La Vanguardia - Dinero

Del Canary Wharf a Mayfair

Lo que conocemos como la City cada vez va a ser más difícil de ubicar en un espacio físico determinad­o

- Rafael Ramos

La City se asocia con la zona de rascacielo­s que rodean el Banco de Inglaterra y la catedral de San Pablo, entre la estación de Liverpool Street y el puente de la Torre de Londres, entre Fleet Street y los muelles del Támesis, llena de bancos, asegurador­as, despachos de abogados, gestores de hedge funds y administra­dores de capital. Pero hasta cierto punto es un espíritu, una entelequia, porque el dinero se mueve electrónic­amente, y uno puede transferir millones con un ordenador desde una playa de Hawai o una cabaña en Alaska.

Tras el primer Big Bang, a media- dos de los ochenta, cambió la fisonomía de la City. Desapareci­eron las institucio­nes históricas del viejo régimen como Morgan Greenfell, Schroeders, Cazenove o SG Warburg, engullidas por los gigantes de Wall Street como JP Morgan y el Citigroup, por UBS y Deutsche Bank. Pero no sólo cambiaron los nombres, también el espacio físico, con el desarrollo de un nuevo centro de las finanzas en el Canary Wharf, vendido en su día como un cruce entre Venecia y Nueva York, con la tecnología más moderna y alquileres a mitad de precio. Allí instalaron sus oficinas el Barclays o el HSBC, los especulado­res, corredores de bolsa y ejecutivos empeñados en ganar la mayor cantidad de dinero lo antes posible para jubilarse a los 35 o 40 años, aunque ello significas­e trabajar dieciocho y hasta veinte horas al día con la ayuda de rayas cocaína, mucho café y todo tipo de estimulant­es.

Ahora que se aproxima el segundo big bang, y tras una crisis financiera que ha dañado la reputación del mundo de las finanzas, esa cultura ha cambiado en parte. Las pri- mas son más pequeñas, y también son menos las horas de dedicación. Existe un empeño en combinar el trabajo con el disfrute personal y el ocio. La atmósfera es un poco más humana. Dentro de las fronteras de la vieja City se han construido nuevos rascacielo­s como el pepinillo, el rayador de queso y el walkie talkie, allí donde hasta hace poco estaba en solitario la torre del Natwest, que han cambiado la fisonomía de una ciudad para sus propios habitantes irreconoci­ble.

Con el nuevo big bang que se empieza a perfilar, el gran Londres capital de las finanzas globales no va a limitarse a la City y el Canary Wharf. Allí van a seguir la bolsa, el mercado de metales y la asegurador­a Lloyds, y las oficinas de las grandes institucio­nes globales. Pero los gestores de capitales y fondos boutique, con frecuencia una sola persona con una cartera selecta de clientes, preferirán con frecuencia –ya lo hacen– las elegantes y aristocrát­icas plazas de Mayfair, o los barrios emergentes como Hoxton, Dalston o Hackney, cerca de las tiendas de moda y los mejores restaurant­es.

En la nueva cultura de la City los sueldos son más bajos y se trabaja menos

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ANNE RIPPY / GETTY
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