¿Sin desigualdad o sin pobreza?
Harry G. Frankfurt señala que la igualdad económica no es un ideal, pero sí tener lo suficiente
Desigualdad ha sido la palabra clave del debate global en los últimos tiempos. Los excesos del capitalismo financiero, el empuje de las fuerzas de la globalización, la tendencia inevitable del capital a acumularse y concentrarse sin límite y, por supuesto, las características del nuevo mundo digital y robotizado, que crea grandes campeones como Google o Amazon, reparte poco y elimina con velocidad puestos de trabajo, han sido algunos de los fenómenos a los que se les ha achacado que hayamos superado en el siglo XXIlosniveles de desigualdad previos a la Primera Guerra Mundial, cuando la polarización de rentas era extrema... y sólo las contiendas bélicas y las políticas públicas aplicadas tras ellas la suavizaron.
Sin duda la estrella del debate ha sido Thomas Piketty con su discutida biblia El capital en el si
glo XXI, en la que señala que la intuición de Marx sobre la concentración del capital era correcta y advierte de que hay fuerzas que empujan la desigualdad en sentidos contrarios y, dependiendo de cuál gane, el mundo del 2050 podría estar en manos deagentes debolsa y ejecutivos o de los países productores de petróleo. Ode la banca china.
El filósofo estadounidense Harry G. Frankfurt, profesor emérito de Princeton, ha querido meter cucharada en el debate con su breve ensayo Sobre la des
igualdad, enel que cuestiona que la desigualdad sea moralmente problemática y apunta que lo que es indeseable es la pobreza, y es por ahí por donde hay que atacar. Donde dice que lo importante no es tener una teoría de la igualdad, sino de la suficiencia.
Frankfurt, famoso por su provocado r ensayo Sobre la charlatanería, admite, ciertamente, que la dimensión del abismo entre los recursos económicos de quienes poseen más dinero y quienes tienen menos ha crecido rápidamente. Y señala que es obvio que quienes ostentan mayores riquezas disfrutan de grandes ventajas en el consumo y en la influencia social y política. Pero eso no significa, advierte, que la desigualdad económica sea moralmente cuestionable en sí misma.
Si es indeseable lo es por su tendencia a generar desigualdades inaceptables de otros tipos, que han de ser controladas o evitadas con supervisión legislativa, reguladora, judicial y administrativa. En su opinión, es un error considerar que el igualitarismo económico es el auténtico ideal moral. Y de hecho, advierte, es pernicioso considerar que la igualdad económica es en sí misma un objetivo moralmente destacable. Loúnico importante es quela gente tenga lo suficiente. El reto no es que la renta de los estadounidenses sea en gran medida desigual, como declaró Barack Obama, sino “que demasiados de nuestros conciudadanos son pobres”. Eso, y que en la parte más alta hay individuos excesivamente acaudalados que practican una voracidad económica que ofrece un espectáculo ridículo y desagradable. Contemplados esos dos extremos, “la impresión general de nuestra estructura económica es terrible y moralmente ofensiva”. Es necesario limarlos, pero el ideal no es ir más allá.
Además, razona, obsesionarse por la igualdad acarrea que los que se centran en ella se satisfagan con un nivel de renta que no se guía por sus intereses y necesidades sino por compararse con lo que tienen otros. Aspiran a un grado de opulencia que no tiene que ver con el tipo de vida que una persona buscará sensata y apropiadamente. Desvía a las personas, dice, del intento de descubrir lo querealmente les importa, desean, necesitan o les satisface. Y los intelectuales que reflexionan sobre estos temas caen en la misma trampa porque es más fácil calcular la parte equitativa de algo que razonar qué necesita una persona para tener suficiente. Una teoría de la igualdad, denuncia, es más sencilla que una de la suficiencia.
Pero suficiente para Frankfurt no es poco. Significa bastante dinero para que la gente esté satisfecha sin tener más, aunque sin duda pudiera estar muy complacida recibiendo más. Para que lo que la incomoda realmente en su vida no dependa del nivel de ingresos. Se trata de que el grado de satisfacción que sus circunstancias monetarias le permiten sea suficiente para cumplir unas expectativas vitales razonables. Y ese ideal, sin duda, está tan lejos como el de la igualdad.