La Vanguardia - Dinero

Apple, Irlanda y los impuestos

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En el último año para el que el IRS (la AEAT de Estados Unidos) ofrece cifras, los beneficios declarados por las multinacio­nales de aquel país en Irlanda representa­ban el 57 % de su PIB. Los declarados en Luxemburgo el 87%. Como es obvio, la cuantía no es el resultado de la actividad de estas compañías en esas dos economías sino consecuenc­ia del privilegia­do trato fiscal dispensado por sus gobiernos que favorece su localizaci­ón en ellas a efectos fiscales. A pesar de ser miembros de la UE, tanto Irlanda como Luxemburgo tienen establecid­o un marco tributario mediante el cual las multinacio­nales eluden el pago de impuestos en los países en donde realizan la mayor parte de sus transaccio­nes. Irlanda y Luxemburgo son, en la definición académica, paraísos fiscales.

Estos marcos favorecedo­res de la elusión fiscal no son nuevos, pero sí lo es su crecimient­o desde el inicio del siglo. Basta comparar las cifras mencionada­s con las de 1999 obtenidas por Keightley en su informe para el Congressio­nal Research Service: entonces los porcentaje­s sobre PIB eran sólo el 14% y el 19% respectiva­mente. El aumento es inseparabl­e de dos hechos. De un lado, la actuación de estas empresas aprovechan­do las posibilida­des de las nuevas formas de producir auspiciada­s por la economía global. De otro, la negativa, al menos hasta ahora, de los gobiernos nacionales a aceptar en la práctica las consecuenc­ias de la nueva geografía económica de la producción, causa destacada, dentro de la UE, de la pasividad mantenida por la Comisión.

De esta forma, frente a la disociació­n entre los países en dónde se idea y diseña un bien (o un servicio), dónde se produ- cen sus componente­s, dónde se ensambla, dónde acaba vendiéndos­e y dónde se declaran los beneficios, los gobiernos de las economías avanzadas siguen aferrados a un mundo ya desapareci­do en el cual el conjunto de la actividad (menos las importacio­nes) tenía lugar en el territorio bajo su autoridad. Si a ello se suman las posibilida­des de la ingeniería contable y societaria el resultado es el reflejado por estas cifras: las grandes empresas multinacio­nales realizan en unos países el grueso de su actividad y en otros declaran los beneficios (y pagan impuestos).

Los trajes fiscales a medida, como el del gobierno de Irlanda para Apple rechazado hace poco por la Comisión o como los revelados por los Luxemburg Leaks en noviembre de 2014, son, sin embargo, una mínima parte de la multiplici­dad de actuacione­s de las grandes empresas, y no solo las de EE.UU., para eludir impuestos. El uso de los precios de transferen­cia (precios contables de los componente­s procedente­s de distintos países cuya relación con el coste real es imposible de verificar) o los contratos entre filiales, por ejemplo, hace posible aflorar los beneficios allí donde el trato fiscal es mejor. Y los gobiernos nacionales han venido siendo muy generosos con ellas.

Por ejemplo, no hay estudios detallados para España. Pero la comparació­n entre la tasa efectiva pagada por las empresas del Ibex (5,3% en 2012) y el tipo del impuesto de sociedades (30% en ese año) permite intuir las grandes ventajas que han obtenido de los diferentes gobiernos. Una parte de ellas en forma de subvencion­es y normas legales para consolidar balances. Pero otra, la más importante a nivel global, mediante la generaliza­ción de los convenios de doble imposición. El objetivo de evitar que se paguen impuestos en dos territorio­s diferentes por el mismo hecho imponible ha derivado en la estrategia de optimizaci­ón fiscal de estas empresas para radicarse (a efectos fiscales) allí donde más ventajas se les ofrecen.

Con esta actuación, una filial radicada en un país puede hacer desaparece­r sus beneficios, o incluso transforma­rlos en pérdidas, establecie­ndo acuerdos de muy diverso tipo con otra filial de la misma empresa localizada en un paraíso fiscal. Es la consecuenc­ia de mantener los principios bajo los cuales se establecie­ron esos acuerdos cuando el mundo es hoy completame­nte diferente. Las multinacio­nales aprovechan sus ventajas; los gobiernos, en el mejor de los casos, siguen presos en viejas ideas, esas a las que aludía Keynes en el prólogo de su Teoría General inservible­s ante una realidad nueva.

Tras años de pasividad, la Comisión Europea parece querer iniciar una nueva etapa en este terreno. La actuación respecto al gobierno de Irlanda con Apple, sus exigencias a Google o el compromiso de tener identifica­dos los paraísos fiscales (ajenos a la UE) en 2017 son indicios para pensar que se quiere moderar la asimetría de la relación entre empresas globales y gobiernos nacionales. No va a ser fácil. Lo prueba la decisión del gobierno irlandés de recurrir el acuerdo de la Comisión. También el nulo avance conseguido por Obama en sus ocho años de presidenci­a para moderar la elusión fiscal de las grandes multinacio­nales de EE.UU. Y, sobre todo, los posicionam­ientos favorables a Apple (que no han acabado) en su conflicto con la Comisión a pesar de los resultados obtenidos en la investigac­ión sobre sus prácticas fiscales por el Permanent Subcommitt­ee On Investigat­ions del Senado en 2013. En su informe final, y entre otras llamativas conclusion­es, el comité estimaba en 79.000 millones de dólares los impuestos eludidos por Apple entre 2009 y 2011. No ha sido la única empresa investigad­a y la comparació­n de las cifras del IRS con el PIB de algunos países demuestra que no es una excepción. Sin embargo, a pesar de las enormes dificultad­es para acabar con estos privilegio­s no es fácil entrever otro camino para equilibrar un determinan­te fundamenta­l de cómo han venido distribuyé­ndose hasta hoy los beneficios de la Globalizac­ión. Y, al mismo tiempo, para mejorar la credibilid­ad de la UE que no atraviesa por su mejor momento.

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