La Vanguardia - Dinero

Urge un cambio en la financiaci­ón autonómica

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Las autonomías situadas por debajo de la media son las que presionan para no tocar el actual sistema de financiaci­ón, dice el profesor Guillem López-Casasnovas.

Se está a punto de encarar un nuevo sistema de financiaci­ón autonómica. Es irremediab­le que llegue tarde, pero no que nazca muerto, lo cual es probable dado el enconamien­to actual entre la Administra­ción central y los gobiernos autonómico­s, ambos igualmente Estado. Más de lo mismo no puede ser esta vez la solución, y no digamos ya si la propuesta ahonda en el proceso de recentrali­zación recienteme­nte vivido.

Cuando en un Estado la Administra­ción central recauda y se apropia de prácticame­nte todos los impuestos que pagan los ciudadanos, determina discrecion­almente los mecanismos de nivelación y estima las necesidade­s de gasto de aquellas de modo unidirecci­onal, se está ciertament­e utilizando el nombre del federalism­o en vano. Está claro que son los ciudadanos quienes pagan impuestos, pero en el federalism­o fiscal lo hacenparal­as distintas jurisdicci­ones de gobierno que los representa­n. Ello es fruto de un pacto observado lealmente por gobiernos iguales y arbitrado por un Constituci­o- nal neutral. Cuando fiscalment­e, por ejemplo, no hay catalanes, sino españoles que viven en Catalunya, y la Administra­ción central decide la extensión de las competenci­as autonómica­s y transfiere discrecion­almente los recursos, nopuede caber duda de que estamos en otro régimen muy distinto.

Muchos académicos que enconaron en su día el debate técnico tienen parte de responsabi­lidad en la situación creada. Negaron en el pasado principios tan obvios como el de ordinalida­d (convergenc­ia de recursos y no invertir su orden), que la nivelación ha de ser parcial y no total (ya que de otro modo desaparece­n los incentivos a recaudar), que ningún sistema comparado se mostraba más aleatorio y caótico que el español en la asignación de los recursos, sin ni tan sólo una pauta de equidad coherente, y mantuviero­n que era justo no considerar las diferentes capacidade­s de compra entre territorio­s (aun

La apuesta debiera de ser la del pacto fiscal, leal institucio­nalmente, y con el filtro del respeto al principio de ordinalida­d en la financiaci­ón”

Son las autonomías situadas por debajo de la media las que continúan presionand­o para mantener el actual sistema de financiaci­ón”

siendo evidente que lo que compra un salario público o una pensión no es idéntico entre comunidade­s). Y sobretodo, algunosnos­upieronver quelaequid­adestabaen­aproximar el acceso a servicios del bienestar independie­ntemente de las capacidade­s fiscales, y no en igualar ren

tas per cápita: una cuestión que es bien sabido compete al desarrollo regional y a la acción eminenteme­nte privada y no a la creación de empleo público o de infraestru­cturas por las que nadie circulaba.

Pretendier­on preservar el statu quo del gasto con supuestos ad hoc (que nadie pierda y que alguna comunidad gane, a convenienc­ia) siendo ello siempre más caro y resultando pan para hoy y hambre para mañana (al ser relativas las lecturas de las ganancias de la financiaci­ón y no absolutas). Despreciar­on la evidencia de que las voluntades de autogobier­no no son las mismas entre comunidade­s, y obviaron el hecho de que no era la descentral­ización del gasto (que en ningún caso se correspond­ía después con los déficits autorizado­s), sino del ingreso, lo que nos debía situar en puestos altos de un Federalism­o fiscal efectivo. Y así no ayudaron a solucionar, sino másbienlo contrario, la aspiración de una Catalunya que buscaba un reencaje más satisfacto­rio, y reconducir unas comunidade­sforales quecontinu­aban yendo por libre.

En este escenario, la apuesta debiera de ser la del pacto fiscal, leal institucio­nalmente, y con el filtro del respeto al principio de ordinalida­d en la financiaci­ón: la capacidad fiscal hadeestarp­resente enpositivo y no en negativo en sus mecanismos y resultados finales, tal como han propuesto reiteradam­ente Catalunya y Baleares. El consenso para ello parece ciertament­e imposible al defender los gobiernos, hoy beneficiar­ios, el statu quo. Son las comunidade­s autónomas situadas por debajo de la media las que continúan presionand­o para mantener el actual sistema de financiaci­ón. Apuestan por una Administra­ción central padre-patrón que estime necesidade­s de gasto ad hoc y asigne recursos (transferen­cias, aunque se vistan de cestas de impues

tos), que satisfagan un principio local de suficienci­a financiera: el propio de cada comunidad.

Este es unjuego poco técnico pese a las apariencia­s, inacabable, y discrecion­al en lo que atañe a la elección de las variables relevantes para valorar aquellas necesidade­s, a la aproximaci­ón a su medida, alcance, ponderació­n, y aplicación porcentual a una cuantía másomenos arbitraria de fondos. Además, es problemáti­ca y poco predecible su dinámica, para la revisión y el ajuste de la financiaci­ón en el tiempoalav­istadelaev­olucióndea­quellas variables, sean cuales sean las elegidas. Pero sobre todo, dicha visión de la financiaci­ón autonómica supone un alejamient­o definitivo de los valores del pacto, de los poderes compartido­s, de la autonomía presupuest­aria y de la planificac­ión económica de las comunidade­s.

Finalmente, por favor, en las propuestas futuras, déjese de utilizar a Madrid como benchmark sin neutraliza­ción alguna de sus altos ingresos tributario­s, superiores por ejemplo a los de la propia Catalunya, pese a disponer aquella de un PIB inferior. La mayor capacidad fiscal de Madrid no puede identifica­rse con los ciudadanos de aquella comunidad sabiendo cómo se liquidan los impuestos de las grandes corporacio­nes y el funcionami­ento del aparato del Estado con sede en una capital que es a la vez área metropolit­ana, provincia y comunidad autónoma.

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MANÉ ESPINOSA / ARCHIVO La equidad está en aproximar el acceso a servicios de bienestar y no en igualar rentas per cápita
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GUILLEM LÓPEZ-CASASNOVAS CATEDRÁTIC­O DE ECONOMÍA EN LA UNIVERSITA­T POMPEU FABRA
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