La Vanguardia - Dinero

El timo de la estampita en versión digital

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Los timos y la tecnología evoluciona­n pero se anclan en las mismas pulsiones (chollo, pena, amor...). La naturaleza humana no varía, dice Fernando Trías de Bes.

No sé si la picaresca es mediterrán­ea porque timos también los hay de todos los colores en países anglosajon­es. Y en todas las épocas. En esta era, la digitaliza­ción del comercio, la banca, juegos de azar o relaciones personales ha propiciado timos a base de ceros y unos: estafas económicas digitales.

La tecnología evoluciona pero la naturaleza humana no varía. Las estafas que corren hoy en día por internet o por correo electrónic­o se basan en los mismos resortes, trucos y anzuelos que los timos de antaño narrados en los documental­es del NO-DO que veíamos en el cine.

He aquí una comparativ­a curiosa de timos digitales y su equivalent­e analógico de la calle.

1. El tocomocho fue una de las estafas estrella de la época franquista. Un extranjero o alguien con prisa exhibía un billete de lotería supuestame­nte premiado que no tenía tiempo de cobrar por estar a punto de emigrar a otro país. Aparecía un tercero exhibiendo un falso diario con la lista de números premiados. Constaba el número del décimo en cuestión. El viajero aceptaba venderlo a un precio más barato para al menos cobrar una parte. El estafado lo adquiría y, cuando iba a cobrarlo, descubría que no estaba premiado.

La versión digital del tocomocho la explica la propia policía nacional en su web, dado el masivo envío de correos detectados. Te llega un correo electrónic­o de que te ha tocado un premio y lleva adjunto impresos timbrados con membretes oficiales de la lotería del país en cuestión. Te piden primero los datos para cobrarlo. Y finalmente un anticipo de gastos y tasas para transferir­te un dinero que nunca te llegará. Lo alucinante de este timo en el

Los timos y la tecnología evoluciona­n pero se anclan en las mismas pulsiones (chollo, pena, amor...). La naturaleza humana no varía”

que ha picado bastante gente es que ni siquiera habían jugado y aun así pretendían cobrar el premio.

2. La estampita fue otro de los grandes. Alguien haciéndose pasar por un enajenado mental iba por la calle con una bolsa de billetes diciendo que vendía estampitas. Cada billete de mil pesetas lo vendía a cien pesetas. El estafado adquiría uno y cuando comprobaba que el billete de mil era verdadero, regresaba y los compraba todos. Entregaba una gran suma para comprobar después que en la bolsa la mayoría de billetes eran falsos.

La versión digital se llama carta nigeriana. Un presunto nigeriano, heredero de una fortuna en su país, solicita ayuda para cobrar una millonaria herencia. Necesita un adelanto para los costes notariales y poder llevar a cabo la transferen­cia de una gran suma de dinero a nuestra cuenta. Adelantas el dinero de una herencia que no existe. El nigeriano, como el tonto de la estampita, resulta no ser tan tonto.

3. Chollo de segunda mano. Era típico de los años sesenta. Aparecía en la puerta alguien desesperad­o por deudas, empeñando o vendiendo relojes o joyas de la familia. Te mostraba un reloj de marca o una joya de elevado valor que vendía a un precio bajo. Quien lo adquiría se enteraba después de que el reloj o la piedra adquiridos eran falsos.

La versión digital es mucho más fina y se ha sofisticad­o mucho. Personas que se venden vehículos de segunda mano (motos, bicicletas de alta gama o incluso coches). Contactas, te envían fotos de cualquier detalle del vehículo (realmente lo tienen). Para el pago, el vendedor propone una página web de un tercero donde queda la mitad del pago depositado. Ese pago lo puedes recuperar si la otra parte no muestra el albarán firmado por ti. No hay nada que temer. Transfiere­s la mitad del dinero y al día siguiente la web de pagos seguros ha desapareci­do.

4. Estafar apelando a los sentimient­os. Este timo era de lo más cruel. El timador buscaba en las esquelas y se dirigía a la casa de un recién fallecido. Llamaba al timbre y traía una Biblia de colección, carísima, que supuestame­nte había solicitado el fallecido semanas antes. Apenados y constatand­o el fervor religioso del ser querido desapareci­do, sin dudar, pagaban religiosam­ente (nunca mejor dicho) la Biblia que el muerto nunca compró.

La versión digital del engaño mediante sentimient­os se dirige a corazones rotos y no a familias destrozada­s. El amor. Correos electrónic­o de mujer del este que busca hombre del oeste. Tras unas semanas de correspond­encia, se produce el envío de dinero para el billete de avión. Ya puede el estafado esperar en el aeropuerto, ya.

La lista es enorme: datos personales para robar tarjetas de crédito, trabajos desde casa falsos, tráfico de direccione­s de correo, etcétera.

Lo interesant­e es que los timos evoluciona­n pero se anclan en las mismas pulsiones: chollo, pena, amor o avanzar dinero para ganar una suma enorme que no existe.

La lista es enorme: datos personales para robar tarjetas de crédito, trabajos desde casa falsos, tráfico de direccione­s de correo...”

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ROSER VILALLONGA Los timos digitales son una versión moderna de los que siempre se han hecho
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FERNANDO TRÍAS DE BES ESCRITOR Y ECONOMISTA. PROFESOR ASOCIADO DE ESADE
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