Un contrato con China
Paulson narra 25 años de relaciones con líderes chinos y defiende cooperar con el gigante
Henry Paulson es sin duda un buen ejemplo de las puertas giratorias entre empresa y política que marcan la política estadounidense, y tantas otras, en las últimas décadas. Pasó de ser jefe del todopoderoso banco de inversión Goldman Sachs a ser secretario del Tesoro de George W. Bush en el 2006 sin solución de continuidad; un puesto en el que se enfrentó a la crisis financiera y económica más devastadora desde 1929 en Occidente. Durante su mandato en el Tesoro, y sus decisiones no fueron ajenas, Lehman Brothers quebró y el sistema financiero global estuvo a punto de hundirse, de modo que impulsó el baile de rescate se inyecciones de dinero que ha mantenido la economía global estable dentro de la gravedad.
Dicho lo cual, desde Goldman, luego desde el Tesoro y ahora desde el Paulson Institute –que describe como un “think and do tank”, justo lo que le gusta de los chinos, que son personas activas–, Paulson es uno de los occidentales que más y mejores relaciones han mantenido con las élites chinas en las últimas décadas. El tono de su nuevo libro,
Negociando con China, el cuidado que tiene en no molestar a los políticos del milenario imperio del centro por la masacre de Tiananmen –los sucesos, escribe–, muestran que las sigue teniendo.
Y además, y ese es el mensaje principal de este libro en el que desvela suculentas anécdotas con los líderes chinos –como cuando en 1992 se reunió con el sucesor de Deng Xiaoping, Jiang Zemin, y este le dijo que las empresas chinas debían adoptar los métodos contables occidentales y le espetó que “el activo es igual al pasivo más el capital”, la reflexión esperable de un líder comunista–, defiende que el compromiso de Estados Unidos con China es básico. Aunque reconoce que hay riesgos reales que podrían hacer mayor la competencia e incluso llevar al conflicto.
Admite que en los últimos tiempos China se había convertido en causa de temor casi reverencial, empleando su recién descubierta fuerza en el mercado mundial, lidiando amargas disputas territoriales con los vecinos, desafiando el liderazgo de EE.UU. en Asia y otros aspectos del sistema político global. Por no mencionar el robo continuado de propiedad intelectual de compañías estadounidenses.
Pero una cooperación perspicaz y constructiva es el camino que de- fiende Paulson. Que recuerda que el modelo económico de Pekín no es el no va más. No sólo porque más de cien millones de chinos vivan en la pobreza –el PIB per cápita es el 80.º del mundo, un lugar por delante de Iraq–, sino también porque su ritmo decrecimiento se ralentiza ya y es urgente que el país lleve a cabo reformas en su mercado. Debe pasar de una dependencia excesiva de las exportaciones y una inversión gubernamental ineficiente en infraestructuras –empeorada por las deudas enormes de los gobiernos regionales a todos los niveles– a un aumento del consumo interno y un mayor énfasis en la producción de alto nivel. Pero gran parte de la economía sigue bajo la batuta de responsables centralizados y el medio ambiente ha sido destruido.
“Hablar sobre reforma en China no es un eslogan vacío, sino una iniciativa. En nuestro sistema de centralismo democrático yo mismo tengo que asumir la responsabilidad de que así sea”, detalló el presidente Xi Jinping en el 2014 a Paulson. Los mercados, le dijo Xi, tendrán el papel decisivo. Pero luchar contra los intereses creados es tan complicado que ha tenido que crear un pequeño grupo de trabajo del partido para dirigir el diseño y ejecución del proceso de reforma. Entre las necesidades de cambio no sólo están las todopoderosas empresas estatales, también modernizar un sistema financiero raquítico. Que además vive una burbuja crediticia enorme que traerá una oleada de pérdidas y re estructuraciones.
De todos modos, para Paulson eso no hará caer a unos líderes chinos con los bolsillos financieros llenos y no tienen limitaciones para actuar con rapidez. EE.UU. debe apoyar las reformas de Xi. Eso sí, concluye, para negociar con alguien es mejor hacerlo desde una posición de fuerza, y la deuda y el escaso crecimiento de Washington no son la mejor carta de presentación. Paulson pide a su país recuperar la cordura fiscal, un problema mayor que el auge de China.