China entra en su año de fuego
El país asiático afronta la renovación de su cúpula dirigente, una realidad económica inquietante y la ocasión de liderar la globalización
El mundo se ha vuelto más complicado para China con el triunfo de Donald Trump
Xi Jinping es un dirigente cuya orientación política es nacionalista, más que globalista
China acaba de entrar en el año del Gallo de fuego. Un animal que para los geománticos de Hong Kong es símbolo de prosperidad y riqueza, unos logros que sólo se alcanzarán con esfuerzo y perseverancia. Un pronóstico que define los retos que este año esperan a los dirigentes del gigante asiático. Un 2017 en que los líderes comunistas han visto como se les ha colado un tema imprevisto en su ya complicada agenda: la posibilidad de asumir el papel de gran timonel de la globalización.
Y es que el mundo se ha vuelto de repente más complicado para China. Hasta el 20 de noviembre Pekín tenía su agenda bajo control. Un calendario que incluía un decisivo XIX congreso del Partido Comunista, donde se renovará la cúpula de la organización y se elegirá a los responsables de dirigir el país en los próximos años, y los planes para hacer más competitiva su economía. Una hoja de ruta que incluía proseguir con su estrategia para erigirse en la principal potencia regional de Asia y ejercer de contrapeso a EE.UU.
Todo esto saltó por los aires con la elección de Donald Trump como presidente de EE.UU. y su anuncio de retirarse del acuerdo de Libre Comercio Transpacífico (TPP en inglés). A partir de ese momento todas las miradas del planeta se dirigieron hacia Pekín.
El vacío creado por Trump con su ideario “América primero” ha situado a China en una encrucijada. Por un lado, sus líderes están ansiosos de tomar el relevo y asumir el liderazgo mundial, pero por otro son conscientes de la debilidad económica que atraviesa su país y de sus limitaciones para afrontar este liderazgo. La clave de los próximos pasos que vaya a dar China habrá que buscarla en la actitud de su líder, Xi Jinping. “Un dirigente cuya orientación política es fundamentalmente nacionalista, no globalista”, ha señalado Andrew Batson, de Gavekal Dragonomics, una firma de análisis económico con sede en China. Un diagnóstico que responde a la doctrina que ha imperado siempre en Pekín y que consiste en “hacer grande a China” y devolverle el orgullo de ser una gran potencia, pero a su ritmo y condiciones.
Un esquema en el que no parece encajar ahora la apuesta de liderar la globalización. “A China le gustan las reglas actuales, ya que limitan a otros más que a ella”, ha dicho Brad Setser, del estadounidense Consejo de Relaciones Exteriores, para justificar los motivos que impulsarían a Pekín a evitar dar un paso al frente, a pesar del discurso de Xi en Davos, donde comparó la proteccionismo con “encerrarse en un cuarto oscuro”.
Y es que para el régimen co-
munista, que sigue su agenda al margen de los acontecimientos internacionales, lo más importante este año es la reunión de otoño, donde se elegirá la cúpula que dirigirá el país en los próximos años. Un cónclave de donde saldrán los responsables de establecer la estrategia política, económica y social para la próxima década.
La importancia de esta cita justifica asimismo que a lo largo de este año sus líderes se concentren en vigilar la salud de la economía. La situación no es buena y preocupa que cualquier sobresalto derive en malestar social. Para evitarlo, es muy posible que “se mantengan unas políticas monetarias y fiscales laxas para seguir apoyando el crecimiento, al menos hasta el XIX congreso del Partido Comunista”, señala Alicia García Herrero, economista jefa de Asia-Pacífico de Natixis.
Esta apuesta formaría parte de los esfuerzos de Pekín por apuntalar la economía, que crece a su ritmo más lento desde 1990. En el 2016 se expandió un 6,7% y varios expertos estiman que este año lo hará un 6,5%. Una ralentización que les inquieta en la medida en que los motores tradicionales (sectores inmobiliario y exportaciones) van a la baja y el endeudamiento alcanza ya la cota del 277% del PIB, sin contar el incontrolable sector de la llamada “banca en la sombra”.
Un panorama que sugiere que para China no es una labor prioritaria dar un nuevo salto adelante y asumir la responsabilidad de hacer el papel de guardián de una economía global y abierta.