes posible una posible bajada del IVA cultural, haya o no nuevo Gobierno, ya que es favorable a que la cultura tenga tratamiento de “cuestión de Estado”. ¿Se acuerdan de cuando Álvarez-Cascos declaraba que el fútbol era “de interés nacional”?
Pese a las muchas estrecheces impuestas desde el 2008, el mundo de la cultura hace lo que puede para adaptarse a las nuevas regalas, que son feroces. Buscan contra viento y marea maneras de capear la tormenta que no cesa. Porque además del IVA del 21%, los alquileres por las nubes o la progresiva pobreza (también cultural) de los espectadores, se las ha de ver con el auge de operadores virtual es que campana sus anchas en internet.
Encomiable es el esfuerzo –en ocasiones, sobrehumano– para sobrevivir de las pequeñas salas teatrales que han tenido la desgracia de nacer en plena crisis. Desgracia relativa, en todo caso, ya que la casi total falta de medios ha agudizado el ingenio de estas compañías. Es más: desaparecidas las subvenciones, pueden atreverse a hablar con voz propia. ¿Acaso recibieron ayuda oficial en los años treinta los cabarets de París o Berlín? Nunca volverán los buenos viejos tiempos, pero se puede esperar grandes cosas de este malherido sector.
Al igual que ocurre con el cerdo, en política todo se aprovecha, hasta los peinados de los candidatos. Las blondas extravagantes de Donald Trump y Boris Johnson no son más que el bifronte mascarón de proa de una nave a la deriva repleta de marineros que lucen en plena tormenta tendencias capilares que pretenden representar la ideología que bulle en el cerebro de debajo.
Los peinados siempre han desempeñado un papel identificador. Ahí están la coleta de Pablo, el look de chico pulcro de Pedro y Albert, la hirsuta testa de Mariano. Comparten estética los izquierdistas mayorcitos Bernie Sanders y Jeremy Corbyn, como asimismo las lideresas de centroderecha Angela e Hillary, con sus casacas y cascos capilares dorados.
Si un peinado nos da pistas a la hora de perfilar al que lo luce, lo mismo ocurre con los accesorios. ¿Maletín o mochila?, ¿abrigo de cachemira o trenca?, ¿mocasines o deportivos? Qué más da. Afin de cuentas, los extremos se tocan. Las barbas de los hipsters y las de los yihadistas se parecen en todo menos en una cosa: el dichoso IVA del 21% .
Desde que discurre el discurso político por las redes sociales y los platós de televisión, un peinado vale más que un máster, un exabrupto más que un argumento. Los charlatanes piensan más en la propina que van a dejar que en el IVA que les va a cobrar. Aun así, uno sospecha que el peluquero emprendedor gozará de más futuro que el político de medio pelo que despotrica desde la silla de su peluquería.