Las maravillas de Alejandro Calderón
Con rubro Las maravillas de Alicia y otras historias, hasta el 21 de abril, abre su octava exposición individual, este sutil creador plástico, mitad madrileño/mitad extremeño, aunque poco más dombenitense que de Chamberí. Les pido que presten atención a este nombre, tiene futuro. Su aparición en el stand ABC de Arco’16, su portada de ABC Cultural, los premios y esta muestra le van a poner de moda, lo que no es bueno para un artista, porque la moda contiene el germen de lo efímero, pero espero sepa controlar tanto sus impulsos cuanto los cantos de sirena que le vengan del exterior.
Conocí su obra en la muestra que tuvo en galería Egam (2011) –no era a lo que está llegando, pero ya reclamó mi mirada–, luego le vi en los Premios Ciudad de Badajoz e Internacional Eugenio Hermoso, ganando ambos en el 2012 y el 2014 respectivamente. Se ha ido reconduciendo, con talento, con desparpajo, logrando un hueco brillante.
¿Cuál es la entidad de estas maravillas? Su apasionada búsqueda de la pintura y la sajelada pasión plástica que transmite. Audaz, limpio, luminoso, crea imágenes fascinantes, tal si fueren ilustraciones de sueños, espacios u ostugos para pensar en soledad. Sus elementos conceptuales son la sombra, la teatralidad y el objeto. A partir de ahí, descompone, fragmenta, inventa, para conformar un lenguaje trufado de surrealismo y de convicciones metafísicas, cercano a Magritte y a De Chirico.
Imbrica tiempos distantes en el tiempo presente, inventa asociaciones mágicas para hacer que se fundan lo invisible y lo visible, para conseguir que la verdad y la mentira, inventada por él, adquieran visos de realidad en un ámbito teatral genuino. Hay mucho de juego, de ironía, de frescura en el icono que le ensalza, pero sobre todo, limpieza. Huelen a limpio el autor y su obra. Pareciera una pretensión lúdica, pero va más allá. Es más profundo el cuestionamiento de su derredor. Óleo sobre papel o tela para su catarsis.
Alejandro Calderón (Madrid, 1978) creció en Don Benito, rodeado de pintura, su padre es el pintor Calderón Paredes. Pasó por la Facultad de Bellas Artes de la Complutense y tuvo la beca Francisco de Zurbarán. Todo los demás, lo ha puesto él, su inquietud, su husmeo en las corrientes del arte del siglo XX, su alufrar lo que le enriquece. Y ha logrado este sereno, onírico, deslumbrante, sencillo, icono. Precios: de 700 a 2.200 euros.